Tenemos nuevo
paladín por la pobreza. Su nombre es Eduardo Samán y es
nuestro flamante Ministro del Comercio. Antes libraba sus
quijotescas y revolucionarias batallas desde el INDECU
(ahora INDEPABIS) pero siempre –así lo propone- en defensa
de los consumidores y de las personas que requieren del
acceso a bienes y servicios. Fiscaliza, revisa, juega a
disponer y a controlar bienes y servicios y amenaza
-amparado por supuesto en leyes y decretos
inconstitucionales y en el poder que ahora detenta- a los
dueños de procesadoras de alimentos, y hasta a los de las
areperas, con meterlos presos remitiendo sus casos a la
fiscalía para que se les investigue y se les sancione por
“usura”’ con base –imaginamos- en lo dispuesto en el Art.
143 de la Ley para la Defensa de las Personas en el Acceso a
Bienes y Servicios que, por cierto, no contempla penas de
hasta 4 años de prisión –como se ufana en explicar nuestro
nuevo adalid de los desposeídos- sino hasta de 3. También
nos dice, con elevado rigor científico, que de un pollo
pueden salir muchas arepas y que venderlas a más de ciertos
precios es un abuso, y que se presentará pronto una suerte
de “lista de costos” que determinará cuánto vale producirlas
para que los dueños de los tradicionales establecimientos en
los que se expenden nuestras arepas se ciñan a éstos, so
pena de estar al margen de la ley e ir a la cárcel.
La ignorancia
es atrevida, dicen en mi pueblo. Pero eso es lo que pasa
cuando se pone a un farmaceuta a hablar de leyes. O de
economía.
Puede parecer
muy bonito eso de quitarle a las grandes empresas lo que
cuesta tanto producir para luego casi regalarlo a los
pobres. Puede sonar atractivo a los oídos del “pueblo” –por
eso Einstein decía que sólo hay dos cosas infinitas, el
universo y la estupidez humana- aquello de que a quien no
venda arepas a precios que al final son irrisorios y que no
cubren ni siquiera los costos de prepararlas se les va a
mandar a prisión. Puede ser revolucionariamente maravilloso
ver esas largas colas de gente aprovechándose de la “bondad”
de nuestro paladín para ¡al fin! -así sea sometidas al
escarnio de que se les marque la piel para evitar que se les
considere “acaparadores”- tener acceso a bienes – arroz,
harina pan, papel toilette, queso paisa - que hace tiempo
han desaparecido de los mercados regulares. Pero no lo es.
Las reglas de la oferta y de la demanda –que si bien, como
afirmaba Durkheim, no son “leyes naturales”- son en el mundo
moderno insoslayables. Olvida Eduardo Samán que, a
diferencia del miedo, lo que vale o lo que cuesta un bien en
específico no se decreta. El valor de comercialización los
bienes y servicios depende, entre otros factores, de las
condiciones objetivas en los que tales se producen, de su
disponibilidad y de la necesidad de los consumidores de
éstos. De nada más. Mucho menos de los caprichos demagógicos
de los que, se nota, hace tiempo que no van a un abasto o a
un automercado a comprar bienes o alimentos para sus casas.
Pero ya que
estamos en éstas, y con el mejor ánimo de extender esta
“solidaridad” revolucionaria al mundo entero –digo, a menos
que se sea un completo hipócrita, no se puede ser
revolucionario sólo “puertas adentro”- quiero proponer
formalmente que a Eduardo Samán se le designe como Ministro
de Energía y Petróleo. Quiero verlo desplegando toda su
sapiencia para aventurar cuántos litros de gasolina salen de
un barril de petróleo. Quiero verlo “ocupando temporalmente”
a PDVSA – como lo hizo con las Empresas Polar Comercial C.A.
encargadas de la producción de arroz, entre otros bienes,
según el acta que se suscribió el 1º de Marzo de 2009 y que
está en la página del INDEPABIS - y ordenando que se realice
un inventario de los activos de la misma, determinando
cuántos de nuestros recursos energéticos están siendo
procesados o comercializados de manera diferente a la que se
necesita en otros países y ordenando que se “revierta” la
proporción de éstos en relación a las formas de presentación
de los productos más baratas en los mercados
internacionales. Quiero verlo amenazar a los actuales
directivos de PDVSA con investigaciones criminales por
“usureros”. Quiero verlo reclamando de la estatal petrolera
una relación detallada de los despachos de crudo que se
hacen al exterior –al menos así sabríamos qué está pasando
con nuestro dinero- y de los precios a los cuales éste se
comercializa fronteras afuera, no vaya a ser que estemos
percibiendo una ventaja económica “notoriamente
desproporcionada” y debamos ser tenidos como criminales.
Quiero escucharlo disponer, al igual que lo hizo con Polar,
que a PDVSA se le forzará a contratar “personal calificado”
en caso de que los sindicatos nacionales dispongan que tal
muestra de generosidad planetaria no cuenta con el recurso
humano necesario para implementarse y ordenando que en todas
las instalaciones petroleras se permita el acceso de
representantes de su ministerio para supervisar las
operaciones de las mismas y, lo que es más importante, que
PDVSA deberá someterse en sus desempeños a la “contraloría
social” revolucionaria.
Y luego de
todo esto, quiero sinceramente verlo tomando nuestro
petróleo, nuestro gas y todos nuestros recursos energéticos
y poniéndolos a disposición de los países pobres y
desposeídos del mundo, a precios de risa por debajo de lo
que cuesta su captación y procesamiento, en “ferias
energéticas” –podría organizarse una en El Valle, por
ejemplo, dónde podríamos pedir que los linchadores de
criminales y los amigos de “La Piedrita” se ocupen de la
seguridad- en las que los únicos requisitos que se exijan a
los potenciales compradores sean el de dejarse marcar las
manos –no vaya a ser que compren más de lo que su “límite de
consumo máximo per capita” les permite- y el de
cantar luego loas a “la revolución”.
Pero lo mejor
de todo, quiero ver cómo después le explica Samán a un país
empobrecido y a nuestro iracundo presidente -que como no
cree en las leyes de la oferta y de la demanda ni en las
sutilezas de la gerencia efectiva no entenderá a dónde fue a
parar el dinero que usa para comprar lealtades y
conciencias- cómo es que de toda ésta orgiástica
revolucionaria no quedaron sino bolsillos vacíos, más
pobreza, una empresa arruinada, miles de desempleados cuyos
derechos serán por supuesto sistemáticamente desconocidos, y
más hambre y más desesperación.
Eso sí que me
gustaría verlo, y me encantaría que así fuera mientras me
como en una arepera una “catira” –p lena de pollo y queso
amarillo - por la que bien vale pagar algunos bolívares
fuertes más de los que Samán cree que cuesta.