“Cuando el jefe manda bien,
huelgan las preguntas”.
Así reza un conocido proverbio alemán que por sí mismo ya
debería bastarnos para comprender cuál es el sentido de lo
que la Asamblea Nacional venezolana acaba de hacer al
formular, sin mayor tino, la pregunta que será sometida a
consideración de casi diecisiete millones de personas, en
teoría, el próximo 15 de Febrero. Y digo “en teoría” porque
se supone –esto es, en un país que funcionase como tal, que
no como una finca de la que dispone a placer un autoritario
caporal- que la fecha para la realización de este tipo de
consultas, una vez aprobadas, no la fija ni el cuerpo
legislador ni el presidente de la República. Mucho menos
como éste lo hizo, es decir, sin siquiera esperar que se
discutiera su propuesta para por lo menos dar la impresión
de que “no sabía” –por aquello de salvaguardar al menos la
imagen de que en Venezuela existe eso que se conoce como la
“separación de poderes”- si iba a ser aprobada o no.
Por supuesto, a nadie escapa que
en Venezuela, para las instituciones públicas, la palabra de
Hugo Chávez es ley, y que quizás por eso el presidente sabía
perfectamente que en la AN no se iba a discutir con seriedad
lo que se propuso porque había que mejor perder el tiempo
metiendo las narices en conflictos ajenos o gozando de ver
femeninas desnudeces por Internet.
Pero vayamos más allá de lo
anecdótico. No sólo es engañoso pretender que el pueblo
venezolano no ha expresado ya, de manera clara y
contundente, su sentir negativo con respecto a la reelección
indefinida; o jugar a que a través de una enmienda se pueden
alterar principios esenciales al modelo de Estado venezolano
como el del carácter materialmente alternativo del gobierno
que esta recogido de manera clara en uno de los artículos
(el 6°) de la Constitución venezolana que está,
precisamente, en el título relativo a los “Principios
Fundamentales”. También lo es presentar al pueblo una
pregunta que no sólo demuestra que el “jefe no manda bien”
–y que por eso necesita preguntar si se le va a dejar seguir
gobernando eternamente como lo desea o no- sino que además
no arroja luces sobre lo que en definitiva se desea hacer,
sino sólo más oscuridades y confusiones.
La pregunta que según la AN
venezolana se quiere formular al pueblo, matices más,
matices menos, es la siguiente:
“¿Aprueba usted la enmienda de
los artículos 162, 170, 174, 192, y 230 de la Constitución
de la República Bolivariana de Venezuela, tramitada por la
Asamblea Nacional que amplía los derechos políticos del
pueblo, con el fin de permitir que cualquier ciudadano o
ciudadana en ejercicio de un cargo de elección popular pueda
ser sujeto de postulación como candidato (ta) del mismo
cargo por el tiempo establecido constitucionalmente,
dependiendo de su posible elección exclusivamente del voto
popular?”.
Esta pregunta esconde un camelo.
O mejor dicho, varios.
El primero se representa en el
hecho de que no se pone a disposición de los ciudadanos el
texto de los artículos que se pretende enmendar ni, mucho
menos, cómo se aspira a que queden redactados después de que
se apruebe la enmienda de los mismos si es que ello ocurre.
Es algo así como preguntarle a una novia si está dispuesta a
permitirnos cambiar nuestras maneras de tratarla, sin
referirnos que cuáles son tales maneras y sin explicarle
además con claridad cómo es que aspiramos a llevarnos con
ella si es que consiente a nuestras pretensiones.
También hallamos otro igualmente
grave. Se da por sentado que aprobar la enmienda propuesta
por Chávez es “ampliar los derechos políticos del pueblo”
cuando lo cierto e indiscutible es que lo que ésta pretende
es darle más oportunidades al presidente –como si no hubiese
tenido ya suficientes- para que siga desgobernando este
país. A los que se les quiere ampliar su derecho a
postularse cuantas veces lo deseen es a Hugo Chávez y a
otros funcionarios de elección popular, lo que no implica
ampliar a los ciudadanos su derecho a elegir que, dicho sea
de paso, ya tienen, por lo menos formalmente, establecido y
garantizado. De nuevo valiéndome del símil, es como mentirle
a la novia diciéndole que, queriendo ser nosotros los que
nos aprovechemos y beneficiemos de la oscuridad de nuestra
falaz propuesta, lo que en verdad se desea es “beneficiarla”
a ella, que saldría supuestamente “favorecida” si acepta
nuestra felonía. Una especie de
“dame a mi esto que yo
quiero, que es para ti que lo quiero” -como reza
algún irónico poema- que encubre la verdadera y egoísta
voluntad caudillista que impulsa este nuevo despropósito de
Hugo Chávez.
Se dice en la pregunta
malhadada, por aquello de que la demagogia impone “dorar la
píldora”, que la elección de ciertos cargos públicos
dependerá, si se aprueba, “exclusivamente” del voto popular.
¿Y es que antes no era así? ¿De qué dependía y de qué
depende ahora, sin enmienda, tal elección entonces? ¿No era
o es del voto popular?. O sea, se ofrece como novedosa y
acaramelada bondad algo que ya era del pueblo –el derecho a
elegir a sus gobernantes- y sobre lo que la Constitución
venezolana no permite retrocesos. Es más, no los permite ni
siquiera si el pueblo así lo deseara porque, como reza el
Art. 19 de la Constitución venezolana, en materia de
derechos fundamentales –como el derecho a la participación
política o el derecho a vivir en democracia alternativa- la
regla universal es, como dicen en mi pueblo,
“pa´tras ni pa´cogé
impulso”. Por eso es que, por muy “democrático”
que ello parezca –y así sólo lo parece- no puede someterse a
consideración del pueblo, por ejemplo, la posibilidad de
restaurar en Venezuela la pena de muerte, la esclavitud o la
de prohibir los sindicatos. Ni tampoco, como lo desea Hugo
Chávez, cambiar el carácter materialmente alternativo (no “alternable”,
o “posiblemente alternativo”, que no es igual, por más que
lo proponga el sofisma oficialista) del gobierno.
Cierro con una cita de Fernando
Savater que espero nos haga reflexionar un poco sobre esto y
nos ilustre sobre el camino a seguir:
“El problema no son las
preguntas que los niños formulan, sino las que nosotros nos
tenemos que hacer luego”.
¡Ojalá que no tengamos que
hacernos, después de responderle su pregunta al “jefe” y a
sus acólitos, algunas muy incómodas, y peligrosas,
preguntas!.