( A Mario Briceño
Irragorri, in memoriam)
“Noches de lámpara oscilante
con estrellas en la cubierta
y pájaros que pasan.
El temor al olvido que se amontona
detrás de tus pestañas,
el temor al arribo en el próximo puerto
que puede separarnos”.
Eugenio Montejo - Papiros amorosos
Combinó
la maestra pluma de Don Enrique Bernardo Núñez, la sapiencia
y lucidez ensayística de un Mariano Picón Salas, con la rica
y rigurosa esencia narrativa de un Rómulo Gallegos, la
penetrante visión de un Briceño Irragorri, con la delicada
estética de un Gerbasi. Don Enrique, vio la luz en Valencia
un 20 de mayo de 1895, dando veintitrés años después, con la
novela “Sol Interior”, el primer campanazo y aporte al
género que, le daría una resaltante notoriedad al correr del
tiempo.
Durante su vida se desempeñaría como ensayista, Cronista de
Caracas, diplomático, historiador , periodista y narrador,
pero será indudablemente este último oficio, el que le
depararía un sitio en la posteridad, y no tanto por la
calidad de sus textos (que de por sí la poseían), sino por
esa singular misión de arqueólogo de nuestra memoria, por
esa lámpara de Diógenes que, empleó con base en las
palabras, para desentrañar ese pasado que tan terca ( y tan
negativamente) tratamos de sepultar en las pedregosas
regiones del olvido. Su novela “Cubagua” (1931), la cual
sucede a una entrega previa ( “Después de Ayacucho “ en
1910) es obra fundamental (escrita dentro de una intensa
atmósfera poética ) por lo que tiene de indagación del
pasado y el presente, de los dilemas y tragedias, de las
indecisiones y de las certezas, de eso que Rafael Fauquié ,
define en forma concisa :” Enrique Bernardo Núñez participó
de uno de los diálogos intelectuales más importantes de
nuestro siglo XX venezolano: el que oponía pasado y
presente, tradición y cambio, continuidad y ruptura”, pues
ésta es una tierra quebrantada por las dislocaciones más
profundas. Una región fracturada, a la que es necesario
construirle un puente que, una esas orillas del pasado
colonial y su previo mestizaje a las del ahora (anegado de
petróleo, delirio y desconexión), sólo así eliminaremos,
como país, esas recurrentes falencias, que impiden el crecer
en armonía, que fagocitan las potencialidades, atándonos a
una eterna inmadurez, a la malsana rotación alrededor del
eje de nuestros retrocesos como nación, al desprecio
aniquilador por las costumbres, y la desarmonía que se
produce al tratar de avanzar como pueblo sin el legado que
nos corresponde . Este ciclópeo esfuerzo, fue el emprendido
(y es el merito mayor que intelectualmente tiene Enrique
Bernardo Núñez) por este incansable creador: el actuar como
un gran traumatólogo de nuestra historia ( de esa historia,
que en su Obra ,“Mensaje sin Destino”, denuncia Briceño
Irragorri, señalando que los venezolanos estamos
constantemente negando nuestro propio pasado) , pero no a
través de un texto académico, sino de una narración que
rescatara esa Nueva Cádiz, hundida en nuestra memoria, como
un guijarro aventado a un oscuro estanque. Más allá del
inconmensurable aporte, a la nueva novel histórica
latinoamericana, descrito con entusiasmo por los críticos,
su verdadero valor es sociológico, redentor en el mejor
sentido del término. Extraña, como una obra tan crucial, no
sea objeto de estudio a nivel del Bachillerato y
Universidad. ¿Una nueva manifestación de todo eso que,
fracturamos en nuestro raudo paso hacia ninguna parte?
A su extraordinaria y necesaria novela “ Cubagua”, Don
Enrique sumó otras obras, todas ellas enmarcada dentro del
afán de comprendernos y encontrarnos como territorio:
“Signos en el tiempo” (1935), “ Bajo el Samán “ (1936), “La
Galera de Tiberio “ (1938), “ EL Hombre de la levita gris”
(1943), “ Arístides Rojas, anticuario del nuevo Mundo”
(1944), “ Fundación de Santiago de León de Caracas” (1955) ,
“ Codazzi o la pasión Geográfica” (1961), “La estatua de El
Venezolano: Guzmán o el destino frustrado” (1963).
En un lúcido discurso ante la Academia Nacional de la
Historia, Don Enrique resumió su pensamiento: “Nuestro
espíritu debe estar tenso como el arco de los espíritus
primitivos. Por eso, estudiar historia no significa en modo
alguno apartarse de la lucha en busca para insustanciales
declaraciones, sino acudir a ella armados de una razón
poderosa. Es saturarse de la realidad que la ha inspirado y
de inspirarla en lo sucesivo…Un pueblo sin anales, sin
memoria del pasado sufre ya una especie de muerte”.
Don Enrique, cerró su ciclo vital en 1964 en la Ciudad de
Caracas, no así su papel de baqueano, de reconstructor de la
memoria colectiva. Los retos que, entrañaban sus creaciones,
siguen allí, aguardándonos a los habitantes de esa tierra
merecedora de otro futuro. Enrique Bernardo Núñez, quien
trató con la bondad de los sabios, de hacernos oír el
silencio de lo remoto, de esas perlas escondidas en las
aguas del recuerdo, verá cumplida su labor cuando la
historia entronque de nuevo, en realidad promisoria y
armónica, en plataforma para apalancar el avance de la
nación.
jamedina11@gmail.com