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Cuando los estudiantes protestan…
Gonzalo Himiob Santomé
lunes, 19 enero 2009


…los dictadores tiemblan. Eso es precisamente lo que está ocurriendo ahora. He tenido el privilegio de estar presente –unas veces como invitado, otras como silente testigo- en asambleas y reuniones estudiantiles recientes en diferentes universidades nacionales en las que se discute, con la pasión y cordura que exhiben quienes se saben los indiscutibles dueños del futuro, cuál será postura del estudiantado frente a la enmienda propuesta por el presidente Hugo Chávez. Son todos estos eventos dignos ejemplos –que a todos deben llenarnos de orgullo y de esperanza- de verdadera democracia participativa y protagónica. Y en todos ellos, incluso abriendo el espacio para quienes militan en las filas del oficialismo expresen sus posturas, queda claro que una abrumadora mayoría de los jóvenes de nuestra nación no está dispuesta a dejarse pasar la “bola baja” de la enmienda constitucional propuesta por Chávez, y no lo están sobre la base de que casi todos los asistentes –incluso los que podrían ser calificados como estudiantes chavistas- coinciden en que aceptar tal despropósito sería un verdadero atentado contra la voluntad popular. 

Y no se trata de descubrir en éstas expresiones –lo que al presidente pare tenerle sin cuidado- que ya se sabe en la juventud que la enmienda por sí misma no resolverá ninguno de los más acuciantes problemas sociales. Ni de que en éstos ejercicios de diálogo y debate se coincida en que, jurídicamente –sorprende muy gratamente el nivel y la densidad del conocimiento constitucional de nuestros universitarios- la enmienda no puede alterar, como en efecto lo altera, el carácter definitivamente alternativo –que no “alternable” o “posiblemente alternativo”- de nuestro gobierno en nuestro modelo de Estado. Tampoco, mucho menos, de que se sepa sin duda alguna, y aflore de estas voces jóvenes sin ambages, que el tema de la reelección presidencial indefinida ya había sido sometido a la consideración del pueblo que, definitivamente, lo rechazó. 

Es algo mucho más denso que todo lo anterior lo que se demuestra al país desde los claustros universitarios. Nuestros estudiantes han descubierto la costura rota por la que se escapan y se hacen evidentes los anhelos personalistas y autoritarios de Hugo Chávez. Están convencidos de que sus expectativas de vida y sus sueños no son siquiera tenidos en cuenta por nuestro más alto mandatario, que no duda en cercenar cualquier posibilidad –incluso entre sus filas- de surgimiento a un liderazgo alternativo que le sustituya. Y no están dispuestos nuestros universitarios a hipotecar de esta forma burda que ahora se pretende imponer nuestros destinos. Por eso Chávez les teme. Y no escatima en estériles amenazas y provocaciones que, para su mayor disgusto, no hacen sino exacerbar los ánimos de lucha democrática en nuestra juventud. 

Así lo demuestra cuando, en una de sus últimas alocuciones, ordenó a los cuerpos de seguridad echarles “gas del bueno” –me pregunto, ya que he aspirado mis buenas cuotas de todos los que usa el régimen para intimidar a la disidencia, ¿cuál será ese?- y arrestar a los dirigentes estudiantiles que coordinen las protestas contra sus desafueros. Con ello el presidente hace evidentes dos verdades monumentales. La primera, que su “revolución” no es más que “involución” porque ¿dónde se ha visto que una revolución no cuente con el apoyo de los estudiantes al punto de que sea necesario “echarles gas” cuando se expresan?. La segunda, que sus armas no son las del convencimiento o las de la razón, sino las de la fuerza y las de la violencia. Lo suyo no es el diálogo sino la imposición. Lo suyo no es la verdad sino la negación obtusa de la realidad. 

Y es que Chávez está aterrado. Y por eso es más peligroso. Sabe que su propuesta no encuentra acogida en un pueblo que ya no le cree y recurre, como siempre, al expediente de la ira para resolver un problema que no es del colectivo –como él pretende hacerlo ver con desespero- sino sólo suyo. Sabe que los escudos de poder que le defienden de la justicia, nacional o internacional, por sus sistemáticos abusos y desafueros tienen, hoy por hoy, los días contados. Por eso, para nuestro presidente, lo importante no es el país. Lo importante para Chávez es mantenerse gobernando la mayor cantidad de tiempo posible a costa de lo que sea, y así lo demuestra día a día. 

Chávez da sus órdenes represivas como si tuviera el poder para darlas. No toma en cuenta que en una democracia verdadera no es el presidente el que puede ordenar a las autoridades que detengan a nadie. Y más allá, ni siquiera toma nota de que las fuerzas armadas y de seguridad están llenas de padres y madres de éstos mismos jóvenes que, para su pesar, saben perfectamente que sus hijos e hijas no son “agentes del imperio” o “de la CIA”, sino ciudadanos que ya le han dado, casi todos ellos, más de la mitad de sus vidas de plazo para demostrar que su saco de promesas incumplidas no estaba lleno, como lo demuestran los hechos al cabo de más de diez años, sólo de aire caliente. 

Y escapa de toda consideración constitucional sobre el mínimo respeto que se debe, especialmente desde el poder, a los derechos humanos. Y a la que les recuerda a estos funcionarios que el Art. 25 de nuestra Carta Magna dice claramente que los actos del poder dictados en violación de la Constitución –como los que acaba de ordenar el presidente contra el estudiantado- son nulos, y que los funcionarios que los ejecuten son directa y personalmente responsables por éstos “sin que les sirvan de excusa órdenes superiores”. 

Por supuesto, no faltará un exaltado, o un aprovechado, que pretenda prestar sus empeños a la violencia que Chávez se afana en promover. Pero no cederán los estudiantes a sus manipulaciones ni a las provocaciones. Son mucho más inteligentes e imaginativos que él. Y lo demuestran continuamente.  

La historia, y la justicia, de seguir en sus empeños maniqueos, les esperarán en la bajadita. Y la juventud lo sabe.


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