En la
cerrada carrera hacia el referéndum en Venezuela no han faltado
las voces que recuerden el caso de Nicaragua, aquel domingo 25 de
Febrero de 1990, cuando los sandinistas perdieron la re-elección
frente a la coalición de la UNO. El secreto de las urnas permitió
que los nicaragüenses, desencantados con los frutos de la
revolución que lideraba Daniel Ortega, le dieran su voto a Violeta
Chamorro y la espalda a las presiones que ejercían los Comité de
Defensa Sandinista.
Esta semana Tal Cual publicó
un artículo del ex-líder de la guerrilla salvadoreña, Joaquín
Villalobos, donde pronosticaba el futuro de Chávez: “El referendo
de Venezuela será muy parecido a la elección que perdió Daniel
Ortega en Nicaragua. En aquella ocasión todos los estudios
pronosticaron la victoria del FSLN y la oposición estaba más de
diez puntos por abajo. Sin embargo, los sandinistas fueron
derrotados y sorprendidos por miles de votos a favor de la
oposición en sus propias filas y hasta en sus propias casas. Esto
se debió a que esa forma de gobernar, que ha sido copiada por
Chávez, reprime la crítica, promueve el seguimiento fanático y,
con ello, genera que su propia gente mienta y nunca diga lo que
piensa. Cuba es el ejemplo más claro de esto y por ello, Fidel
Castro no hace elecciones, sino sólo marchas y concentraciones”.
En su fabuloso libro Al
pie de un Volcán te escribo, la periodista Alma
Guillermoprieto presenta una extensa crónica de los días previos a
aquellas elecciones. Nicaragua era todavía un país en guerra civil
que no terminaba de recuperarse de los traumas de la lucha
sandinista que en 1979 derrocó al dictador Anastasio Somoza y los
llevó al poder. Apenas dos años antes, en 1988, los EEUU habían
retirado el apoyo formal, más no financiero, a la guerrilla
Contra-sandinista y el norte era zona de guerra. El desempleo y el
aburrimiento agobiaban a la gente. Las cooperativas agrícolas
estaban armadas con AK-47 y el servicio militar obligatorio
reclutaba a jóvenes reacios a ir al frente para dispararle a los
contra. Una vez a la semana Daniel Ortega se dirigía al país en el
programa televisivo De cara al pueblo para explicar la
situación nacional. Mientras a los mítines del Frente Sandinista
para la Liberación Nacional, con discursos de 15 minutos y en los
que Ortega regalaba pelotas de béisbol autografiadas, asistían
unos cuantos adeptos y otros tantos presionados por el gobierno, a
las concentraciones de la coalición de la UNO se sumaba más y más
gente. Eran los mismos nicaragüenses que diez años atrás deliraron
de emoción cuando la victoria sandinistas los liberó del yugo de
ser una república bananera y que ahora menguaban de hambre. El
totalitarismo del gobierno se había convertido en otra forma de
sometimiento.
En esos 10 años los
sandinistas hicieron un buen trabajo en salud, alfabetización y
organización ciudadana. Pero las erráticas políticas económicas,
la guerra civil que solo en 1985 dejó 4 mil muertos y 48 escuelas
destruidas, y el embargo comercial de los EEUU echaron por tierra
las posibilidades de desarrollo. En el discurso donde aceptó la
victoria de Chamorro por una diferencia del 14%, Daniel Ortega
quiso instar a la reconciliación y dijo: “El cambio de gobierno no
significa el fin de la revolución. Estamos convencidos de que la
mayoría de la gente que votó por la UNO no lo hizo porque fueran
contrarrevolucionarios. Lo hicieron porque pensaban que con la
oposición su situación mejoraría”. Antes de entregar el poder, los
sandinistas saquearon las arcas nacionales en una rebatiña que
pasó a conocerse como la piñata. Sin tesoro alguno, y sin la ayuda
prometida por EEUU, Violeta Chamorro tuvo que gobernar un país en
quiebra.
Tres años después de asumir
el cargo los nicaragüenses tenían el segundo ingreso per cápita
más bajo del continente, pero al menos había estabilidad. Los
sandinistas, el principal partido de la escena y con el control
del ejército y la policía, se convirtieron en aliados de Chamorro
después de haber incitado huelgas y protestas contra el gobierno.
Las derrotas electorales
abrazaron los pies de Ortega. En 1996 perdió frente a Arnoldo
Alemán por un 12.5% y en 2001 quedó 14% por debajo de Enrique
Bolaños. Los sandinistas, en medio de divisiones, mutaciones y
deserciones, tuvieron que aprender a ser oposición
democrática.
Si afino el oído me parece
escuchar un SI en el secreto de las urnas y en el vacío de los
estómagos.
