“…La hipocresía es el
homenaje que el vicio tributa a la virtud…”
François de la Rochefoucauld
Ya era bastante sorprendente oír
a un militar (si, a ese que se dice “pacífico” pero que no
duda en recordarnos continuamente que “está armado”) que
cedió en dos oportunidades a la tentación golpista y
violenta, contra otros presidentes tan legítimamente electos
como Zelaya, condenar “golpes de Estado” en otras naciones
como medios para llegar al poder. Ni hablar, por supuesto,
del asombro que despertaba escucharle hablar de los “otros
militares” de “otros países” llamándoles, por hacer lo que
él mismo quiso hacer –repito, no una, sino dos veces-
“gorilas” y “fascistas”. Después tuve que escucharle cantar
loas a la OEA, a la ONU y hasta al “imperio” mismo, aunque
antes en varias oportunidades, los había atacado con la
inusual ferocidad y estulticia del que se siente fuerte
cuando sabe que no lo es. Además lo he visto meter con
descaro sus peludas narices en los “asuntos internos” de
otro país aunque para ello hubiera tenido que utilizar como
papel higiénico todos los libracos que le abonan sus tesis
decimonónicas sobre la “soberanía de los pueblos” y también,
lo que sin embargo no fue tan imprevisto –de hecho no cabía
esperar menos del “héroe del museo militar”- “recular” sin
el menor decoro castrense cuando había afirmado a voz en
cuello que “acompañaría a Zelaya” a Honduras para que fuera
repuesto en el poder.
Ya habíamos visto todo eso
cuando nuestro gobierno y sus instituciones nos salieron con
una nueva sorpresa. Ahora –y es que lo que pasa en nuestra
nación es verdaderamente surrealista- primero el Tribunal
Supremo y después todos los demás poderes públicos se han
sumado a la hipócrita perorata (la hipocresía es, según el
DRAE, el “…Fingimiento
de cualidades o sentimientos contrarios a los que
verdaderamente se tienen o experimentan…”)
dejando bien claro que, en
primer término, no están allí para cumplir las funciones que
se supone deben cumplir sino para servir de órganos de
consolidación política al servicio de Hugo Chávez y, en
segundo lugar, que también son tan fingidores como nuestro
primer mandatario cuando de entrometerse en los asuntos de
otros países se trata. Es decir, más allá de que el
comunicado, por ejemplo, del Tribunal Supremo de Justicia
venezolano no sirve para absolutamente nada a nivel
internacional –fijémonos en cómo los máximos entes
judiciales de otras naciones han guardado, como corresponde,
un prudente silencio sobre la situación de Honduras- lo
realmente sorprendente es el mensaje que se lee tras las
inútiles líneas del mismo:
“No se preocupe presidente,
dejaremos claro al país, y especialmente a los militares
–esos que ya están hasta la coronilla de la ‘revolución’-
que acá no se les avalará, como ocurrió en Honduras, ninguna
intentona contra usted”.
Mayor ejemplo de sumisión, y de
esquizofrénica disociación con respecto a cuáles son las
verdaderas funciones de las instituciones en un país
democrático es, sencillamente, imposible.
Y no es que quien suscribe esté
de acuerdo con los evidentes abusos en que el régimen de
Micheletti ha incurrido contra los “escuálidos” hondureños
–léase, los muy pocos, al parecer, ciudadanos que no apoyan
la salida de Zelaya del poder- o con el nefasto
“blackout”
mediático que, con todo lo que supone, ha servido de apoyo a
esa transición entre un gobernante y otro en aquél país. De
una revisión a vuelo de pájaro de la Constitución hondureña
nos quedan claras dos cosas: La primera, que Zelaya estaba
por hacer con la Carta Magna de esa nación lo mismo que ha
tenido que hacer Chávez con sus libros sobre la
“autodeterminación de los pueblos” frente a lo que ha sido
la postura internacional –de la OEA, la ONU, etc.- sobre los
hechos; la segunda, que lo que correspondía era abrirle a
Zelaya una investigación penal por sus abusos y someterlo a
un juicio justo en el que se decidiera, con respeto a todas
las garantías constitucionales y legales, si es o no un
criminal. Ya Micheletti y los militares tendrán que rendir
cuentas de sus abusos, y que eso ocurra corresponderá a
quienes allá, como acá, nos hemos entregado a la causa de
los derechos humanos. De lo que se trata es de revelar la
inmensa hipocresía que subyace en todo el tinglado mediático
y político que ha montado nuestro gobierno ante los hechos
de Honduras.
Ni al TSJ, ni a la Fiscalía, ni
a la Defensoría del Pueblo, ni a ninguna otra institución
venezolana le corresponde estar haciendo pronunciamientos
sobre situaciones internacionales o sobre lo que pasa en
otros países. La conducción de éstos temas, y de las
relaciones internacionales en general, corresponde
exclusivamente –claro, esto lo dice nuestra Constitución,
que para éstas instituciones es “letra muerta”- al
Presidente de la República por órgano de la Cancillería. A
nadie más. Y aún en estos casos, una cosa es pronunciarse, o
tener una propia opinión, con respecto a hechos como el que
nos ocupa y otra, muy diferente, es pretender influir
descaradamente en ellos como si se tratase de algo propio.
No puedo estar de acuerdo con
que unos militares se hagan arbitrariamente del control de
una nación, ni siquiera con el apoyo de las demás
instituciones o aún cuando su presidente sea un criminal. ¿O
es que acaso en Venezuela no tenemos ya diez años padeciendo
los rigores que se sufren cuando a un militar se le mete
entre ceja y ceja que es “el llamado” a enderezar los
entuertos sociales y políticos y así se le permite proceder?
Los militares no son, y nunca han sido, buenos árbitros
políticos, y ni en Honduras ni en otros países les está
encomendado tal papel a las Fuerzas Armadas como misión en
las normas respectivas, normas que hay que respetar porque
normalmente todas son de rango constitucional. Por ello creo
–y esta es mi modesta opinión, siempre discutible- que la
salida de Zelaya de la forma en que se produjo no fue la más
adecuada. No lo fue porque la deposición de un presidente en
esos términos, y hasta la expulsión de un ciudadano
hondureño de su propio territorio, no son aceptables ni
desde el punto de vista de su derecho interno ni desde el
punto de vista del derecho internacional. Y, además, porque
tal forma de actuar sembró la espina de la duda sobre si
cualquier reclamo penal que se le haga a Zelaya por sus
arbitrariedades tiene validez o no a futuro. Creo que se
está perdiendo una importante oportunidad de demostrarle al
mundo que los presidentes, en el ejercicio de sus funciones,
tienen límites y están sujetos a responsabilidades
personales y directas por lo que hacen.
Pero me parece absolutamente
aberrante que nuestro presidente, y su corro de
instituciones sumisas, se rasguen ahora las vestiduras
mostrándose, una vez más, como lo que no son: demócratas,
respetuosos de los derechos humanos y promotores de la no
intervención foránea en los asuntos internos de otros
pueblos. No puedo estar de acuerdo con que nuestro gobierno
siga burlando conceptos y posturas a conveniencia, mucho
menos cuando tal conveniencia no lo es sino para quienes
detentan el poder, que no para el país en general al que se
deben, aunque se les haya olvidado. Eso, como se supone que
nos representan a todos, nos deja a todos los venezolanos y
venezolanas muy mal parados. Y refleja que muchas de las
palabras y posturas de nuestro presidente son veleidosas,
acomodaticias y, en algunos casos, francamente carentes de
toda lógica o sentido ideológico coherente.