"La Venezuela de 1945 ya no era
el país que en
abril de 1941 se conformó con enterarse de la elección de
un nuevo presidente de la República y con agolparse
en las avenidas que rodean el Capitolio Federal para ver
entrar y salir al nuevo mandatario a una reunión de
representantes del pueblo que el pueblo no ha elegido",
Ramón J. Velásquez
La
conseja advierte con mucha claridad: “Dios ciega a quien
quiere perder”. Cuando los oficiales agrupados en la llamada
UNIÓN PATRIÓTICA MILITAR (UPM), se reunieron con Rómulo
Betancourt, estaba sellada la suerte de un régimen que, aún
cuando mostró signos inequívocos de vocación democrática,
era prisionero de fuerzas envolventes de continuismo,
soberbia política y de las más tórridas luchas internas por
el poder, que lo obnubilaron al punto, de precipitar en
forma inexorable una salida de fuerza, que no pocas
desgracias posteriores tendría para el país. Para 1945, diez
años después de la desaparición física del Benemérito,
todavía el chopo de piedra rondaba por la mente de los
actores políticos, que sostenían el gobierno. A este sainete
se suma, la insólita e inoportuna enfermedad mental del
candidato, que habría conseguido neutralizar temporalmente
las fuerzas, que se abatían contra la estabilidad política
en general, hacia donde se debió marchar sin empellones,
decantadamente.
Los andinos, después de 46 años en el poder, en cabeza del
General Isaías Medina Angarita, querían perpetuar su
hegemonía política sin alternancia alguna. Cuatro años
antes, la candidatura del escritor Rómulo Gallegos había
tropezado en el Congreso contra la del General Medina. Para
1945, era aspiración de los grupos opositores la elección
universal y secreta del Presidente de la República. Ello no
fue otorgado por el régimen, y se procedió a reeditar el
mecanismo aplicado en 1936 (con apoyo formal de la oposición
dada la fragilidad del momento histórico) y en 1941.
Si bien existía malestar entre la oficialidad joven, y de
allí parte la reunión entre sectores de ésta y la gente de
AD en Julio de 1945, había en el seno de la oposición la
voluntad política de hacer un último esfuerzo alrededor de
la candidatura del embajador venezolano en EEUU, Dr.
Diógenes Escalante, sobre todo considerando como bien apunta
la Lic. María Teresa Romero en su Biografía de Betancourt
que éste: … negoció con Escalante algunas reformas
democráticas y la realización de elecciones directas. Según
el juicio de Ramón J. Velásquez, en esa oportunidad
Escalante no solo aceptó impulsar tales reformas: se
comprometió asimismo a gobernar solo dos años”.
En agosto se produce el lamentable hecho de la enfermedad
del candidato de unidad, y el gobierno cercado por las
manifiestas intenciones del General López Contreras de
volver a ser Presidente, y a una lectura errada del momento
histórico que señalaba acuerdos políticos, aperturas y
entendimientos, opta por imponer la candidatura del Dr.
Angel Biaggini. Lo demás es historia, dolorosamente
rubricada a los tres años por una dictadura que costó diez
largos años a Venezuela, producto de otros sectarismo, otros
errores, otras arrogancias.
jamedina11@gmail.com