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Huir hacia adelante
Gonzalo Himiob Santomé
lunes, 8 diciembre 2008


Bien lo dijo Américo Martín en la reciente presentación del libro “El poder y el delirio” de Enrique Krauze. El tema de la enmienda propuesta por Hugo Chávez para su reelección no es jurídico, es político. Soy abogado y, es verdad, a veces me limita –imagino que a todos nos pasa en nuestros respectivos desempeños- mi profesión. Chávez propone su desaguisado y de inmediato, entrenadas mi mente y mi disposición para ello, encuentro en la bolivariana todos los sólidos e inatacables argumentos que se necesitan para oponernos a la nueva, en su tediosa repetición, manera del presidente de servirnos su vino viejo en la novel copa de su, parafraseando a Krauze, delirio. Nos ratifica Américo así lo que ya todos, incluidos sus seguidores, saben: lo único que le interesa a Chávez es quedarse en el poder, todo lo demás es subsidiario al punto de la indecencia. Ya en mi entrega anterior (“La voz del NO”) discurrí un poco sobre esto, destacando que Chávez se ha encargado de demostrar que tras sus anhelos no hay siquiera alguna ideología más trascendente que la de su hegemonía absoluta. No voy a detenerme en eso más.

Ya conocemos el “qué”. Nos resta entonces afrontar el “cómo”. El “qué” se identifica con el deseo de Chávez de cerrar la puerta a todo lo que no sea su propia permanencia en el poder, sacrificando no sólo a la Constitución sino además a sus cercanos que, como todo venezolano con mediana conciencia política, tienen tanto o más derecho que él -a fin de cuentas ya tiene diez años haciendo nada verdaderamente útil- a ser electos presidentes algún día si es que el pueblo así lo desea. Es así de simple y de complejo a la vez. Para entender entonces “cómo” enfrentar esta nueva arremetida tenemos que poner pie en tierra, despejar la mirada y ver las cosas con claridad. En primer lugar –y me duele como abogado aceptarlo- creo vano o fútil todo esfuerzo por oponerse jurídicamente a que la enmienda sea propuesta, aceptada y llevada a referendo. Eso podría ser viable en otros países en los que la justicia institucionalizada no fuera sumisa al punto de la vergüenza, pero no en Venezuela.

Es cierto, la Constitución, de acuerdo a lo que ella misma prescribe, sólo puede ser modificada de tres maneras: a través de una enmienda, a través de una reforma (como la que se planteó y fue categóricamente rechazada el 2D) o a través de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Y de éstas tres formas sólo la última permitiría, de ser el caso –y en mi criterio con algunas limitaciones- que se alterasen los preceptos estructurales y esenciales de nuestro modelo de Estado, de los que el carácter alternativo del presidente en el poder es uno de los medulares. Leamos para corroborarlo el artículo 6° de la Constitución, que reza el que el gobierno en Venezuela “es y será siempre” –así dice la norma textualmente, por lo que no podría en principio ser alterado este precepto- “alternativo”. Que no “posiblemente alternativo” o “alternable”, como lo alegan, defendiendo lo indefendible, sofistas como Escarrá “el oscuro” y otros de su combo.  

Ni la reforma ni la enmienda permiten que por medio de éstas se trastornen los principios o estructura fundamental de nuestro Estado. Lo expresan así textualmente los artículos 340 y 342 de nuestra Carta Magna. Mucho menos –artículo 345 de la Constitución- cuando el tema que se discute, como el de la reelección indefinida –o “sucesiva” o “permanente” o como quiera que se la llame, ya que al final es lo mismo- se plantea en un mismo periodo constitucional y ya ha sido rechazado luego de haber sido sometido a referendo. Pero nuestro presidente, nunca mejor utilizada la expresión, “no se para en artículos” ni respeta el texto fundamental que él mismo hace casi diez años calificó como “el mejor del mundo”. Mucho menos lo harán, pruebas de ello hay de sobra, sus entogados y sobrepagados –quinientos millones de los aún débiles bolívares será el aguinaldo del que cada uno de ellos gozará este año, según reza “La Razón”- sirvientes del Tribunal Supremo de Justicia. Nada se logrará entonces -más allá de contribuir con sazonados criterios a su deslegitimación- por la vía de la simple oposición legal a la enmienda propuesta. 

Pero si esto es así, si es virtualmente imposible impedir que se someta el capricho personalista presidencial a referendo ¿qué hacemos?. Pareciera, en una primera mirada, que ni al famoso chapulín podemos acudir –y yo sentirá hasta recelo de llamarlo en nuestro auxilio, dado su confeso carácter “colorado”- para evitar que en un evidente fraude constitucional nuestro tropical caudillo logre su cometido de eternizarse en el poder.  

Pero no es así. Sí hay otra alternativa. 

Américo Martín la avizoró en sus palabras que ya antes comenté, y ya a quien suscribe y a otros, entre ellos a esa grata sorpresa política que resultó ser Fabiola Colmenares –que estuvo a punto de conquistar la Alcaldía de Vargas y logró que casi 5000 seguidores de García Carneiro “cruzaran” con ella su voto y le ofrecieran su respaldo- nos rondaba una idea que puede, incluso, lograr que el mismo presidente se retracte y tenga que, como ha ocurrido a veces –y cada vez con más frecuencia- recular. O algo mejor. Creo sinceramente que el escenario cambia radicalmente si le tomamos la palabra a Chávez y le dejamos jugar –disociado como está de las verdades que nadie le cuenta sobre el respaldo popular a su propuesta- a que puede vencer, desde la comodidad de Miraflores, a los anhelos democráticos de los ciudadanos y ciudadanas. Pero ¡un momento! Si nos quedamos con sólo este reto alguien podría mentar mi madre –o la de Américo, o la de Fabiola- tan sólo al leer estas líneas. La “huída hacia delante” que se propone, para ser verdaderamente efectiva, implica no sólo tener una estructura cívica que garantice la relativa transparencia del proceso refrendario y la validación de los resultados reales que se obtengan. Supone hacer algo más.

¿Por qué no, además de dejar luchar a Chávez en una justa que ya –lo dicen los primeros sondeos sobre el tema- tiene perdida, proponemos que no sea una sola la pregunta que se formule?. ¿Por qué no, por ejemplo, pedir que en la enmienda se incluyan preguntas que modifiquen nuestra Carta Magna para saldar importantes deudas sociales que están pendientes desde 1999, o también, una pregunta adicional que le deje claro a Chávez que no sólo no estamos de acuerdo con que se perpetúe en el mandato sino que además queremos recortarle –con efecto inmediato- el periodo presidencial a, por decir algo, sólo cuatro años?. Escuchaba en días pasados a la inefable Mari Pili Hernández entrevistando a Tarek Willian Saab –que, cosa curiosa, interrumpía constantemente a su entrevistadora gritándole a algún impertinente anónimo que el lugar desde el que hablaba estaba “ocupado”, dando cuenta de que la escatología que derramaba en su conversa radial era verbal y literal- y decir con mal disimulada sorna y sobrada soberbia que, en lo que atañe a la reelección, “si el pueblo la aprueba que así sea”. Y yo me preguntaba, además de qué pensaría Mari Pili si se decidiera por mayoría que las mujeres deben usar tonsura, llegar vírgenes al matrimonio o velos que les cubran hasta los ojos –pues al parecer no ha comprendido que en las democracias modernas hasta al pueblo soberano se le ponen límites de decisión para evitar retrocesos y graves dislates, sobre todo en materia de derechos humanos- ¿qué le parecería a ella que el pueblo decidiese que “¡Uh! ¡Ah! Chávez sí se va” y que debe hacerlo mucho antes de lo que anticipa?.  

Hay una vieja admonición contenida en el evangelio según San Mateo (7-7) que reza Quaerite et invenietis (“Buscad y encontraréis”)  ¿No será el momento de hacerla valer contra quien está buscando lo que ya se le ha negado?. Yo creo que si. Chávez busca al pueblo por los rincones. Lo hizo el 2D. Lo hizo el 23N. Y lo halló en ambos casos respondón y desencantado por diez años de inseguridad indefinida, de desempleo indefinido, de inflación permanente. Y en esta otra delirante aventura puede darse, otra vez, de bruces con la derrota. ¿Vamos a ser nosotros los que se lo impidamos tratando infructuosamente, sin ver más allá y sólo Constitución en mano, de evitar lo que de entrada parece inevitable?.  

Es verdad. Alguien pudiera oponer que considerar esta opción alternativa es jurídicamente inaceptable. Que nuestra Carta Magna es clara y que la enmienda propuesta por Hugo Chávez es un fraude a la Constitución que no se puede convalidar permitiéndolo o promoviéndolo. ¿Pero, verdad de por medio, no fue eso mismo lo que hicimos el 2D?. La reforma que planteaba Chávez en el 2007 era tan inconstitucional como esta engañosa “enmienda” del 2008. Y contra aquélla se abonaron ingentes y poderosos argumentos legales. No funcionaron, como no funcionarán los que se opongan a éste nuevo despropósito. Por ello, como demócratas, recurrimos al voto –que como la palabra, es la herramienta de la paz- y a su defensa organizada para derrotar aquélla barbarie ante la ausencia absoluta de cualquier posibilidad de que las instituciones en las que se discuten las vías jurídicas le tomaran la vena al sentir del pueblo que, al final, se expresó contundente, fue el héroe de la jornada y salvó el día. Y la patria. 

Y ya lo dijo Américo. La ley, pese a que está de nuestro lado y no se discute –o no debería discutirse- no soluciona el problema. No hay instituciones judiciales que lo permitan en igualdad de condiciones. No al corto plazo, al menos. Nos vemos forzados por la historia a decidir entre dos males: Uno, el que implica derrotar al absurdo sin usar –como manda el “deber ser”- armas jurídicas que han devenido en inútiles ante la sumisión de quienes no han entendido que no se deben a un caudillo sino a la Constitución y a la ley. El otro, el de no quedarnos en la estéril oposición pataleante y vocinglera contra todo lo que diga Chávez sólo por que él lo dice, para usar entonces nuestra imaginación y proponer, pese al mal gusto inicial que pueda dejarnos, una alternativa distinta, una opción reivindicadora no sólo del voto como mecanismo eficaz para salir de nuestras penurias, sino de la fuerza incontenible del pueblo cuando se organiza para proteger sus libertades. De entre los dos, prefiero con humildad el segundo. Al menos es menos oneroso y más digno que pensar que la historia nos va a perdonar el detenernos sólo en la crítica y en la negación para descubrir después con mal fingido asombro, pasado el referendo –que se hará sin duda alguna si no le demostramos con denuedo al presidente que puede perder más de lo que puede ganar- que Chávez nos desgobernará per secula seculorum.


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