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Cuando el jefe manda bien…
Gonzalo Himiob Santomé
viernes, 16 enero 2009


“Cuando el jefe manda bien, huelgan las preguntas”. Así reza un conocido proverbio alemán que por sí mismo ya debería bastarnos para comprender cuál es el sentido de lo que la Asamblea Nacional venezolana acaba de hacer al formular, sin mayor tino, la pregunta que será sometida a consideración de casi diecisiete millones de personas, en teoría, el próximo 15 de Febrero. Y digo “en teoría” porque se supone –esto es, en un país que funcionase como tal, que no como una finca de la que dispone a placer un autoritario caporal- que la fecha para la realización de este tipo de consultas, una vez aprobadas, no la fija ni el cuerpo legislador ni el presidente de la República. Mucho menos como éste lo hizo, es decir, sin siquiera esperar que se discutiera su propuesta para por lo menos dar la impresión de que “no sabía” –por aquello de salvaguardar al menos la imagen de que en Venezuela existe eso que se conoce como la “separación de poderes”- si iba a ser aprobada o no.

Por supuesto, a nadie escapa que en Venezuela, para las instituciones públicas, la palabra de Hugo Chávez es ley, y que quizás por eso el presidente sabía perfectamente que en la AN no se iba a discutir con seriedad lo que se propuso porque había que mejor perder el tiempo metiendo las narices en conflictos ajenos o gozando de ver femeninas desnudeces por Internet.

Pero vayamos más allá de lo anecdótico. No sólo es engañoso pretender que el pueblo venezolano no ha expresado ya, de manera clara y contundente, su sentir negativo con respecto a la reelección indefinida; o jugar a que a través de una enmienda se pueden alterar principios esenciales al modelo de Estado venezolano como el del carácter materialmente alternativo del gobierno que esta recogido de manera clara en uno de los artículos (el 6°) de la Constitución venezolana que está, precisamente, en el título relativo a los “Principios Fundamentales”. También lo es presentar al pueblo una pregunta que no sólo demuestra que el “jefe no manda bien” –y que por eso necesita preguntar si se le va a dejar seguir gobernando eternamente como lo desea o no- sino que además no arroja luces sobre lo que en definitiva se desea hacer, sino sólo más oscuridades y confusiones.

La pregunta que según la AN venezolana se quiere formular al pueblo, matices más, matices menos, es la siguiente:

“¿Aprueba usted la enmienda de los artículos 162, 170, 174, 192, y 230 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, tramitada por la Asamblea Nacional que amplía los derechos políticos del pueblo, con el fin de permitir que cualquier ciudadano o ciudadana en ejercicio de un cargo de elección popular pueda ser sujeto de postulación como candidato (ta) del mismo cargo por el tiempo establecido constitucionalmente, dependiendo de su posible elección exclusivamente del voto popular?”.

Esta pregunta esconde un camelo. O mejor dicho, varios.

El primero se representa en el hecho de que no se pone a disposición de los ciudadanos el texto de los artículos que se pretende enmendar ni, mucho menos, cómo se aspira a que queden redactados después de que se apruebe la enmienda de los mismos si es que ello ocurre. Es algo así como preguntarle a una novia si está dispuesta a permitirnos cambiar nuestras maneras de tratarla, sin referirnos que cuáles son tales maneras y sin explicarle además con claridad cómo es que aspiramos a llevarnos con ella si es que consiente a nuestras pretensiones.

También hallamos otro igualmente grave. Se da por sentado que aprobar la enmienda propuesta por Chávez es “ampliar los derechos políticos del pueblo” cuando lo cierto e indiscutible es que lo que ésta pretende es darle más oportunidades al presidente –como si no hubiese tenido ya suficientes- para que siga desgobernando este país. A los que se les quiere ampliar su derecho a postularse cuantas veces lo deseen es a Hugo Chávez y a otros funcionarios de elección popular, lo que no implica ampliar a los ciudadanos su derecho a elegir que, dicho sea de paso, ya tienen, por lo menos formalmente, establecido y garantizado. De nuevo valiéndome del símil, es como mentirle a la novia diciéndole que, queriendo ser nosotros los que nos aprovechemos y beneficiemos de la oscuridad de nuestra falaz propuesta, lo que en verdad se desea es “beneficiarla” a ella, que saldría supuestamente “favorecida” si acepta nuestra felonía. Una especie de “dame a mi esto que yo quiero, que es para ti que lo quiero” -como reza algún irónico poema- que encubre la verdadera y egoísta voluntad caudillista que impulsa este nuevo despropósito de Hugo Chávez.

Se dice en la pregunta malhadada, por aquello de que la demagogia impone “dorar la píldora”, que la elección de ciertos cargos públicos dependerá, si se aprueba, “exclusivamente” del voto popular. ¿Y es que antes no era así? ¿De qué dependía y de qué depende ahora, sin enmienda, tal elección entonces? ¿No era o es del voto popular?. O sea, se ofrece como novedosa y acaramelada bondad algo que ya era del pueblo –el derecho a elegir a sus gobernantes- y sobre lo que la Constitución venezolana no permite retrocesos. Es más, no los permite ni siquiera si el pueblo así lo deseara porque, como reza el Art. 19 de la Constitución venezolana, en materia de derechos fundamentales –como el derecho a la participación política o el derecho a vivir en democracia alternativa- la regla universal es, como dicen en mi pueblo, “pa´tras ni pa´cogé impulso”. Por eso es que, por muy “democrático” que ello parezca –y así sólo lo parece- no puede someterse a consideración del pueblo, por ejemplo, la posibilidad de restaurar en Venezuela la pena de muerte, la esclavitud o la de prohibir los sindicatos. Ni tampoco, como lo desea Hugo Chávez, cambiar el carácter materialmente alternativo (no “alternable”, o “posiblemente alternativo”, que no es igual, por más que lo proponga el sofisma oficialista) del gobierno.

Cierro con una cita de Fernando Savater que espero nos haga reflexionar un poco sobre esto y nos ilustre sobre el camino a seguir: “El problema no son las preguntas que los niños formulan, sino las que nosotros nos tenemos que hacer luego”.

¡Ojalá que no tengamos que hacernos, después de responderle su pregunta al “jefe” y a sus acólitos, algunas muy incómodas, y peligrosas, preguntas!.


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