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Cuando gruñe el estómago
por Eli Bravo

viernes, 16 julio 2004


            En la cerrada carrera hacia el referéndum en Venezuela no han faltado las voces que recuerden el caso de Nicaragua, aquel domingo 25 de Febrero de 1990, cuando los sandinistas perdieron la re-elección frente a la coalición de la UNO. El secreto de las urnas permitió que los nicaragüenses, desencantados con los frutos de la revolución que lideraba Daniel Ortega, le dieran su voto a Violeta Chamorro y la espalda a las presiones que ejercían los Comité de Defensa Sandinista.

Esta semana Tal Cual publicó un artículo del ex-líder de la guerrilla salvadoreña, Joaquín Villalobos, donde pronosticaba el futuro de Chávez: “El referendo de Venezuela será muy parecido a la elección que perdió Daniel Ortega en Nicaragua. En aquella ocasión todos los estudios pronosticaron la victoria del FSLN y la oposición estaba más de diez puntos por abajo. Sin embargo, los sandinistas fueron derrotados y sorprendidos por miles de votos a favor de la oposición en sus propias filas y hasta en sus propias casas. Esto se debió a que esa forma de gobernar, que ha sido copiada por Chávez, reprime la crítica, promueve el seguimiento fanático y, con ello, genera que su propia gente mienta y nunca diga lo que piensa. Cuba es el ejemplo más claro de esto y por ello, Fidel Castro no hace elecciones, sino sólo marchas y concentraciones”. 

En su fabuloso libro Al pie de un Volcán te escribo, la periodista Alma Guillermoprieto presenta una extensa crónica de los días previos a aquellas elecciones. Nicaragua era todavía un país en guerra civil que no terminaba de recuperarse de los traumas de la lucha sandinista que en 1979 derrocó al dictador Anastasio Somoza y los llevó al poder. Apenas dos años antes, en 1988, los EEUU habían retirado el apoyo formal, más no financiero, a la guerrilla Contra-sandinista y el norte era zona de guerra. El desempleo y el aburrimiento agobiaban a la gente. Las cooperativas agrícolas estaban armadas con AK-47 y el servicio militar obligatorio reclutaba a jóvenes reacios a ir al frente para dispararle a los contra. Una vez a la semana Daniel Ortega se dirigía al país en el programa televisivo De cara al pueblo para explicar la situación nacional. Mientras a los mítines del Frente Sandinista para la Liberación Nacional, con discursos de 15 minutos y en los que Ortega regalaba pelotas de béisbol autografiadas, asistían unos cuantos adeptos y otros tantos presionados por el gobierno, a las concentraciones de la coalición de la UNO se sumaba más y más gente. Eran los mismos nicaragüenses que diez años atrás deliraron de emoción cuando la victoria sandinistas los liberó del yugo de ser una república bananera y que ahora menguaban de hambre. El totalitarismo del gobierno se había convertido en otra forma de sometimiento.

En esos 10 años los sandinistas hicieron un buen trabajo en salud, alfabetización y organización ciudadana. Pero las erráticas políticas económicas, la guerra civil que solo en 1985 dejó 4 mil muertos y 48 escuelas destruidas, y el embargo comercial de los EEUU echaron por tierra las posibilidades de desarrollo. En el discurso donde aceptó la victoria de Chamorro por una diferencia del 14%, Daniel Ortega quiso instar a la reconciliación y dijo: “El cambio de gobierno no significa el fin de la revolución. Estamos convencidos de que la mayoría de la gente que votó por la UNO no lo hizo porque fueran contrarrevolucionarios. Lo hicieron porque pensaban que con la oposición su situación mejoraría”. Antes de entregar el poder, los sandinistas saquearon las arcas nacionales en una rebatiña que pasó a conocerse como la piñata. Sin tesoro alguno, y sin la ayuda prometida por EEUU, Violeta Chamorro tuvo que gobernar un país en quiebra. 

Tres años después de asumir el cargo los nicaragüenses tenían el segundo ingreso per cápita más bajo del continente, pero al menos había estabilidad. Los sandinistas, el principal partido de la escena y con el control del ejército y la policía, se convirtieron en aliados de Chamorro después de haber incitado huelgas y protestas contra el gobierno.

Las derrotas electorales abrazaron los pies de Ortega. En 1996 perdió frente a Arnoldo Alemán por un 12.5% y en 2001 quedó 14% por debajo de Enrique Bolaños. Los sandinistas, en medio de divisiones, mutaciones y deserciones, tuvieron que aprender a ser oposición democrática.    

Si afino el oído me parece escuchar un SI en el secreto de las urnas y en el vacío de los estómagos.  Imprima el artículo Subir Página