El
corresponsal de una prestigiosa revista colombiana me
preguntó si el presidente Chávez tenía inclinaciones
izquierdistas. Le respondí que la verdad era la
recíproca: que la izquierda tenía inclinaciones
chavistas. Al decir que tenga inclinaciones chavistas y
no simplemente 'pro-Chávez' se está aludiendo no sólo a
la situación actual, sino a la historia de la izquierda
en este país y en todo el continente latinoamericano.
Con esto me estoy refiriendo a dos
tradiciones suyas: una, a la que podríamos llamar 'de
nación', y otra adquirida a partir de los años treinta y
cuarenta de este siglo. La primera se refiere a una
serie de planteamientos que le ganaron el favor de la
juventud y de los cuales hoy ha abdicado
vergonzosamente. La otra, la búsqueda de un 'padre de
los pueblos' vernáculo, un stalincito no necesariamente
bigotudo.
Lo que más me atrajo
Cuando ingresé al mundo de la política
activa, el 24 de noviembre de 1948, de inmediato lo hice
en las filas de la izquierda. Lo que me atrajo, antes de
cualquier otra cosa, fue su antimilitarismo, así como su
anti-autoritarismo: era la forma más inmediata de
combatir la dictadura militar. Esto sería algo muy
personal y anecdótico si no fuese porque puede
extenderse a toda mi generación. Si algunos fuimos
acercándonos y al final optamos por las posiciones
comunistas, fue porque veíamos en su anti-militarismo y
su anti-autoritarismo una cuestión de doctrina y no una
oposición circunstancial. Comenzamos a leer y admirar
mucho a aquella Tribuna Popular de precaria legalidad
que, en 1949 recibía al nuevo gobierno con una
provocadora cita del Libertador: 'No es la dictadura
militar la que hace la felicidad de los pueblos'.
Sin reducir la importancia de la
participación militar en aquel proceso y aquellos
sucesos, saludé entusiasmado el 23 de enero de 1958,
porque veía reproducirse aquel 14 de febrero de 1936 de
que hablaban nuestros padres, donde la voluntad popular
se había impuesto sobre la bota militar gomecista.
Qué mayor daño ha hecho
Pero es justamente a partir de 1958
cuando se comenzó a oír, para justificar el apoyo a un
Wolfgang Larrazábal, con quien el pueblo caraqueño se
había engolosinado, una de las frases que mayor daño ha
hecho a la izquierda en todo el mundo: aquella que
proclamaba la necesidad de 'acompañar al pueblo en su
propia experiencia'. Quienes repetían esa frase estaban
abdicando de su condición de dirigentes políticos que
como la palabra lo indica, debían dirigir y no dejarse
arrastrar.
El tiempo se ha encargado además de
demostrar cuán falsa era esa posición expresada con la
voz meliflua de quien se las sabe todas. Como al pueblo
poco o nada se le daba de que lo acompañasen o no en sus
caprichos, pues hete aquí que por seguir la voz del
pueblo que para estos ateos militantes es la voz de
Dios, la izquierda venezolana ha terminado acompañando a
la teoría y la praxis militaristas, autoritarias y
paternalistas. Es por eso que el más somero examen de
los hechos lleva a ratificar lo que señalábamos al
principio: que Chávez nada tiene que ver con la
izquierda teórica e histórica, que es esta última la
que, en su mayoría, se ha pasado con armas y bagajes a
la más rancia derecha, al militarismo más cerril.
Una de esas autocríticas
Pudiera pensarse que se trata de un
error de esas organizaciones y esas tendencias, y que
eso se podía resolver en el futuro con una de esas
autocríticas que le deben mucho más al espíritu de la
contrarreforma y su acento puesto sobre el
arrepentimiento, que al pensamiento y la acción de Karl
Marx. Pero no: eso viene de muy atrás, y no parece haber
en esa izquierda el menor propósito de enmienda.
Cuando, hace unos veinte años, recogía
información para mi tesis doctoral, me saltaron a la
vista dos elementos aparentemente dispares: la izquierda
socialista y comunista, con la excepción acaso de Chile,
no solamente no provenían, como en Europa, del seno de
la clase obrera, sino que no daban con pie en bola en
sus intentos por acercarse a ella, aun en los países con
mayor desarrollo. Lo otro era que, buscando compensar
eso, los comunistas (y también algunos socialistas o
nacional-revolucionarios) se iban deslumbrados tras el
primer espadón que les prodigase una sonrisa. Es así
como pudimos darnos cuenta de lo que luego escribimos en
un libro: que los sucesos de noviembre de 1935 en Brasil
no fueron una 'revolución comunista', como la motejaron
sus enemigos.
Eso se había oscurecido
Fueron, muy simplemente, un
pronunciamiento militar prestista . Eso se había
oscurecido porque Luis Carlos Prestes se transformó
después en un dirigente del Partido Comunista. Pero a
partir de allí, esa ha sido una constante de la
izquierda latinoamericana, cualquiera que sea su
tendencia, sean radicales o moderados: son los
comunistas venezolanos poniéndose bajo la protección de
un general Medina; y Rómulo Betancourt haciendo algo
parecido con el entonces mayor Marcos Pérez Jiménez. En
alguna ocasión anterior habíamos citado el apoyo
comunista al primer batistato en Cuba. El MNR de Bolivia
llegó en los años cuarenta al poder de brazos con un
militar Villarroel. Y los izquierdistas de todo pelo en
América Latina fueron felices y arrobados a la toma de
posesión de Juan Domingo Perón en Argentina: el MAS
venezolano, que pretendía insurgir contra los errores de
la izquierda histórica, enviaba una delegación de la
cual formaban parte José Vicente Rangel y Teodoro
Petkoff. De modo que, repetimos, la actitud de hoy no es
nada nuevo; de atrás le viene la tos al gato.
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