“Un barco ya sin mar, anclado en
seco,
cuyo horizonte fue doblado en pliegues
con las manchas del último ocaso”
Eugenio Montejo de su poema
“Un Barco destartalado”
¿Imagina
Ud., en medio de la crisis y el drama del siglo XIX
venezolano, la carga de angustia, frustración, impotencia y
soledad, que arrastraba un ser sensible, culto y dedicado en
cuerpo y alma, a tratar de detener la barbarie de los días
que asolaban a su país? ¿Era posible, para un hombre de
bien, observar impávido, con criminal desgano, como se
destruía en forma gradual toda una nación, tironeada por las
pasiones políticas, y la más abyecta irracionalidad? Ambas
preguntas, encierran solo parte de la odisea tropical, que
tuvo que vivir eses gran venezolano llamado Cecilio Acosta.
Ahora, que se le recuerda, sólo a través de nombres de
liceos y colegios Universitarios, vale la pena recobrar su
verdadero significado, sobre todo sí se considera que, de
cuando en cuando, esa tierra que tanto amó y trató
(¿inútilmente?) de enderezar, lo necesita.
Cecilio Acosta, nació en San Diego de los Altos (Edo.
Miranda), un primero de Febrero de 1818. La Venezuela de
entonces estaba ya inmersa en la cruenta, y devastadora
guerra de independencia. De extracción humilde, Don Cecilio
Acosta, junto a dos insignes venezolanos: Juan Vicente
González y Rafael María Baralt, trató de dar forma , cauce y
futuro a una República, aniquilada por los personalismos y
las exclusiones. Es así como valiéndose de la pluma, y a
través de la prensa ( su medio por excelencia para llegar a
sus compatriotas) comienza en 1846, una incesante labor de
conciencia, una alerta sobre los peligros del sectarismo, la
necesidad de una transformación del aparato educativo del
país ( con sólida instrucción primaria y una excelente
formación universitaria para los que presenten mayor
capacidad ). Probablemente su escrito más lúcido lo publica
a los 48 años de edad (1856). Un ensayo titulado “Cosas
sabidas y cosas por saberse”, el cual (como en toda su vida
terrena) lo redacta entre la mayor penuria económica
posible, Su ensayo, profundiza la descripción de los
problemas básicos educativos del país, y lo inadecuado de la
metodología, que observaba a nivel universitario. Propone
correctivos para impulsar el desarrollo del país. Muchos de
éstos son desoídos. Pese a ello, su talento y penetrante
visión, le van ganando adeptos entre los jóvenes ( muchos
años después un joven universitario ,llamado Rómulo
Betancourt, preparará un estudio completo sobre la
significación del pensamiento de Don Cecilio ) entre los
cuales se cuenta al sabio Lisandro Alvarado, quien le
considera uno de sus grandes maestros. Durante su paso por
Caracas, a comienzos del siglo XX, el extraordinario
intelectual que fue José Marti, reconoce con sincera
admiración la obra y el pensamiento de Don Cecilio Acosta,
pese a que no le conoció en vida pero si a través de sus
escritos.
No obstante todas estas satisfacciones intelectuales (muchas
de ellas postmorten ), Don Cecilio, jamás obtuvo de los
actores políticos de la época, su aquiescencia a los
planteamientos progresistas que propugnaba. El valor
racional y ético de sus propuestas, chocaron,
indefectiblemente contra el muro de los hombres de levita y
charretera, quienes considerándose dueños absolutos de sus
destinos, y del destino de los demás, no repararon en la
conveniencia de las ideas que se le presentaban. En vida,
como muchos otros pensadores, no pudo impedir ese
estropicio, que despeñaba el país por el acantilado de los
enfrentamientos estériles y la indolencia. No deja uno de
pensar, cuando observa vidas ilustres y en buena medida
frustradas: ¿En qué fallaron, como comunicadores de verdades
necesarias, vitales? ¿Qué mecanismos no pudieron activar de
forma, que el curso de la historia cambiase a favor de la
civilidad, el progreso, la mejor educación, el
acrisolamiento de una nación más compacta y con objetivos
comunes? ¿En qué medida en la actualidad continúan
cometiéndose yerros, que impiden acceder a nuevas y mejores
realidades?
Para Don Cecilio Acosta, presenciar esa perpetua degollina,
cargado de la angustia de los días, y en situación de
penuria, debió ser sin duda la peor paga, la peor
frustración, para ese hombre ilustre, que murió en Caracas
un 8 de Julio de 1881. Uno de nuestros más grandes
ciudadanos, en la entera acepción del término.
jamedina11@gmail.com