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La frustración del ilustre
por José Alberto Medina Molero
martes, 16 enero 2007


“Un barco ya sin mar, anclado en seco,
cuyo horizonte fue doblado en pliegues
con las manchas del último ocaso”
Eugenio Montejo de su poema
“Un Barco destartalado”

¿Imagina Ud., en medio de la crisis y el drama del siglo XIX venezolano, la carga de angustia, frustración, impotencia y soledad, que arrastraba un ser sensible, culto y dedicado en cuerpo y alma, a tratar de detener la barbarie de los días que asolaban a su país? ¿Era posible, para un hombre de bien, observar impávido, con criminal desgano, como se destruía en forma gradual toda una nación, tironeada por las pasiones políticas, y la más abyecta irracionalidad? Ambas preguntas, encierran solo parte de la odisea tropical, que tuvo que vivir eses gran venezolano llamado Cecilio Acosta. Ahora, que se le recuerda, sólo a través de nombres de liceos y colegios Universitarios, vale la pena recobrar su verdadero significado, sobre todo sí se considera que, de cuando en cuando, esa tierra que tanto amó y trató (¿inútilmente?) de enderezar, lo necesita.

Cecilio Acosta, nació en San Diego de los Altos (Edo. Miranda), un primero de Febrero de 1818. La Venezuela de entonces estaba ya inmersa en la cruenta, y devastadora guerra de independencia. De extracción humilde, Don Cecilio Acosta, junto a dos insignes venezolanos: Juan Vicente González y Rafael María Baralt, trató de dar forma , cauce y futuro a una República, aniquilada por los personalismos y las exclusiones. Es así como valiéndose de la pluma, y a través de la prensa ( su medio por excelencia para llegar a sus compatriotas) comienza en 1846, una incesante labor de conciencia, una alerta sobre los peligros del sectarismo, la necesidad de una transformación del aparato educativo del país ( con sólida instrucción primaria y una excelente formación universitaria para los que presenten mayor capacidad ). Probablemente su escrito más lúcido lo publica a los 48 años de edad (1856). Un ensayo titulado “Cosas sabidas y cosas por saberse”, el cual (como en toda su vida terrena) lo redacta entre la mayor penuria económica posible, Su ensayo, profundiza la descripción de los problemas básicos educativos del país, y lo inadecuado de la metodología, que observaba a nivel universitario. Propone correctivos para impulsar el desarrollo del país. Muchos de éstos son desoídos. Pese a ello, su talento y penetrante visión, le van ganando adeptos entre los jóvenes ( muchos años después un joven universitario ,llamado Rómulo Betancourt, preparará un estudio completo sobre la significación del pensamiento de Don Cecilio ) entre los cuales se cuenta al sabio Lisandro Alvarado, quien le considera uno de sus grandes maestros. Durante su paso por Caracas, a comienzos del siglo XX, el extraordinario intelectual que fue José Marti, reconoce con sincera admiración la obra y el pensamiento de Don Cecilio Acosta, pese a que no le conoció en vida pero si a través de sus escritos.

No obstante todas estas satisfacciones intelectuales (muchas de ellas postmorten ), Don Cecilio, jamás obtuvo de los actores políticos de la época, su aquiescencia a los planteamientos progresistas que propugnaba. El valor racional y ético de sus propuestas, chocaron, indefectiblemente contra el muro de los hombres de levita y charretera, quienes considerándose dueños absolutos de sus destinos, y del destino de los demás, no repararon en la conveniencia de las ideas que se le presentaban. En vida, como muchos otros pensadores, no pudo impedir ese estropicio, que despeñaba el país por el acantilado de los enfrentamientos estériles y la indolencia. No deja uno de pensar, cuando observa vidas ilustres y en buena medida frustradas: ¿En qué fallaron, como comunicadores de verdades necesarias, vitales? ¿Qué mecanismos no pudieron activar de forma, que el curso de la historia cambiase a favor de la civilidad, el progreso, la mejor educación, el acrisolamiento de una nación más compacta y con objetivos comunes? ¿En qué medida en la actualidad continúan cometiéndose yerros, que impiden acceder a nuevas y mejores realidades?

Para Don Cecilio Acosta, presenciar esa perpetua degollina, cargado de la angustia de los días, y en situación de penuria, debió ser sin duda la peor paga, la peor frustración, para ese hombre ilustre, que murió en Caracas un 8 de Julio de 1881. Uno de nuestros más grandes ciudadanos, en la entera acepción del término.

jamedina11@gmail.com


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