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Antonio Ledezma
Gonzalo Himiob Santomé
viernes, 10 julio 2009


Quienes me conocen saben que no soy hombre de apologías serviles e inútiles. De hecho considero que uno de los paradigmas políticos que debemos cambiar en Venezuela es el de la continua adulación que tanto ha alejado de la realidad, en el presente y en el pasado, a muchos de nuestros liderazgos y les hace sentirse seres superiores o ungidos. Pienso que muy distinta sería la historia de nuestro país si quienes están o han estado situados en posiciones de poder no tuvieran a su lado, o no se dejaran encandilar, por esa inevitable multitud de “puestos ahí” sólo para decirle al líder lo que quiere escuchar, que no lo que necesita escuchar.

Pero acaba de finalizar la huelga de hambre de Antonio Ledezma y creo que su gesto debe ser entendido desde una perspectiva distinta a la de muchos (y sorprendentemente muchas) que ahora, cuando ya había superado los seis días sin comer –lo que se dice, pero no es, fácil- le critican desde la comodidad de sus poltronas como si hubiese abandonado indignamente una lucha que, de seguir, podría haber mermado seriamente su salud o peor, podría haber puesto en peligro su vida.

Y es que ¡hay que ver que a veces somos cómodos, cuando no francamente alevosos, en nuestras apreciaciones! Me hubiera gustado ver a muchos de los que cuestionan el levantamiento de la huelga de hambre de Ledezma pasando por lo mismo a ver si aguantaban el trance con la misma dignidad. O por el mismo tiempo.

La protesta de Ledezma no era sencilla. El cúmulo de peticiones era complejo y amplio, y difícil de satisfacer en el corto plazo. Aún cuando hubiese, que no la había, voluntad política para hacerlo. Algunos de sus propósitos se lograron, otros no, y aunque ello fue así, es decir, aunque el éxito no fue total ya lo obtenido, en sí mismo, es ganancia. Por mi experiencia en estos temas –fui testigo, de principio a fin, de la huelga de hambre de Mohamad Merhi ante el Tribunal Supremo de Justicia hace unos años- se que las huelgas de hambre como forma de reclamo son, por definición, de corto aliento. Jamás la hubiera recomendado como medio de protesta si lo que se pretendía era hacer valer un punto, cualquiera que sea, por un largo periodo de tiempo. Ni tampoco me gustan, en lo personal, como expresiones de protesta breves. Menoscaban la salud y distorsionan la percepción de quienes las eligen como mecanismo de queja, exponen –normalmente son personas muy valiosas las que las emprenden- a riesgos personales innecesarios y, lo que es más grave, generan en quienes son testigos de ellas expectativas difíciles de manejar.

Quizás la razón más pragmática por la que no hubiese sido mi recomendación la huelga de hambre es que ante este tipo de organismos –incluso si no estuvieran liderados por títeres como Insulza- expresiones como una huelga de hambre no pueden ser totalmente efectivas. Si se hubiese cedido en todo y se hubiese validado a la huelga de hambre plenamente como un método idóneo para plantear exigencias o reclamos, al día de hoy tendríamos huelgas de hambre a nivel mundial ante todas las sedes de la OEA impulsando los pedimentos más diversos contando con el precedente de que en Venezuela se había consentido ante esta manera de protestar. Ello –veámoslo con objetividad- es inaceptable desde el punto de vista del cabal desempeño o de la integridad –bueno, si es que cabe hablar de ella en el caso de la ya tan comprometida OEA- de cualquier organismo internacional.

Aparte de esto, y tomando en cuenta que la huelga ya culminó, yo me pregunto ¿qué hubiesen querido estas personas que ahora le cuestionan a Ledezma el haber sido llevado, casi a rastras contra su voluntad, a suspender su huelga de hambre y a recibir una indispensable atención médica? ¿Les hubiera gustado más que se inmolase “por ellos” mientras gozaban en sus casas de alimentos y comodidades que no están ellas mismas dispuestas a comprometer? Es decir, ¿es mejor arriesgar la integridad física, y la salud, de un líder que ha demostrado poner sus esfuerzos dónde pone sus palabras que, sencillamente, entenderlo como un ser humano que hizo un sacrificio que muy pocos están dispuestos a hacer y que al final resultó mucho más exitoso de lo previsible?

Espero que se vea y se comprenda que Ledezma logró, a través del más pacífico modo de protesta posible, que se hicieran efectivos los fondos de la Alcaldía Metropolitana para el pago de sus trabajadores que el Poder Ejecutivo mantenía ilegalmente represados, logró –lo que vale menos, dado el personaje de dónde proviene- la palabra de Insulza de recibir a los gobernadores y alcaldes de oposición y de evaluar la situación real de Venezuela. Eso es mucho más, señores críticos de oficio, de lo que se logra sentados en casa viendo televisión y pensando en que ya están por llegar las vacaciones o desde el falso “exilio” en el que algunos se han disfrazado de perseguidos políticos –demeritando a los muchos que sí lo son en verdad- para obtener visas de residencia fáciles y amañadas.

Ledezma nos ha dado una lección: Los modos de la resistencia pacífica frente a los abusos no sólo son posibles, sino que de ellos se pueden obtener resultados concretos y palpables. Nos ratificó, al menos a mi, que no es la vía de la violencia la que sirve a la restitución de la paz y de la democracia en nuestra nación y con ello Ledezma se ha ganado el respeto de la ciudadanía. Así que honor a quien honor merece. Su nombre lleva tiempo fuera de esa lista de políticos que sólo son valientes cuando están detrás de la comodidad de un escritorio o cuando deciden en mesas cerradas al mundo y al pueblo el destino de los demás. Mis respetos al Alcalde Metropolitano. Ha demostrado quién es, en la capital venezolana, la verdadera y legítima autoridad.


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