Justo
por estos días, se cumplen 65 años del nacimiento de una
leyenda del Boxeo: Muhammad Alí. El peleador de Louisville
(Kentucky). Hablar acerca de su figura y significación, en
una actividad adorada por muchos y desdeñada por tantos, es
difícil, pues la mayoría de sus hazañas son conocidas, así
como conocidos son los padecimientos que ha tenido Alí,
víctima del Mal de Parkinson, a consecuencia, probablemente
de esos encarnizados y dramáticos encuentros, que tuvo en
casi 20 largos años de carrera profesional .
Algunos (según la época) lo recordarán por sus magistrales
victorias, sobre el otrora campeón del mundo, Sonny Liston (
incluyendo en sus recuerdos, aquella muy suya manera de
vaticinar, en qué asalto noquearía a su rival). Otros, por
su digna negativa a participar en la guerra de Vietnam, en
concordancia con las creencias religiosas que abrazó. Casi
sin duda, todos lo recuerden por su titánico (y no pocas
veces agónico), combate de la noche del Lunes 8 de marzo de
1971, frente al campeón mundial, Joe Frazier. En una
antología gruesa de la memoria, seguramente se traen sus
combates de revancha con Frazier, Norton, y la mágica noche
de Zaire, frente al fornido y desbastador George Foreman.
Para las nuevas generaciones, la imagen que han tenido de
Alí, ha sido la del hombre tembloroso, acosado por los
síntomas de su enfermedad, no obstante eso, haciendo gala de
su legendaria grandeza y dignidad, Muhammad Alí, llevó la
antorcha olímpica para encender el pebetero, que inauguraba
los Juegos de los Angeles, todo un homenaje a su
trayectoria.
A sus 65 años, sigue peleando, aunque no entre 12 cuerdas.
Pelea para apoyar la investigación contra el mal que lo
agobia, y que lo hace temblar, como nunca pudo hacérselo
experimentar rival alguno dentro del ring. A la par de esta
actividad, Alí ha desarrollado una nueva faceta, la de
pintor, destreza que pareciera venir de su familia en la que
hay varios artistas.
Muchas actividades y características en un solo hombre. En
un ser humano que ha vivido.