…los dictadores
tiemblan. Eso es precisamente lo que está ocurriendo ahora.
He tenido el privilegio de estar presente –unas veces como
invitado, otras como silente testigo- en asambleas y
reuniones estudiantiles recientes en diferentes
universidades nacionales en las que se discute, con la
pasión y cordura que exhiben quienes se saben los
indiscutibles dueños del futuro, cuál será postura del
estudiantado frente a la enmienda propuesta por el
presidente Hugo Chávez. Son todos estos eventos dignos
ejemplos –que a todos deben llenarnos de orgullo y de
esperanza- de verdadera democracia participativa y
protagónica. Y en todos ellos, incluso abriendo el espacio
para quienes militan en las filas del oficialismo expresen
sus posturas, queda claro que una abrumadora mayoría de los
jóvenes de nuestra nación no está dispuesta a dejarse pasar
la “bola baja” de la enmienda constitucional propuesta por
Chávez, y no lo están sobre la base de que casi todos los
asistentes –incluso los que podrían ser calificados como
estudiantes chavistas- coinciden en que aceptar tal
despropósito sería un verdadero atentado contra la voluntad
popular.
Y no se trata de
descubrir en éstas expresiones –lo que al presidente pare
tenerle sin cuidado- que ya se sabe en la juventud que la
enmienda por sí misma no resolverá ninguno de los más
acuciantes problemas sociales. Ni de que en éstos ejercicios
de diálogo y debate se coincida en que, jurídicamente
–sorprende muy gratamente el nivel y la densidad del
conocimiento constitucional de nuestros universitarios- la
enmienda no puede alterar, como en efecto lo altera, el
carácter definitivamente alternativo –que no “alternable” o
“posiblemente alternativo”- de nuestro gobierno en nuestro
modelo de Estado. Tampoco, mucho menos, de que se sepa sin
duda alguna, y aflore de estas voces jóvenes sin ambages,
que el tema de la reelección presidencial indefinida ya
había sido sometido a la consideración del pueblo que,
definitivamente, lo rechazó.
Es algo mucho
más denso que todo lo anterior lo que se demuestra al país
desde los claustros universitarios. Nuestros estudiantes han
descubierto la costura rota por la que se escapan y se hacen
evidentes los anhelos personalistas y autoritarios de Hugo
Chávez. Están convencidos de que sus expectativas de vida y
sus sueños no son siquiera tenidos en cuenta por nuestro más
alto mandatario, que no duda en cercenar cualquier
posibilidad –incluso entre sus filas- de surgimiento a un
liderazgo alternativo que le sustituya. Y no están
dispuestos nuestros universitarios a hipotecar de esta forma
burda que ahora se pretende imponer nuestros destinos. Por
eso Chávez les teme. Y no escatima en estériles amenazas y
provocaciones que, para su mayor disgusto, no hacen sino
exacerbar los ánimos de lucha democrática en nuestra
juventud.
Así lo demuestra
cuando, en una de sus últimas alocuciones, ordenó a los
cuerpos de seguridad echarles “gas del bueno” –me pregunto,
ya que he aspirado mis buenas cuotas de todos los que usa el
régimen para intimidar a la disidencia, ¿cuál será ese?- y
arrestar a los dirigentes estudiantiles que coordinen las
protestas contra sus desafueros. Con ello el presidente hace
evidentes dos verdades monumentales. La primera, que su
“revolución” no es más que “involución” porque ¿dónde se ha
visto que una revolución no cuente con el apoyo de los
estudiantes al punto de que sea necesario “echarles gas”
cuando se expresan?. La segunda, que sus armas no son las
del convencimiento o las de la razón, sino las de la fuerza
y las de la violencia. Lo suyo no es el diálogo sino la
imposición. Lo suyo no es la verdad sino la negación obtusa
de la realidad.
Y es que Chávez
está aterrado. Y por eso es más peligroso. Sabe que su
propuesta no encuentra acogida en un pueblo que ya no le
cree y recurre, como siempre, al expediente de la ira para
resolver un problema que no es del colectivo –como él
pretende hacerlo ver con desespero- sino sólo suyo. Sabe que
los escudos de poder que le defienden de la justicia,
nacional o internacional, por sus sistemáticos abusos y
desafueros tienen, hoy por hoy, los días contados. Por eso,
para nuestro presidente, lo importante no es el país. Lo
importante para Chávez es mantenerse gobernando la mayor
cantidad de tiempo posible a costa de lo que sea, y así lo
demuestra día a día.
Chávez da sus
órdenes represivas como si tuviera el poder para darlas. No
toma en cuenta que en una democracia verdadera no es el
presidente el que puede ordenar a las autoridades que
detengan a nadie. Y más allá, ni siquiera toma nota de que
las fuerzas armadas y de seguridad están llenas de padres y
madres de éstos mismos jóvenes que, para su pesar, saben
perfectamente que sus hijos e hijas no son “agentes del
imperio” o “de la CIA”, sino ciudadanos que ya le han dado,
casi todos ellos, más de la mitad de sus vidas de plazo para
demostrar que su saco de promesas incumplidas no estaba
lleno, como lo demuestran los hechos al cabo de más de diez
años, sólo de aire caliente.
Y escapa de toda
consideración constitucional sobre el mínimo respeto que se
debe, especialmente desde el poder, a los derechos humanos.
Y a la que les recuerda a estos funcionarios que el Art. 25
de nuestra Carta Magna dice claramente que los actos del
poder dictados en violación de la Constitución –como los que
acaba de ordenar el presidente contra el estudiantado- son
nulos, y que los funcionarios que los ejecuten son directa y
personalmente responsables por éstos “sin que les sirvan
de excusa órdenes superiores”.
Por supuesto, no
faltará un exaltado, o un aprovechado, que pretenda prestar
sus empeños a la violencia que Chávez se afana en promover.
Pero no cederán los estudiantes a sus manipulaciones ni a
las provocaciones. Son mucho más inteligentes e imaginativos
que él. Y lo demuestran continuamente.
La historia, y
la justicia, de seguir en sus empeños maniqueos, les
esperarán en la bajadita. Y la juventud lo sabe.