El timón del
escenario político recibe un nuevo golpe y se perfilan
nuevas alternativas. Nos llaman de Chile, de Colombia, de
Estados Unidos. Nos preguntan nuestras impresiones sobre lo
que pasó el 15F y nos piden algunas de nuestras opiniones
sobre lo que cabe esperar de ahora en adelante. Trato de
analizar la situación desprovisto de apasionamientos y
esbozo entonces algunas ideas.
Creo que a
rasgos generales siguen siendo el miedo y la apatía los
enemigos a vencer en Venezuela. Chávez articuló su
estrategia preelectoral contando con estos poderosos aliados
y una vez más tanto el uno como la otra prestaron a la causa
oficialista valiosos servicios. No eran casuales las previas
persecuciones y los allanamientos a los estudiantes ni las
amenazas igualmente previas a todo lo que oliera a
oposición. No eran producto de la desobediencia
“contrarrevolucionaria” ni “hechos aislados” los desmanes de
los criminales de “La Piedrita” ni los abusos contra los
funcionarios públicos a los que, como todos sabemos –y ya se
pedirán debidas cuentas de ello-, se les obligó con la
fuerza y con el engaño a votar por la opción oficialista. No
fue un “acto de soberanía” la expulsión reciente de un
observador español ni un hecho del “hampa común” la
destrucción de un templo religioso judío. Todo, ya se ve,
era parte del un plan muy bien meditado dirigido promover en
las filas del oficialismo el miedo, la conciencia de que si
“no se está con Chávez se está contra él” y la de que eso
puede significar hasta la pérdida del sustento u otras cosas
peores. Y también para fomentar en las filas de los
opositores y en las de los mal llamados “niní” –y digo “mal
llamados” porque en un país como éste no tener postura
política definida es validar el oprobio- la apatía
electoral, esto es, la abstención como propuesta
irresponsable de cara al miedo que genera asentar en actas
nuestro rechazo al poder.
Viendo las
cosas en frío no podemos evitar confrontarnos con la
realidad. Aún Chávez tiene importantes –más no absolutos-
espacios de popularidad y hay que reflexionar y elaborar
sobre el por qué de ello. Mi postura en relación a éste
fenómeno ya la he esbozado otras veces y tiene que ver con
la ausencia de propuestas alternativas y de referentes
válidos y unificados en el otro lado de la acera política.
Pero además vienen tiempos oscuros.
A estas alturas, amigos
oficialistas, nadie tiene -ni siquiera ustedes, lo que hace
patético su escuálido empeño festivo- la menor idea de cómo
es que van a quedar redactados los artículos de la
Constitución cuya enmienda fue aprobada por la exigua
mayoría que la validó. Y eso genera inseguridad
jurídica e indebidas desesperanzas. En materia de reelección
perpetua –así hemos de llamarla ahora- Puede pasar cualquier
cosa. Desde que el presidente se limite a quitar del 230 de
nuestra Carta Magna aquello de que se puede reelegir “por
una sola vez” hasta que le añada que el periodo presidencial
ya no es de seis años sino de quince o de veinte años. Y eso
es así porque desde el oficialismo –y esto se cuestionó
hasta la saciedad- ni siquiera se tuvo la decencia, en la
histérica premura que denotaba el poder en sus empeños, de
exponer o explicar al pueblo cómo es que quedarían
redactados en definitiva los artículos a ser enmendados si
es que se aprobaba la enmienda.
También es
menester destacar que –salvo que la Sala Constitucional del
Tribunal Supremo de Justicia vuelva a hacer de las suyas- la
victoria de ayer sólo supone para el presidente la
posibilidad de volverse a postular –de hecho, ya lo hizo,
dando cuenta de que lo único que le interesa es él mismo,
que no el país que se le cae a pedazos mientras se mantiene
en sus delirios- para los comicios presidenciales del 2012,
que no necesariamente
que pueda llegar a tales eventos electorales en el poder o,
de ser el caso, que pueda ganarlos. Y Chávez no
la tiene fácil. La verdad de los números preliminares
–siempre preliminares para desgracia propia- del CNE
reflejan que Chávez tiene a las puertas de sus próximos años
de mandato no sólo una crisis económica sin precedentes que,
según les entendidos, está por estallarnos en la cara –y por
eso, entre otras cosas, los apuros mirafloreños para que se
aprobase la enmienda- sino a un pueblo profundamente
dividido en cuanto sus preferencias políticas y virtualmente
equiparado –pese a los continuos desatinos de la dirigencia
política opositora- en fuerzas. Ya esta división se había
demostrado en el referendo del 2D y en los comicios
regionales del 23N y el 15F se ratificó. Y eso no es fácil
de manejar desde el poder, sobre todo si, como lo revelaron
las palabras de Chávez ayer, no hay ningún tipo de deseo de
enmendar la plana y de tender hacia la oposición democrática
los puentes que permitan llegar a entendimientos y a
acuerdos mínimos de convivencia pacífica y respetuosa de las
reglas del juego.
También, es
justo reconocerlo, para que ello ocurra se necesita de gente
que del lado de la oposición esté dispuesta, sin validar los
abusos ni promover la impunidad –que eso es otra cosa- al
diálogo serio con el opuesto, a reconocerse en “’el otro”’ y
a hacer, con criterio de país, propuestas distintas y
alternativas a las del chavismo que calen en la población y
que verdaderamente solucionen nuestros más acuciantes
problemas sociales. Pocos son los líderes opositores con
experiencia que estén dispuestos a asumir esta
responsabilidad y de entre ellos destaca –además del
liderazgo juvenil, al que hay que seguirle dando el espacio
necesario a su fogueo político- aunque no es el único,
Antonio Ledezma, que ya ha dado muestras más que evidentes
de tener muy claras sus metas y de tener una visión de país
diferente a la del oficialismo y también a la de algunos
factores de oposición que, a punta de radicalidades y de
ausencia de propuestas que superen el “salir de Chávez como
sea” ha devenido en vetusta, impopular y hasta “borbónica”
por parafrasear a Teodoro Petkoff cuando habla de los
adalides de la izquierda radical.
Pero el
futuro está allí, a la mano. Se representa en los jóvenes
que el día de ayer –fui testigo de ello- dieron la batalla
contra los abusos e hicieron historia. Altas y bajas,
ciertamente, las hubo, pero ya Venezuela ha parido una nueva
generación que tiene mucho más que aportar al país que estos
oficialistas que, una vez más, ven equivocados en su triunfo
–que se les reconoce- una especie de “cheque en blanco” que
oculta que esta “revolución” no es más que una patraña que
sólo puede ser tal porque no cuenta con el apoyo de los
dueños del futuro –de la juventud-
y depende de un solo hombre
que, si no sale él mismo a dar la cara, pierde, pues no
tiene quien le secunde ni quien le suceda.
Y eso para un
movimiento político no es victoria, es debilidad. Una grave
debilidad.