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Eduardo Samán al Ministerio de Energía y Petróleo
Gonzalo Himiob Santomé
domingo, 8 marzo 2009


Tenemos nuevo paladín por la pobreza. Su nombre es Eduardo Samán y es nuestro flamante Ministro del Comercio. Antes libraba sus quijotescas y revolucionarias batallas desde el INDECU (ahora INDEPABIS) pero siempre –así lo propone- en defensa de los consumidores y de las personas que requieren del acceso a bienes y servicios. Fiscaliza, revisa, juega a disponer y a controlar bienes y servicios y amenaza -amparado por supuesto en leyes y decretos inconstitucionales y en el poder que ahora detenta- a los dueños de procesadoras de alimentos, y hasta a los de las areperas, con meterlos presos remitiendo sus casos a la fiscalía para que se les investigue y se les sancione por “usura”’ con base –imaginamos- en lo dispuesto en el Art. 143 de la Ley para la Defensa de las Personas en el Acceso a Bienes y Servicios que, por cierto, no contempla penas de hasta 4 años de prisión –como se ufana en explicar nuestro nuevo adalid de los desposeídos- sino hasta de 3. También nos dice, con elevado rigor científico, que de un pollo pueden salir muchas arepas y que venderlas a más de ciertos precios es un abuso, y que se presentará pronto una suerte de “lista de costos” que determinará cuánto vale producirlas para que los dueños de los tradicionales establecimientos en los que se expenden nuestras arepas se ciñan a éstos, so pena de estar al margen de la ley e ir a la cárcel.

 

La ignorancia es atrevida, dicen en mi pueblo. Pero eso es lo que pasa cuando se pone a un farmaceuta a hablar de leyes. O de economía.

 

Puede parecer muy bonito eso de quitarle a las grandes empresas lo que cuesta tanto producir para luego casi regalarlo a los pobres. Puede sonar atractivo a los oídos del “pueblo” –por eso Einstein decía que sólo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana- aquello de que a quien no venda arepas a precios que al final son irrisorios y que no cubren ni siquiera los costos de prepararlas se les va a mandar a prisión. Puede ser revolucionariamente maravilloso ver esas largas colas de gente aprovechándose de la “bondad” de nuestro paladín para ¡al fin! -así sea sometidas al escarnio de que se les marque la piel para evitar que se les considere “acaparadores”- tener acceso a bienes – arroz, harina pan, papel toilette, queso paisa - que hace tiempo han desaparecido de los mercados regulares. Pero no lo es. Las reglas de la oferta y de la demanda –que si bien, como afirmaba Durkheim, no son “leyes naturales”- son en el mundo moderno insoslayables. Olvida Eduardo Samán que, a diferencia del miedo, lo que vale o lo que cuesta un bien en específico no se decreta. El valor de comercialización los bienes y servicios depende, entre otros factores, de las condiciones objetivas en los que tales se producen, de su disponibilidad y de la necesidad de los consumidores de éstos. De nada más. Mucho menos de los caprichos demagógicos de los que, se nota, hace tiempo que no van a un abasto o a un automercado a comprar bienes o alimentos para sus casas. 

 

Pero ya que estamos en éstas, y con el mejor ánimo de extender esta “solidaridad” revolucionaria al mundo entero –digo, a menos que se sea un completo hipócrita, no se puede ser  revolucionario sólo “puertas adentro”- quiero proponer formalmente que a Eduardo Samán se le designe como Ministro de Energía y Petróleo. Quiero verlo desplegando toda su sapiencia para aventurar cuántos litros de gasolina salen de un barril de petróleo. Quiero verlo “ocupando temporalmente” a PDVSA – como lo hizo con las Empresas Polar Comercial C.A. encargadas de la producción de arroz, entre otros bienes, según el acta que se suscribió el 1º de Marzo de 2009 y que está en la página del INDEPABIS - y ordenando que se realice un inventario de los activos de la misma, determinando cuántos de nuestros recursos energéticos están siendo procesados o comercializados de manera diferente a la que se necesita en otros países y ordenando que se “revierta” la proporción de éstos en relación a las formas de presentación de los productos más baratas en los mercados internacionales. Quiero verlo amenazar a los actuales directivos de PDVSA con investigaciones criminales por “usureros”. Quiero verlo reclamando de la estatal petrolera una relación detallada de los despachos de crudo que se hacen al exterior –al menos así sabríamos qué está pasando con nuestro dinero- y de los precios a los cuales éste se comercializa fronteras afuera, no vaya a ser que estemos percibiendo una ventaja económica “notoriamente desproporcionada” y debamos ser tenidos como criminales. Quiero escucharlo disponer, al igual que lo hizo con Polar, que a PDVSA se le forzará a contratar “personal calificado” en caso de que los sindicatos nacionales dispongan que tal muestra de generosidad planetaria no cuenta con el recurso humano necesario para implementarse y ordenando que en todas las instalaciones petroleras se permita el acceso de representantes de su ministerio para supervisar las operaciones de las mismas y, lo que es más importante, que PDVSA deberá someterse en sus desempeños a la “contraloría social” revolucionaria.

 

Y luego de todo esto, quiero sinceramente verlo tomando nuestro petróleo, nuestro gas y todos nuestros recursos energéticos y poniéndolos a disposición de los países pobres y desposeídos del mundo, a precios de risa por debajo de lo que cuesta su captación y procesamiento, en “ferias energéticas” –podría organizarse una en El Valle, por ejemplo, dónde podríamos pedir que los linchadores de criminales y los amigos de “La Piedrita” se ocupen de la seguridad- en las que los únicos requisitos que se exijan a los potenciales compradores sean el de dejarse marcar las manos –no vaya a ser que compren más de lo que su “límite de consumo máximo per capita” les permite- y el de cantar luego loas a “la revolución”.

 

Pero lo mejor de todo, quiero ver cómo después le explica Samán a un país empobrecido y a nuestro iracundo presidente -que como no cree en las leyes de la oferta y de la demanda ni en las sutilezas de la gerencia efectiva no entenderá a dónde fue a parar el dinero que usa para comprar lealtades y conciencias- cómo es que de toda ésta orgiástica revolucionaria no quedaron sino bolsillos vacíos, más pobreza, una empresa arruinada, miles de desempleados cuyos derechos serán por supuesto sistemáticamente desconocidos, y más hambre y más desesperación.

 

Eso sí que me gustaría verlo, y me encantaría que así fuera mientras me como en una arepera una “catira” –p lena de pollo y queso amarillo - por la que bien vale pagar algunos bolívares fuertes más de los que Samán cree que cuesta.


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