Llegó
ayer y el mundo se hizo de nuevo. Su largo viaje desde las gasas
del tiempo, su vuelo ligero entre certezas y posibilidades, tomó
nuevo rumbo al llenar sus pulmones y nos recogió como pasajeros en
su llanto. Ayer fue su tránsito de la cálida noche uterina a los
besos tibios en una tarde clara de cielo franco y brisa sincera, y
así como siempre ha sido, vino para recordarnos que más allá de
estos cuerpos hay una materia que atraviesa el tiempo. Energía que
nos traspasa y nos supera.
Llegó ayer y todas las
partículas del mundo vibraron en armonía. La rueda de la vida,
siempre girando a pesar de nuestros sueños, miedos y
obstinaciones, nos dejó un regalo en las manos y siguió su ciclo
eterno de transformaciones. Allí estábamos entonces, ante el
milagro y la sangre, dos padres al final de la espera y al
comienzo de la esperanza. Con nuestras voces le dimos la
bienvenida al mundo y de sus ojos recibimos el abrazo del mañana.
Llegó ayer y hoy todavía me
cuesta creerlo. Anoche durmió sobre mi pecho y mi corazón quiso
decirle lo que pasaré una vida diciéndole al oído. Ella escuchaba
en paz, sabiendo lo que se ahora cuando beso sus manos: que hay
una fuente de amor que no brota de nosotros, aunque seamos
nosotros quienes la derramamos. Un río cuyas cabeceras se pierden
en la espesura de lo que sentimos y a veces palpamos. En sus aguas
flota la rica materia de la que estamos hechos y de sus aguas
bebemos la esencia vital que mantiene encendida la llama interna.
Un fuego que viaja en las aguas del tiempo. Una luz que nunca se
apaga.
Llegó ayer y hoy recuerdo lo
que una vez de niño leí, cuando descubría que el corazón es capaz
de sintonizarse con la rueda de la vida y así poner en marcha las
más fabulosas consecuencias. Tus hijos no son tus hijos. Son
los hijos e hijas de la vida, deseosa de si misma. No vienen de
ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo no te pertenecen.
Esta mañana, mientras tarareaba su nombre y la arrullaba en
brazos, recordé a aquel niño que presentía algo más allá de las
palabras en los versos de Khalil Gibran. Hoy este hombre siente lo
que el poeta acariciaba. Ustedes son el arco que lanza a sus
hijos como flechas vivientes. El Arquero ve las marcas en el
camino hacia el infinito, y los dobla con la esperanza de que sus
flechas vayan rápido y lejos. Dejen que su curvatura en las manos
del Arquero sea para la felicidad, pues así como ama las flechas
en su vuelo, así ama el arco que es estable. ¿Qué nombre darle
al arquero? Por ahora lo llamaré Dhamma.
Llegó ayer y ya no existe más
nada. Las noticias perdieron su gravedad, lo inmediato se hizo
ligero. Esta ilusión que llamamos realidad se impregnó de un olor
a pañal, piel y leche y ahora parece más hermosa. Entre risas y
desvelos las horas se van amontonando, indiferenciadas y plenas,
un reloj que marca los días por venir. El mundo es como lo vemos,
suelo decirme, con nuestros pensamientos lo construimos. Desde
hace unas horas solo puedo pensar en su nombre, que viene una y
otra vez, como su llanto.
Llegó ayer y algo cambió para
siempre. Afortunadamente, el cambio: lo único que permanece.
Nada de lo que nos ocurre es
nuevo. Solo que nos ocurre por primera vez.
Llegaste ayer y serás lo que
quieras, Isabel.
