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Mirar hacia adelante
Gonzalo Himiob Santomé
viernes, 13 febrero 2009


Hoy, a través de los ventanales de mi oficina que normalmente me reciben con la majestuosa visión del Ávila veo otra de estas tardes nubosas y algo frías que sorpresivamente nos ha deparado el mes de febrero. No me amilana sin embargo el espectáculo. Hay días en los que debemos dar la bienvenida a que, aunque sea de esta forma un tanto melancólica, la naturaleza nos invite a reflexionar y a mirar un poco hacia adentro de nosotros mismos. 

Por supuesto, no puedo demorarme mucho en mis tanteos hacia mí mismo. Tengo que lidiar con las mil y un cargas que la procura de nuestra subsistencia nos impone en esta economía de locura y con otras mil y una más con las que me han cargado los últimos acontecimientos. El teléfono –sea a través de llamadas o de mensajes- no para de llamarme a la realidad. A las nubes que coronan nuestro normalmente luminoso cielo no parece importarles mucho que tenga que ayudar a montar un centro de recepción y atención de denuncias sobre eventuales irregularidades y violaciones de derechos humanos para el próximo referendo sobre la enmienda constitucional propuesta por el presidente o que muchos líderes estudiantiles y jóvenes en general necesiten de nuestro apoyo legal ante su injusta criminalización desde el poder. Aún así a veces me refugio en ellas por unos instantes entre consideraciones que preparo sobre cómo lidiar legalmente con allanamientos y detenciones arbitrarias y la atención de los mensajes y las llamadas sobre rumores –ciertos o no- de nuevas y más elaboradas formas persecutorias contra ciudadanos y ciudadanas que sólo se limitan a hacer lo que la constitución les permite hacer: expresar su disconformidad con el poder y manifestar que la visión de país que se pretende imponer desde la presidencia no es la que ellos comparten.  

Justo cuando iba a disfrutar de unos momentos alejado de tales predicamentos mundanos colgado de alguna nube grisácea mi teléfono –esta vez el de mi escritorio- vuelve a sonar con esa melodía antipática que alguna vez le puse y que ahora no se cómo cambiar. Me informa mi secretaria que dos jóvenes, una muchacha y un muchacho de la Universidad Metropolitana, han llegado a mi despacho y quieren hacerme una consulta. Por supuesto de inmediato dejo de hacer lo que estaba haciendo –o mejor dicho, lo que no estaba haciendo- y les invito a pasar. 

Ella es hermosa cómo sólo saben serlo las venezolanas. Sobre todo las de ahora. Conjuga en sus apenas veinte años esa jovialidad propia de nuestro terruño y de su edad con una verde mirada que demuestra, sólo de pasearse por ella unos instantes, que hay en ella una prístina inteligencia y mucho más que simples ganas de “pasarla bien” y de sólo ocuparse de las cosas que –así lo recuerdo cuando yo era como ella- ocupaban la mente y los empeños de todo joven que se precie de serlo. Es mucho más “adulta” por así decirlo, de lo que yo mismo lo era a esa edad. Las circunstancias la han llevado a ser así y a enfrentarse a oprobios que no debieron ser nunca parte de su experiencia vital. Y se le nota, aún en su justa preocupación, orgullosa de ser parte de este movimiento estudiantil que tanto está dando de qué hablar a nivel mundial.  

Él, por su parte, tiene más o menos la misma edad de la muchacha. Es, como nos corresponde a nuestra condición de varones, más locuaz y un poco menos sereno que la joven. Es también buen mozo a la manera en lo son los muchachos de ahora –me siento como un anciano sólo de ponerlo de esta forma- y, en su apresurado hablar y maneras enérgicas, se evidencian una fuerza, un conocimiento de la realidad y una madurez en el análisis de nuestra situación política verdaderamente implacables. Digo, implacables contra aquello que percibe como injusto y negativo, no sólo para él, sino para su país.     

Vienen a que les cuente un poco de lo que cabe esperar –por lo menos legalmente hablando- de la aberrante persecución que contra los integrantes del movimiento estudiantil se ha disparado, desde el poder, en las últimas semanas. Les preocupa no su propio destino –están absolutamente conscientes de sus responsabilidades como líderes estudiantiles y de las cargas que vienen con ellas- sino el de los miles de sus compañeros y compañeras que les acompañan, no sólo en su universidad sino en muchas otras, en sus expresiones libertarias. Me hablan también –no sin un dejo de desencanto- de cómo perciben que los factores políticos han puesto, de manera según ellos un tanto cómoda e irresponsable, sobre los hombros del movimiento estudiantil la mayor parte del peso de la responsabilidad de cuidar los votos el próximo domingo y de hacer prevalecer con ello la voluntad popular.  

Me llama la atención que, pese a que son manifiestamente opositores –y aunque Chávez se desgañita llamándoles “pitiyanquitos”, “siervos de CIA” y otras sandeces similares- no me hablan de “hacer ganar” a ultranza el “NO” o de “desconocer” eventuales resultados adversos a sus propias posturas si es el caso. Me hablan de hacer que se respete la verdadera voluntad del pueblo, sea ésta cual sea. Y de su preocupación ante la apatía que ven en algunas personas -muchos mayores que ellos mismos- que no saben, o no quieren saber, de la importancia que en este momento histórico tiene el concurrir el próximo domingo a las urnas a decidir, una vez más, el destino del país. 

Y es que son verdaderos demócratas. Se les nota. 

Trato de disipar –dentro de mis limitadas posibilidades- sus dudas legales y de brindarles algunos consejos sobre cómo actuar ante eventuales acciones policiales desaforadas o ante allanamientos y arrestos ilegítimos. Me comprometo a darles toda la ayuda que sea necesaria de ser el caso y converso con ellos, ya al final –pues su alegría natural siempre busca un resquicio por el cual dejarse ver- de temas un poco más luminosos. Luego de celebrar entre chanzas y sonrisas nuestra victoria en la serie del Caribe me dejan inmerso en mis ocupaciones y se van un poco –sólo un poco- más tranquilos a seguir coordinando las actividades que les han sido encomendadas por sus compañeros de cara al próximo referendo. 

Mientras hablaba con ellos no podía dejar de contemplar la foto que tengo en mi oficina de mi pequeña hija. Yo les llevo a éstos muchachos más o menos veinte años. Ellos le llevan a mi niña más o menos veinte años también. Me pregunto cuál será el país en el que mi pequeña crecerá y si, alguna vez, cuando ya esté en sus veintes, tendrá la necesidad de acudir a alguien un poco mayor que ella a hacerle las mismas preguntas que éstos jóvenes hoy me hacían a mi. A la primera de mis inquietudes sólo puedo responderla desde el anhelo. Espero que mi hija crezca en un país diferente, lo cual sólo podrá ser, evidentemente, si no lo está gobernando en ese entonces la misma persona que ahora nos desgobierna a nosotros. A la segunda pregunta me la respondo ya no desde el anhelo sino desde la certeza. Y desde la esperanza. Y lo hago así porque me siento orgulloso de éstos jóvenes que, el día de mañana y pase lo que pase, estarán aquí para seguir sembrando, más allá de las adversidades y de las oscuridades que han aprendido a vencer desde sus años mozos, su semilla cívica, humanista y democrática por donde quiera que vayan. 

Y para guardar y proteger –aunque algunos hoy no les ayuden en demasía en esto- entre sus manos blancas el futuro de mi hija que, algún día -cuando para ella éstos muchachos sean unos “viejos”, o “adultos contemporáneos” mejor- podrá apoyarse con confianza en ellos y les reconocerá como los héroes y las heroínas de una gesta que dejará huella. Y la dejará pues sus adalides supieron ver hacia delante cuando otros, los poderosos, se empeñaban en mirar sólo hacia atrás.  

Así lo demostrará la historia. 

Estos jóvenes no lo saben, pero esta noche dormiré un poco más tranquilo gracias a ellos.


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