"Nunca son más bellas las
playas del destierro que cuando se les dice adiós".
José Martí
Por los sótanos y a toda
velocidad. Como si defender estudiantes de los atropellos
del poder fuese un pecado y para ocultarnos de las iras
incontenidas de Lina Ron y de sus afectos, que incluso a
esas horas medraban cual tiburones de aguas oscuras a la
espera de algún incauto bocado con el que nutrir, aún más,
sus violentos e irracionales anhelos.
Así salimos de los tribunales la
semana pasada, ya avanzada la madrugada del miércoles. Los
estudiantes injustamente detenidos al abrazo de sus
familias. Yo a terminar de hacer las maletas para, casi de
inmediato, bajar al aeropuerto y volar a Miami a las 8.20 de
la mañana de ese mismo día.
No me iba sin embargo –como
muchos de nuestros nuevos
boliburgueses, a
muchos de los cuales tuve la oportunidad de ver gozando de
lo lindo de sus muchos dólares mal habidos- de vacaciones ni
a comprar esos objetos que sólo se hallan en las exclusivas
tiendas del “imperio” a las que cada vez menos venezolanos y
venezolanas –como no sean dignos próceres de la
“revolución”- tenemos acceso. Iba, sueño y trasnocho
forzados de por medio, a intervenir en una serie de eventos
que tuvieron lugar esta semana pasada en el marco del
“Encuentro entre los asilados venezolanos y cubanos”.
Fue éste un encuentro entre
perseguidos, entre parias, entre excluidos. Un encuentro
entre hombres y mujeres que comparten la tristeza de haber
tenido que dejar sus patrias amadas por haber hecho lo que a
todo ciudadano debe permitírsele hacer so pena de negarle,
si así no se procede, su más esencial humanidad: disentir
del poder y expresar su disconformidad frente al abuso y las
arbitrariedades de sus gobernantes. Fue un encuentro emotivo
y contundente, digno de pasar a la posteridad por las
enseñanzas que de éste pueden ser tomadas.
La gran coordinadora de nuestra
apretada agenda por parte de Venezuela fue Patricia Poleo.
Pero allí también se dieron cita muchos venezolanos y
venezolanas insignes a los que la historia, en su momento,
colocará en el sitial de honor que merecen. Juan Fernández,
el Capitán Javier Nieto Quintero, Gisela Parra, Edgar
Quijano, el Teniente José Antonio Colina y muchos otros a
los que ruego humildemente que me excusen mi mala memoria.
Estuvieron allí también Alberto Díaz (padre de Raúl Díaz,
preso político desde hace ya cinco años) y Nimar Cedeño y
Eliana Quero de Cedeño, hija y esposa respectivamente de
Eligio Cedeño, a las que les ha tocado la triste suerte de
inaugurar, con otros, la lista venezolana de familiares de
presos, ya no políticos, sino del poder. O mejor, dicho, de
los “caprichos” del poder.
Y todos éstos venezolanos y
venezolanas compartieron palestra y sentir con los exiliados
y exiliadas cubanas. De entre todas las que intervinieron
por Cuba destacan las voces de las Damas de Blanco, de
Teresa Bastanzuri Barrios, de Pedro Corzo, de Ángel de Sana,
de Mario Echevarría, de Salvador Romaní y de, nada más y
nada menos, que Huber Matos, al que ningún “revolucionario”
de estos de comiquita que tenemos acá puede escatimarle ni
un ápice de valentía ni, mucho menos, su pretérito
compromiso con lo que fue aquel sueño cubano que, de la mano
de Fidel Castro, nunca se concretó y hoy es más bien, como
nuestro régimen, sinónimo de iniquidad.
Hubo muchos protagonistas
ausentes, en el sentido físico de la palabra, pero que
igualmente dejaron sentir, aún desde la distancia, su
indeleble impronta. De entre todos ellos destacó, poderoso,
el estudiantado venezolano al que todos, sin excepción,
reconocen como uno de los verdaderos y más promisorios
paladines de la lucha contra la barbarie que nos amenaza en
Venezuela y que ahora
–“era de esperarse” comentaban los más
experimentados cubanos- pretende eternizarse en el poder a
costa de lo que sea.
Las lecciones de la historia
están allí para quienes quieran prestarles atención. Ir a
votar por el “SI” o permanecer indiferentes ante la afrenta
que supone la propuesta presidencial de perpetuarse en el
poder, violentando con ello la voluntad popular ya expresada
sobre el punto, es desconocer la tristeza que afrontan no
sólo quienes, como nuestro amigo Maraco, el más reciente de
todos, demoran por motivos políticos en nuestras cárceles a
la espera de una justicia que –por ahora- no llega. Es
desconocer que 19 familias –oficialistas, opositoras, pero
todas venezolanas- aún esperan por la respuesta a la
pregunta de quién les privó del amor de un ser querido
durante los sucesos de Abril de 2002. Es olvidarse de los
marinos mercantes detenidos, de perseguidos de Los Semerucos,
de los más de 20.000 trabajadores despedidos injustamente de
PDVSA, de la Plaza Francia y de RCTV, por sólo mencionar
algunos eventos de nuestra historia de alevosa persecución
política reciente. Es pasar por alto la pobreza, el
desempleo, la inflación o los casi 150.000 muertos a manos
de la inseguridad que tantos hogares enluta en Venezuela. Es
olvidarse del hambre de nuestros infantes y del desespero de
nuestros ancianos. Es demostrar una irresponsabilidad
inexcusable frente a quienes han tenido que huir de nuestro
país a la espera de poder volver al abrazo de su familia y
de sus amigos y que, mientras escribo estas líneas, no han
podido ver bellas las costas del destierro porque aún no
pueden despedirse de ellas.
No podemos olvidar ni dar la
espalda a nuestros perseguidos, a nuestros presos, a
nuestros exiliados. Ni a la realidad.
No vaya a ser que, como contó en
su dramático testimonio Teresa Bastanzuri en este encuentro
que relato, tengamos que aprender que, cuando se oye por
primera vez, el sonido que hace el machete de la dictadura y
de la maldad sobre las costillas de un perseguido político,
maniatado por las dictaduras cobardes que no creen tener
límite alguno, nunca se olvida y nos persigue en sueños
todas las noches.