Hay
un libro de la Biblia en el nuevo testamento, el libro de
Santiago, que lo tipifica con todos los ribetes: el origen
de las guerras y de los pleitos es la codicia. Es desear sin
tener, y para tener hay que arrebatar bajo cualquier medio,
ético ó no, legal o no. Básicamente este elemento logra
explicar el porque jugadores con buenas condiciones para
jugar béisbol ( así como sus pares en el atletismo)
decidieron consumir esteroides anabólicos, de manera que
pudiera acceder a las grandes cifras, también explica todo
el encubrimiento del personal concomitante y de todos los
que de alguna manera viven del negocio. Resulta más que
inútil ahondar en este punto, ya que la evidencia es
abrumadora y es poco lo que se agrega con nuevos análisis.
Hasta ahora, los fanáticos del juego, los sostenedores
financieros del espectáculo, habíamos visto esa codicia
dirigida hacia los propios cuerpos de los jugadores, codicia
bien recompensada con sueldo y contratos publicitarios. Sin
embargo, alrededor del caso surge una nueva subespecie de
miseria, de infame manifestación de vehemencia por el
dinero: el chantaje.
Cual si se tratase de una cinta de mafiosos, el retirado
jugador de origen cubano, José Canseco, aparentemente (y es
lo que se desprende de lo publicado recientemente), llamó, a
través de uno de sus amigos, al venezolano Maglio Ordóñez,
solicitándole cierta cantidad para un proyecto a cambio de
no deslizar su nombre en un nuevo libro sobre el escándalo
de consumo de esteroides. La actitud reconfirma lo que se
sabía: Canseco con su primer libro no quiso adecentar el
béisbol (cosa que de haber sido así habría que agradecer),
se permitió valerse de la información para ingresar unos
cuantos dólares en su cuenta. Con su segundo libro y ante el
escándalo suscitado por el informe Mitchel, ve un nuevo
filón e intenta esta “Cansecada”, por demás censurable. No
termina uno de asombrarse de los niveles a los que puede
descender el género humano por la comodidad sucedánea, que
da el dinero mal habido. Esa ambición bochornosa, llevada al
límite de lo decente, me hizo recordar la que retrata de un
modo magistral el escritor Grahan Greene (1904-1991), en su
novela de 1980, “El Dr. Fischer de Ginebra”, pieza en la que
un excéntrico millonario invita a cenar de cuando en cuando,
a un grupo de personas a su casa y los somete a aberrantes
pruebas, a cambio de jugosos premios en dinero y joyas.
Lamentablemente esto es parte de esa porción de la
naturaleza del hombre, la porción que constituye uno de sus
grandes retos como especie.
jamedina11@gmail.com