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Enrique Bernardo Núñez, escuchando el silencio
por José Alberto Medina Molero
sábado, 10 marzo 2007


( A Mario Briceño Irragorri, in memoriam)

“Noches de lámpara oscilante
con estrellas en la cubierta
y pájaros que pasan.
El temor al olvido que se amontona
detrás de tus pestañas,
el temor al arribo en el próximo puerto
que puede separarnos”.
Eugenio Montejo - Papiros amorosos

 

Combinó la maestra pluma de Don Enrique Bernardo Núñez, la sapiencia y lucidez ensayística de un Mariano Picón Salas, con la rica y rigurosa esencia narrativa de un Rómulo Gallegos, la penetrante visión de un Briceño Irragorri, con la delicada estética de un Gerbasi. Don Enrique, vio la luz en Valencia un 20 de mayo de 1895, dando veintitrés años después, con la novela “Sol Interior”, el primer campanazo y aporte al género que, le daría una resaltante notoriedad al correr del tiempo.

Durante su vida se desempeñaría como ensayista, Cronista de Caracas, diplomático, historiador , periodista y narrador, pero será indudablemente este último oficio, el que le depararía un sitio en la posteridad, y no tanto por la calidad de sus textos (que de por sí la poseían), sino por esa singular misión de arqueólogo de nuestra memoria, por esa lámpara de Diógenes que, empleó con base en las palabras, para desentrañar ese pasado que tan terca ( y tan negativamente) tratamos de sepultar en las pedregosas regiones del olvido. Su novela “Cubagua” (1931), la cual sucede a una entrega previa ( “Después de Ayacucho “ en 1910) es obra fundamental (escrita dentro de una intensa atmósfera poética ) por lo que tiene de indagación del pasado y el presente, de los dilemas y tragedias, de las indecisiones y de las certezas, de eso que Rafael Fauquié , define en forma concisa :” Enrique Bernardo Núñez participó de uno de los diálogos intelectuales más importantes de nuestro siglo XX venezolano: el que oponía pasado y presente, tradición y cambio, continuidad y ruptura”, pues ésta es una tierra quebrantada por las dislocaciones más profundas. Una región fracturada, a la que es necesario construirle un puente que, una esas orillas del pasado colonial y su previo mestizaje a las del ahora (anegado de petróleo, delirio y desconexión), sólo así eliminaremos, como país, esas recurrentes falencias, que impiden el crecer en armonía, que fagocitan las potencialidades, atándonos a una eterna inmadurez, a la malsana rotación alrededor del eje de nuestros retrocesos como nación, al desprecio aniquilador por las costumbres, y la desarmonía que se produce al tratar de avanzar como pueblo sin el legado que nos corresponde . Este ciclópeo esfuerzo, fue el emprendido (y es el merito mayor que intelectualmente tiene Enrique Bernardo Núñez) por este incansable creador: el actuar como un gran traumatólogo de nuestra historia ( de esa historia, que en su Obra ,“Mensaje sin Destino”, denuncia Briceño Irragorri, señalando que los venezolanos estamos constantemente negando nuestro propio pasado) , pero no a través de un texto académico, sino de una narración que rescatara esa Nueva Cádiz, hundida en nuestra memoria, como un guijarro aventado a un oscuro estanque. Más allá del inconmensurable aporte, a la nueva novel histórica latinoamericana, descrito con entusiasmo por los críticos, su verdadero valor es sociológico, redentor en el mejor sentido del término. Extraña, como una obra tan crucial, no sea objeto de estudio a nivel del Bachillerato y Universidad. ¿Una nueva manifestación de todo eso que, fracturamos en nuestro raudo paso hacia ninguna parte?

A su extraordinaria y necesaria novela “ Cubagua”, Don Enrique sumó otras obras, todas ellas enmarcada dentro del afán de comprendernos y encontrarnos como territorio: “Signos en el tiempo” (1935), “ Bajo el Samán “ (1936), “La Galera de Tiberio “ (1938), “ EL Hombre de la levita gris” (1943), “ Arístides Rojas, anticuario del nuevo Mundo” (1944), “ Fundación de Santiago de León de Caracas” (1955) , “ Codazzi o la pasión Geográfica” (1961), “La estatua de El Venezolano: Guzmán o el destino frustrado” (1963).
En un lúcido discurso ante la Academia Nacional de la Historia, Don Enrique resumió su pensamiento: “Nuestro espíritu debe estar tenso como el arco de los espíritus primitivos. Por eso, estudiar historia no significa en modo alguno apartarse de la lucha en busca para insustanciales declaraciones, sino acudir a ella armados de una razón poderosa. Es saturarse de la realidad que la ha inspirado y de inspirarla en lo sucesivo…Un pueblo sin anales, sin memoria del pasado sufre ya una especie de muerte”.


Don Enrique, cerró su ciclo vital en 1964 en la Ciudad de Caracas, no así su papel de baqueano, de reconstructor de la memoria colectiva. Los retos que, entrañaban sus creaciones, siguen allí, aguardándonos a los habitantes de esa tierra merecedora de otro futuro. Enrique Bernardo Núñez, quien trató con la bondad de los sabios, de hacernos oír el silencio de lo remoto, de esas perlas escondidas en las aguas del recuerdo, verá cumplida su labor cuando la historia entronque de nuevo, en realidad promisoria y armónica, en plataforma para apalancar el avance de la nación.

jamedina11@gmail.com


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