El país se siente extraño. Al
menos eso es lo que se percibe desde este modesto lado de la
acera política y personal. De una parte el oficialismo
–aunque con una prudencia poco común- persiste en el
discurso maniqueo y divisionista y sin verdaderos ánimos de
reconciliarse con ese “otro país” que ha revelado –pese a
las dudas que aún se albergan- ser mucho más importante y
nutrido de lo que el mismo presidente, en su ofuscación
personalista, quiere reconocer. En ello, me imagino, hay
mucho de no saber ganar, lo que casi siempre –lo demuestra
la historia- es peor que no saber perder. De la otra, la
oposición –que sigue sin encontrar un liderazgo responsable
que canalice sus anhelos de reconocimiento formal- se debate
entre quienes, los menos, aún no pueden creer la derrota del
pasado 15F –y juegan, sin hacer propuestas concretas, a
clamar “fraude” y a llamar al absurdo desconocimiento de la
“otra” realidad que también existe- y quienes, como quien
suscribe, tratan de encontrar en lo ocurrido más que una
explicación –sin dejarla de lado pues es importante
conocerla- una oportunidad.
Pero llegaron los carnavales y,
como somos venezolanos, la cosa ha quedado como en
“veremos”. El oficialismo –que sin embargo nunca detiene su
maquinaria- ha entendido que debe dejar reposar los ánimos
un poco si es que quiere retomar cierta gobernabilidad. La
oposición, cansada del apabullante ventajismo también se
apresta a recargar las baterías para enfrentarse, sin ver el
mundo a través de los velos de la emocionalidad, a nuestra
nueva realidad.
¿Qué cambió? Absolutamente nada.
Chávez sigue siendo presidente –iba a seguir siéndolo pasara
lo que pasara el 15F- e igualmente, salvo que se embarque en
una aventura “relegitimadora” en la que quizás le toque
llevar las tablas sobre la cabeza, deberá medirse en
elecciones en el año 2012. La oposición sigue enfrentando el
reto de lograr un liderazgo unificado y responsable –digo,
un liderazgo de esos a los que la sola mención de una
investigación no haga poner los pies en polvorosa- y,
además, el mucho más acuciante de darse a la creación de una
visión alternativa del país que mantenga seducidos a sus
seguidores y, lo que es más importante, seduzca a la
importante masa de irresponsables “Ninis” y a quienes, por
las razones que sea, aún siguen creyendo en las cuentas y
espejitos revolucionarios.
Por eso quiero plantear que nos
ocupemos de éstas últimas labores con empeño y dedicación.
Quiero proponer –y destaco que no he sido el único que ha
pensado en lo mismo- un gran debate nacional sobre las
agendas pendientes en materia económica, social, cultural y
política en general. Quiero que nos ocupemos de estructurar
un “Plan Alternativo” que desde la ideología –que no sólo
desde la respuesta espasmódica ante los desaguisados
oficialistas- aborde desde cómo enfrentar la inseguridad, el
desempleo y las fallas de nuestro sistema educativo hasta
las soluciones que se proponen para paliar la crisis
económica que se nos avecina. Pero todo ello desde el
reconocimiento del “otro”, de quien no comulga con nuestro
ideario político y que, por ser parte de este mismo navío
que llamamos Venezuela, también tiene derecho a ser
escuchado y tomado verdaderamente en cuenta sin exclusiones.
Ni las que puedan nacer del sectarismo político ni las que
encuentren su sustento en las diferencias generacionales.
Ésa sería mi propuesta y, de una vez, me pongo a la
disposición de quien desee sumarse a esta iniciativa
–oficialista u opositor- para empezar a construir una
necesaria Venezuela distinta desde ya. El futuro lo
demanda.
Y quiero además, con todo el
derecho que me asiste en ello por el simple hecho de ser
ciudadano de esta nación,
retar formalmente al
presidente Hugo Chávez Frías a debatir conmigo, sin
intermediarios y cara a cara, públicamente o en privado si
es que no quiere enfrentarse a la ciudadanía a la que se
debe, sobre el tema de la inseguridad. Mi
especialidad –las ciencias penales y criminológicas- y mi
desempeño docente en tales áreas por más de una década me
acreditan suficientemente para darle, sin mezquindad y con
la mira puesta en el interés común, algunas ideas. O por lo
menos ayudarle a ver las cosas desde otra perspectiva
distinta y, en mis modestas posibilidades, más eficaz.
Y no hay en mi gesto ningún
interés de protagonismo ni altanería alguna. Le hago el reto
con humildad y preocupación. Ciudadano Presidente Hugo
Chávez Frías, usted mismo ha dicho recientemente -¡ya era
hora de que se escuchara eso de su boca!- que quiere
enfrentarse a la inseguridad y que desea que las calles de
las ciudades, de los pueblos y de los barrios sean de nuevo
transitables y se hagan seguras para todos.
¡Le tomo la palabra!.
Sin que esto quiera decir que esté dispuesto a decirle, como
muchos de sus seguidores, sólo que usted desea oír, le
prometo dejar de lado todo sesgo político, o mis impresiones
personales sobre usted y sobre sus desempeños de lado
y focalizarme en la
solución del problema, que no en las críticas a su gestión.
Espero que usted sepa hacer lo mismo y tome conciencia que
casi 150.000 muertos a manos de la violencia en los últimos
diez años le exigen, silentes pero ominosos, que en este
tema –así como en muchos otros- se comporte por fin como un
verdadero estadista y no como un candidato en permanente
campaña.
Le haré llegar este reto, hecho
mi propuesta formal, a Miraflores esta misma semana, y
pondré a la disposición de quien así lo solicite la misiva
debidamente sellada y firmada como recibida. Que no se diga
después que no se le quiere ayudar o que la oposición no
está dispuesta al diálogo.
Con el debido respeto espero
entonces, ciudadano Hugo Chávez Frías -como millones de
ciudadanos que hemos hecho de Venezuela nuestro primer amor
y que queremos soluciones y no conflictos- su pronta
respuesta.