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El país en frío
Gonzalo Himiob Santomé
lunes, 16 febrero 2009


El timón del escenario político recibe un nuevo golpe y se perfilan nuevas alternativas. Nos llaman de Chile, de Colombia, de Estados Unidos. Nos preguntan nuestras impresiones sobre lo que pasó el 15F y nos piden algunas de nuestras opiniones sobre lo que cabe esperar de ahora en adelante. Trato de analizar la situación desprovisto de apasionamientos y esbozo entonces algunas ideas. 

Creo que a rasgos generales siguen siendo el miedo y la apatía los enemigos a vencer en Venezuela. Chávez articuló su estrategia preelectoral contando con estos poderosos aliados y una vez más tanto el uno como la otra prestaron a la causa oficialista valiosos servicios. No eran casuales las previas persecuciones y los allanamientos a los estudiantes ni las amenazas igualmente previas a todo lo que oliera a oposición. No eran producto de la desobediencia “contrarrevolucionaria” ni “hechos aislados” los desmanes de los criminales de “La Piedrita” ni los abusos contra los funcionarios públicos a los que, como todos sabemos –y ya se pedirán debidas cuentas de ello-, se les obligó con la fuerza y con el engaño a votar por la opción oficialista. No fue un “acto de soberanía” la expulsión reciente de un observador español ni un hecho del “hampa común” la destrucción de un templo religioso judío. Todo, ya se ve, era parte del un plan muy bien meditado dirigido promover en las filas del oficialismo el miedo, la conciencia de que si “no se está con Chávez se está contra él” y la de que eso puede significar hasta la pérdida del sustento u otras cosas peores. Y también para fomentar en las filas de los opositores y en las de los mal llamados “niní” –y digo “mal llamados” porque en un país como éste no tener postura política definida es validar el oprobio- la apatía electoral, esto es, la abstención como propuesta irresponsable de cara al miedo que genera asentar en actas nuestro rechazo al poder. 

Viendo las cosas en frío no podemos evitar confrontarnos con la realidad. Aún Chávez tiene importantes –más no absolutos- espacios de popularidad y hay que reflexionar y elaborar sobre el por qué de ello. Mi postura en relación a éste fenómeno ya la he esbozado otras veces y tiene que ver con la ausencia de propuestas alternativas y de referentes válidos y unificados en el otro lado de la acera política. Pero además vienen tiempos oscuros. A estas alturas, amigos oficialistas, nadie tiene -ni siquiera ustedes, lo que hace patético su escuálido empeño festivo- la menor idea de cómo es que van a quedar redactados los artículos de la Constitución cuya enmienda fue aprobada por la exigua mayoría que la validó. Y eso genera inseguridad jurídica e indebidas desesperanzas. En materia de reelección perpetua –así hemos de llamarla ahora- Puede pasar cualquier cosa. Desde  que el presidente se limite a quitar del 230 de nuestra Carta Magna aquello de que se puede reelegir “por una sola vez” hasta que le añada que el periodo presidencial ya no es de seis años sino de quince o de veinte años. Y eso es así porque desde el oficialismo –y esto se cuestionó hasta la saciedad- ni siquiera se tuvo la decencia, en la histérica premura que denotaba el poder en sus empeños, de exponer o explicar al pueblo cómo es que quedarían redactados en definitiva los artículos a ser enmendados si es que se aprobaba la enmienda. 

También es menester destacar que –salvo que la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia vuelva a hacer de las suyas- la victoria de ayer sólo supone para el presidente la posibilidad de volverse a postular –de hecho, ya lo hizo, dando cuenta de que lo único que le interesa es él mismo, que no el país que se le cae a pedazos mientras se mantiene en sus delirios- para los comicios presidenciales del 2012, que no necesariamente que pueda llegar a tales eventos electorales en el poder o, de ser el caso, que pueda ganarlos. Y Chávez no la tiene fácil. La verdad de los números preliminares –siempre preliminares para desgracia propia- del CNE reflejan que Chávez tiene a las puertas de sus próximos años de mandato no sólo una crisis económica sin precedentes que, según les entendidos, está por estallarnos en la cara –y por eso, entre otras cosas, los apuros mirafloreños para que se aprobase la enmienda- sino a un pueblo profundamente dividido en cuanto sus preferencias políticas y virtualmente equiparado –pese a los continuos desatinos de la dirigencia política opositora- en fuerzas. Ya esta división se había demostrado en el referendo del 2D y en los comicios regionales del 23N y el 15F se ratificó. Y eso no es fácil de manejar desde el poder, sobre todo si, como lo revelaron las palabras de Chávez ayer, no hay ningún tipo de deseo de enmendar la plana y de tender hacia la oposición democrática los puentes que permitan llegar a entendimientos y a acuerdos mínimos de convivencia pacífica y respetuosa de las reglas del juego. 

También, es justo reconocerlo, para que ello ocurra se necesita de gente que del lado de la oposición esté dispuesta, sin validar los abusos ni promover la impunidad –que eso es otra cosa- al diálogo serio con el opuesto, a reconocerse en “’el otro”’ y a hacer, con criterio de país, propuestas distintas y alternativas a las del chavismo que calen en la población y que verdaderamente solucionen nuestros más acuciantes problemas sociales. Pocos son los líderes opositores con experiencia que estén dispuestos a asumir esta responsabilidad y de entre ellos destaca –además del liderazgo juvenil, al que hay que seguirle dando el espacio necesario a su fogueo político- aunque no es el único, Antonio Ledezma, que ya ha dado muestras más que evidentes de tener muy claras sus metas y de tener una visión de país diferente a la del oficialismo y también a la de algunos factores de oposición que, a punta de radicalidades y de ausencia de propuestas que superen el “salir de Chávez como sea” ha devenido en vetusta, impopular y hasta “borbónica” por parafrasear a Teodoro Petkoff cuando habla de los adalides de la izquierda radical. 

Pero el futuro está allí, a la mano. Se representa en los jóvenes que el día de ayer –fui testigo de ello- dieron la batalla contra los abusos e hicieron historia. Altas y bajas, ciertamente, las hubo, pero ya Venezuela ha parido una nueva generación que tiene mucho más que aportar al país que estos oficialistas que, una vez más, ven equivocados en su triunfo –que se les reconoce- una especie de “cheque en blanco” que oculta que esta “revolución” no es más que una patraña que sólo puede ser tal porque no cuenta con el apoyo de los dueños del futuro –de la juventud- y depende de un solo hombre que, si no sale él mismo a dar la cara, pierde, pues no tiene quien le secunde ni quien le suceda. 

Y eso para un movimiento político no es victoria, es debilidad. Una grave debilidad.


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