Quienes me conocen saben que
no soy hombre de apologías serviles e inútiles. De hecho
considero que uno de los paradigmas políticos que debemos
cambiar en Venezuela es el de la continua adulación que
tanto ha alejado de la realidad, en el presente y en el
pasado, a muchos de nuestros liderazgos y les hace sentirse
seres superiores o ungidos. Pienso que muy distinta sería la
historia de nuestro país si quienes están o han estado
situados en posiciones de poder no tuvieran a su lado, o no
se dejaran encandilar, por esa inevitable multitud de
“puestos ahí” sólo para decirle al líder lo que
quiere escuchar,
que no lo que
necesita escuchar.
Pero acaba de finalizar la huelga de hambre de Antonio
Ledezma y creo que su gesto debe ser entendido desde una
perspectiva distinta a la de muchos (y sorprendentemente
muchas) que ahora, cuando ya había superado los seis días
sin comer –lo que se dice, pero no es, fácil- le critican
desde la comodidad de sus poltronas como si hubiese
abandonado indignamente una lucha que, de seguir, podría
haber mermado seriamente su salud o peor, podría haber
puesto en peligro su vida.
Y es que ¡hay que ver que a veces somos cómodos, cuando no
francamente alevosos, en nuestras apreciaciones! Me hubiera
gustado ver a muchos de los que cuestionan el levantamiento
de la huelga de hambre de Ledezma pasando por lo mismo a ver
si aguantaban el trance con la misma dignidad. O por el
mismo tiempo.
La protesta de Ledezma no era sencilla. El cúmulo de
peticiones era complejo y amplio, y difícil de satisfacer en
el corto plazo. Aún cuando hubiese, que no la había,
voluntad política para hacerlo. Algunos de sus propósitos se
lograron, otros no, y aunque ello fue así, es decir, aunque
el éxito no fue total ya lo obtenido, en sí mismo, es
ganancia. Por mi experiencia en estos temas –fui testigo, de
principio a fin, de la huelga de hambre de Mohamad Merhi
ante el Tribunal Supremo de Justicia hace unos años- se que
las huelgas de hambre como forma de reclamo son, por
definición, de corto aliento. Jamás la hubiera recomendado
como medio de protesta si lo que se pretendía era hacer
valer un punto, cualquiera que sea, por un largo periodo de
tiempo. Ni tampoco me gustan, en lo personal, como
expresiones de protesta breves. Menoscaban la salud y
distorsionan la percepción de quienes las eligen como
mecanismo de queja, exponen –normalmente son personas muy
valiosas las que las emprenden- a riesgos personales
innecesarios y, lo que es más grave, generan en quienes son
testigos de ellas expectativas difíciles de manejar.
Quizás la razón más pragmática por la que no hubiese sido mi
recomendación la huelga de hambre es que ante este tipo de
organismos –incluso si no estuvieran liderados por títeres
como Insulza- expresiones como una huelga de hambre no
pueden ser totalmente efectivas. Si se hubiese cedido en
todo y se hubiese validado a la huelga de hambre plenamente
como un método idóneo para plantear exigencias o reclamos,
al día de hoy tendríamos huelgas de hambre a nivel mundial
ante todas las sedes de la OEA impulsando los pedimentos más
diversos contando con el precedente de que en Venezuela se
había consentido ante esta manera de protestar. Ello
–veámoslo con objetividad- es inaceptable desde el punto de
vista del cabal desempeño o de la integridad –bueno, si es
que cabe hablar de ella en el caso de la ya tan comprometida
OEA- de cualquier organismo internacional.
Aparte de esto, y tomando en cuenta que la huelga ya
culminó, yo me pregunto ¿qué hubiesen querido estas personas
que ahora le cuestionan a Ledezma el haber sido llevado,
casi a rastras contra su voluntad, a suspender su huelga de
hambre y a recibir una indispensable atención médica? ¿Les
hubiera gustado más que se inmolase “por ellos” mientras
gozaban en sus casas de alimentos y comodidades que no están
ellas mismas dispuestas a comprometer? Es decir, ¿es mejor
arriesgar la integridad física, y la salud, de un líder que
ha demostrado poner sus esfuerzos dónde pone sus palabras
que, sencillamente, entenderlo como un ser humano que hizo
un sacrificio que muy pocos están dispuestos a hacer y que
al final resultó mucho más exitoso de lo previsible?
Espero que se vea y se comprenda que Ledezma logró, a través
del más pacífico modo de protesta posible, que se hicieran
efectivos los fondos de la Alcaldía Metropolitana para el
pago de sus trabajadores que el Poder Ejecutivo mantenía
ilegalmente represados, logró –lo que vale menos, dado el
personaje de dónde proviene- la palabra de Insulza de
recibir a los gobernadores y alcaldes de oposición y de
evaluar la situación real de Venezuela. Eso es mucho más,
señores críticos de oficio, de lo que se logra sentados en
casa viendo televisión y pensando en que ya están por llegar
las vacaciones o desde el falso “exilio” en el que algunos
se han disfrazado de perseguidos políticos –demeritando a
los muchos que sí lo son en verdad- para obtener visas de
residencia fáciles y amañadas.
Ledezma nos ha dado una lección: Los
modos de la resistencia pacífica frente a los abusos no sólo
son posibles, sino que de ellos se pueden obtener resultados
concretos y palpables. Nos
ratificó, al menos a mi, que no es la vía de la violencia la
que sirve a la restitución de la paz y de la democracia en
nuestra nación y con ello Ledezma se ha ganado el respeto de
la ciudadanía. Así que honor a quien honor merece. Su nombre
lleva tiempo fuera de esa lista de políticos que sólo son
valientes cuando están detrás de la comodidad de un
escritorio o cuando deciden en mesas cerradas al mundo y al
pueblo el destino de los demás. Mis respetos al Alcalde
Metropolitano. Ha demostrado quién es, en la capital
venezolana, la verdadera y legítima autoridad.