Ya las computadoras del
“camarada” Raúl Reyes, y otros indicios previos, nos habían
hablado con claridad de la naturaleza de las relaciones
entre el gobierno venezolano y las FARC. Recordemos. El
día 1° de
Marzo de 2008 el ejército Colombiano ejecutó una acción que
tuvo lugar al sur del denominado “Río Putumayo”, en la zona
de Santa Rosa en la frontera entre Colombia y Ecuador que
culminó en la destrucción de un campamento de las FARC, en
la muerte de 1 soldado del ejército colombiano y en el
fallecimiento de 17 personas pertenecientes a las dichas
fuerzas “revolucionarias” entre ellas dos de los líderes más
importantes de esta organización, calificada como terrorista
a nivel internacional, de nombre Luis Edgar Devia Silva,
alías “Raúl Reyes”, miembro en vida del Secretariado de las
FARC y de Guillermo Enrique Torres, alias “Julián Conrado”,
uno de sus más importantes ideólogos. Luego de que se
produjeron tales acciones, y después de haber las
autoridades respectivas asegurado debidamente el lugar del
suceso, se conoció que en dicho sitio habían sido
encontradas diversas evidencias que enlazaban directamente a
las FARC con la ejecución de actos terroristas y, más allá,
que vinculaban a los gobiernos de Ecuador, Bolivia y
Venezuela con actividades terroristas que involucran, entre
otras lindezas, el secuestro y asesinato de civiles y de
personalidades políticas percibidas por las FARC y su
dirigencia como opuestas a sus ideas y, entre otros actos
igualmente contrarios a los derechos humanos más elementales
y a las normas internacionales aplicables en caso de
conflictos internos o externos, el reclutamiento forzoso de
niños y adolescentes para actividades bélicas y el uso en
combate de medios y armas prohibidos a nivel internacional
para los conflictos internacionales e internos, como las
minas antipersonales.
Ahora resulta que el gobierno
sueco confirma que varias de las armas que han sido
incautadas a las FARC en enfrentamientos recientes de ésta
con el ejército colombiano pertenecieron a lotes que habían
sido vendidos a Venezuela en la década de los ochentas. La
respuesta del gobierno venezolano no ha sido diferente de la
que puede esperarse del que juega al ofendido cuando le
molestan a un amigo. Se “hace el sueco” pero no en el
sentido más venturoso de la frase. En vez de analizar el
asunto con seriedad, se asume la cosa como una afrenta
personal al “líder” y, en lugar de indicar que se procederá
a investigar cómo fue que esas armas (a la sazón, unos
lanzacohetes) llegaron a manos de estas fuerzas terroristas
-haciendo valer contra quién quiera que sea las
responsabilidades de rigor, y preguntándose detalles como
por ejemplo ¿cuándo fueron, si es que lo fueron,
desincorporados de nuestro arsenal?- se lanzan los
oficialistas al ataque del mensajero a través del descrédito
no del hecho denunciado, sino de quien lo denuncia.
Ya Tarek El Aissami, nuestro
Ministro de Interior y Justicia, se ha dado a la tarea de
decir que se trata de un “show mediático” y Maduro, nuestro
canciller, se ocupa de ver la paja en el ojo ajeno obviando
la viga en el propio denunciando la intención de EEUU de
instalar cuatro bases militares en territorio colombiano. No
me gusta que se instalen bases militares de nadie en ningún
lado, pero por más que eso preocupe ese no es el punto. El
punto es qué pasa entre las FARC y Venezuela y hasta dónde
llegan las relaciones entre éstos irregulares y nuestro
gobierno. Y de nada sirve callar en este tema escabroso o
jugar a la distracción, nada de eso hará desaparecer el
problema ni las dudas que suscita. Es lo mismo que pasa con
el tema de la inseguridad. Según el poder no es que en
Venezuela mueran mensualmente centenas de personas a manos
del hampa, es que la “oligarquía” miente porque sólo quiere
desestabilizar. Allá esas madres que hacen largas colas en
las morgues reclamando un despojo a cambio de lo que hasta
hacía poco había sido un hijo. No existen –según El Aissami-
o son “asalariadas del imperio”. Así, en esta estrategia de
distracción y de negación nos mantiene el poder ahora con
respecto a las FARC. Los suecos “mienten”, los colombianos
“mienten”, el imperio “miente”, todos faltan a la verdad
–así lo afirma el gobierno venezolano- pero nadie investiga
qué es lo que está detrás de todo esto, y lo grave es que en
esta diatriba los que terminan pagando los platos rotos son
los ciudadanos inocentes de los países en los que las FARC
hace y deshace.
Las FARC son una organización
terrorista, así lo estableció el Consejo de la Unión Europea
el Diecisiete (17) de Junio de 2002, cuando mediante
Posición Común del Consejo 462, incluyó a las FARC como
grupo terrorista. También el 27 de diciembre de 2001 el
mismo Consejo mediante PESC/931/2001, resolvió que se
entiende por grupo terrorista todo grupo estructurado de más
de dos personas, establecido durante cierto tiempo, que
actúe de manera concertada con el fin de cometer actos
terroristas. Actos como el secuestro de civiles o el
asesinato de personalidades políticas en los que, según se
ha descubierto, están involucrados algunos gobiernos
complacientes, entre ellos, aparentemente, el nuestro.
La Resolución No. 1373 del Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, expresamente obliga a los Estados Miembros
-entre los que están. Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia
y Suecia- a “impedir que
quienes financian, planifican, facilitan o cometen actos de
terrorismo utilicen sus territorios respectivos para esos
fines, en contra de otros Estados o de sus ciudadanos”
(Parágrafo 2.d).
Siendo así ¿No sería mejor dejar
la distracción y la negación y darse a averiguar la verdad?
Es obligación de gobiernos hacer lo que sea necesario para
evitar que estos grupos sigan aterrorizando a los civiles y,
al final, ¿no es eso, y el mantenimiento de la paz, lo que a
todos nos interesa?
Bueno, lo que interesa a todos
los que no creemos en la violencia como mecanismo para la
imposición de las propias ideas y no contamos entre nuestras
amistades a dudosos “próceres” como el “Mono Jojoy” u otros
impresentables de la misma ralea.