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La insistente voz de la paz
Gonzalo Himiob Santomé
sábado, 31 enero 2009


¡Cómo duele la palabra a quien la niega como herramienta de la paz! Chávez no sólo se esfuerza en tratar de hacer ver al pueblo que el tema de la enmienda constitucional es un tema de todos, cuando es por el contrario un tema que sólo le atañe a él, a título exclusivamente personal y que sólo guarda relación con su miedo a eventualmente –como ocurrirá- someterse, desprovisto de los velos de poder que ahora le protegen, a la justicia nacional e internacional por sus abusos.  

También, como todo el que sabe que no tiene la razón, recurre el presidente a la violencia como mecanismo para imponer su desaguisado histórico, y ordena –o tolera- que todo debate que se convoque sobre la enmienda sea boicoteado sin miramientos. Ha ocurrido en varias universidades –destacan los casos de la Universidad de Carabobo y de la UCV- y en casi todos los espacios en los que públicamente se ha pretendido que las diferentes partes en pugna defiendan sus posturas con argumentos o a través del diálogo, como debería ser en democracia, que los oficialistas, e incluso para nuestra decepción los oficialistas honestos, se amparan en el discurso presidencial, promotor de la violencia y de la irracionalidad, para demostrar con sus agresiones e insultos a propios y ajenos que la oposición tiene a la verdad de su lado. Y que no se desea, en el mejor estilo autoritario, que se diga ni una sola palabra que pueda convencer –o mejor dicho, reforzar la convicción ya arraigada en el pueblo, para dolor del comandante- a los venezolanos y venezolanas de la ignominia que se avecina si se aprueba la reelección indefinida. 

Por eso también la desmesurada premura avalada por la sumisión vergonzosa del CNE y de la propia Asamblea Nacional. El poder sabe que si algo fue especialmente provechoso para la oposición, y para Venezuela, en los meses previos al 2D fue que se tuvo tiempo más que de sobra para exponer al colectivo los argumentos democráticos y racionales que al final se impusieron y dieron al traste con la idea de convertir a nuestro país en algo que no era, ni será, jamás. 

Si algún argumento, más allá de los legales o estrictamente políticos, debe convencernos de la magnitud del daño que la reelección indefinida producirá a nuestra nación es precisamente éste: El gobierno no cree en la palabra sino en el garrote. Chávez no es un estadista sino un pendenciero militarista que no cree en la paz, no escucha razones, es egoísta al punto de no importarle nada más que él mismo y abusa de las fuerzas que le acompañan, y que deberían protegernos a todos -o por lo menos dar la apariencia de ser democráticas- para cerrar la puerta a toda otra visión que no sea la suya.  

Imagínese usted, señora, que su esposo le diga que de ahora en adelante usted sólo podrá vestir negras batolas holgadas y que le prohíba hablar por teléfono o con alguien que no sea él mismo. Todo ello “por amor” y porque sólo porque sólo eso es lo que a él –paradigma de miedo e inseguridades, como nuestro mandatario- le brindará cierta tranquilidad. Y que cuando usted se oponga –con justa razón- a tales sinsentidos, y le pida a su marido un espacio para expresar y discutir con él sus motivos, éste le mande a miembros de “La Piedrita” para acallar su voz y sus protestas a trancazos y con “gas del bueno”. Y digo “a trancazos” para no usar las palabras, mucho menos elegantes pero más esclarecedoras en cuanto a las verdaderas maneras del régimen que utilizó, antes de las elecciones del 2006, el Presidente de PDVSA para expresar de qué manera se haría comprender a los petroleros “contrarrevolucionarios” cuál sería su destino si osaban votar por una opción distinta a la de Hugo Chávez como presidente. 

Imagínese usted, señor, que su esposa le impusiera el silencio a golpes de amasador cuando le exija que le apruebe que ella pueda decidir, sin consultarle –o peor, desconociendo lo que ya había sido objeto de discusión y de decisión previa- cuál será la religión, la preferencia sexual, o el idioma que hablarán sus hijos. Y que cuando usted tratase de hacerla entrar en razón –por aquello de que esas decisiones no puede tomarlas ella sola, mucho menos dejando de lado el parecer de sus muchachos y cuando ya aquellos eran temas discutidos- se le apareciese su dama acompañada nada más y nada menos que de Lina Ron para que, con su proverbial “pero armada” y muy poco femenina “ternura revolucionaria”, le enseñase a culatazos, insultos y a bombazos que las razones y órdenes de su mujer no están sujetas a debate. 

Imaginemos entonces un futuro cerrado al diálogo, negado a la palabra como medio para la comprensión entre personas que tienen ideas distintas. Imaginemos un futuro en el que a nuestros hijos no se les enseñen las virtudes de la paz o la belleza de un mundo plural y tolerante sino las “bondades” de imponer el propio egoísmo y nuestros individuales anhelos a pedradas, a balazos o en uso de la fuerza. 

Esa es la realidad futura a la que Chávez nos está forzando. Esa es la verdad irracional que él profesa –el que “tenga oídos que oiga”’- y la que siguen sus más radicales, los cada vez menos, valga decir, acólitos. Pero la paz es insistente, y su voz es ensordecedora ante los abusos. El garrote sirve –y sólo a veces- para espantar a las fieras, pero es inútil cuando se le enfrenta a las ideas. Es de nuestra naturaleza –la de los verdaderos demócratas- buscar el entendimiento entre opuestos por encima de las propias convicciones, mirando siempre no hacia el propio beneficio sino hacia el bienestar común. Está en nuestro futuro, que se representa en nuestra irreductible juventud –esa que no logra dominar ni descifrar el presidente en su agonía- el deseo de construir un mejor país, no desde el desconocimiento del “otro” y de sus sueños, sino desde el reconocimiento de que los anhelos del contrario y los nuestros son igualmente legítimos, deben poder expresarse en libertad y pueden encontrar, en la palabra, canales que nos permitan ver que, al final, lo que queremos para nuestros hijos e hijas -y por encima de todo, lo que no queremos para ellos- es lo mismo.


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