Bien lo dijo
Américo Martín en la reciente presentación del libro “El
poder y el delirio” de Enrique Krauze. El tema de la
enmienda propuesta por Hugo Chávez para su reelección no es
jurídico, es político. Soy abogado y, es verdad, a veces me
limita –imagino que a todos nos pasa en nuestros respectivos
desempeños- mi profesión. Chávez propone su desaguisado y de
inmediato, entrenadas mi mente y mi disposición para ello,
encuentro en la bolivariana todos los sólidos e inatacables
argumentos que se necesitan para oponernos a la nueva, en su
tediosa repetición, manera del presidente de servirnos su
vino viejo en la novel copa de su, parafraseando a Krauze,
delirio. Nos ratifica Américo así lo que ya todos, incluidos
sus seguidores, saben: lo único que le interesa a Chávez
es quedarse en el poder, todo lo demás es subsidiario al
punto de la indecencia. Ya
en mi entrega anterior (“La voz del NO”) discurrí un poco
sobre esto, destacando que Chávez se ha encargado de
demostrar que tras sus anhelos no hay siquiera alguna
ideología más trascendente que la de su hegemonía absoluta.
No voy a detenerme en eso más.
Ya conocemos el
“qué”. Nos resta entonces afrontar el “cómo”. El “qué” se
identifica con el deseo de Chávez de cerrar la puerta a todo
lo que no sea su propia permanencia en el poder,
sacrificando no sólo a la Constitución sino además a sus
cercanos que, como todo venezolano con mediana conciencia
política, tienen tanto o más derecho que él -a fin de
cuentas ya tiene diez años haciendo nada verdaderamente
útil- a ser electos presidentes algún día si es que el
pueblo así lo desea. Es así de simple y de complejo a la
vez. Para entender entonces “cómo” enfrentar esta nueva
arremetida tenemos que poner pie en tierra, despejar la
mirada y ver las cosas con claridad. En primer lugar –y me
duele como abogado aceptarlo- creo vano o fútil todo
esfuerzo por oponerse jurídicamente a que la enmienda sea
propuesta, aceptada y llevada a referendo. Eso podría ser
viable en otros países en los que la justicia
institucionalizada no fuera sumisa al punto de la vergüenza,
pero no en Venezuela.
Es cierto, la
Constitución, de acuerdo a lo que ella misma prescribe, sólo
puede ser modificada de tres maneras: a través de una
enmienda, a
través de una reforma
(como la que se planteó y fue categóricamente rechazada el
2D) o a través de la convocatoria a una
Asamblea Nacional
Constituyente. Y de éstas tres formas sólo la
última permitiría, de ser el caso –y en mi criterio con
algunas limitaciones- que se alterasen los preceptos
estructurales y esenciales de nuestro modelo de Estado, de
los que el carácter alternativo del presidente en el poder
es uno de los medulares. Leamos para corroborarlo el
artículo 6° de la Constitución, que reza el que el gobierno
en Venezuela “es y será siempre” –así dice la norma
textualmente, por lo que no podría en principio ser alterado
este precepto- “alternativo”. Que no “posiblemente
alternativo” o “alternable”, como lo alegan, defendiendo lo
indefendible, sofistas como Escarrá “el oscuro” y otros de
su combo.
Ni la reforma
ni la enmienda permiten que por medio de éstas se trastornen
los principios o estructura fundamental de nuestro Estado.
Lo expresan así textualmente los artículos 340 y 342 de
nuestra Carta Magna. Mucho menos –artículo 345 de la
Constitución- cuando el tema que se discute, como el de la
reelección indefinida –o “sucesiva” o “permanente” o como
quiera que se la llame, ya que al final es lo mismo- se
plantea en un mismo periodo constitucional y ya ha sido
rechazado luego de haber sido sometido a referendo. Pero
nuestro presidente, nunca mejor utilizada la expresión, “no
se para en artículos” ni respeta el texto fundamental que él
mismo hace casi diez años calificó como “el mejor del
mundo”. Mucho menos lo harán, pruebas de ello hay de sobra,
sus entogados y sobrepagados –quinientos millones de los aún
débiles bolívares será el aguinaldo del que cada uno de
ellos gozará este año, según reza “La Razón”- sirvientes del
Tribunal Supremo de Justicia. Nada se logrará entonces -más
allá de contribuir con sazonados criterios a su
deslegitimación- por la vía de la simple oposición legal a
la enmienda propuesta.
Pero si esto es
así, si es virtualmente imposible impedir que se someta el
capricho personalista presidencial a referendo ¿qué
hacemos?. Pareciera, en una primera mirada, que ni al famoso
chapulín podemos acudir –y yo sentirá hasta recelo de
llamarlo en nuestro auxilio, dado su confeso carácter
“colorado”- para evitar que en un evidente fraude
constitucional nuestro tropical caudillo logre su cometido
de eternizarse en el poder.
Pero no es así.
Sí hay otra alternativa.
Américo Martín
la avizoró en sus palabras que ya antes comenté, y ya a
quien suscribe y a otros, entre ellos a esa grata sorpresa
política que resultó ser Fabiola Colmenares –que estuvo a
punto de conquistar la Alcaldía de Vargas y logró que casi
5000 seguidores de García Carneiro “cruzaran” con ella su
voto y le ofrecieran su respaldo- nos rondaba una idea que
puede, incluso, lograr que el mismo presidente se retracte y
tenga que, como ha ocurrido a veces –y cada vez con más
frecuencia- recular. O algo mejor. Creo sinceramente que el
escenario cambia radicalmente si le tomamos la palabra a
Chávez y le dejamos jugar –disociado como está de las
verdades que nadie le cuenta sobre el respaldo popular a su
propuesta- a que puede vencer, desde la comodidad de
Miraflores, a los anhelos democráticos de los ciudadanos y
ciudadanas. Pero ¡un momento! Si nos quedamos con sólo este
reto alguien podría mentar mi madre –o la de Américo, o la
de Fabiola- tan sólo al leer estas líneas. La “huída hacia
delante” que se propone, para ser verdaderamente efectiva,
implica no sólo tener una estructura cívica que garantice la
relativa transparencia del proceso refrendario y la
validación de los resultados reales que se obtengan. Supone
hacer algo más.
¿Por qué no,
además de dejar luchar a Chávez en una justa que ya –lo
dicen los primeros sondeos sobre el tema- tiene perdida,
proponemos que no sea una sola la pregunta que se formule?.
¿Por qué no, por ejemplo, pedir que en la enmienda se
incluyan preguntas que modifiquen nuestra Carta Magna para
saldar importantes deudas sociales que están pendientes
desde 1999, o también,
una pregunta adicional que le deje claro a Chávez que no
sólo no estamos de acuerdo con que se perpetúe en el mandato
sino que además queremos recortarle –con efecto inmediato-
el periodo presidencial a, por decir algo, sólo cuatro
años?. Escuchaba en días pasados a la inefable
Mari Pili Hernández entrevistando a Tarek Willian Saab –que,
cosa curiosa, interrumpía constantemente a su entrevistadora
gritándole a algún impertinente anónimo que el lugar desde
el que hablaba estaba “ocupado”, dando cuenta de que la
escatología que derramaba en su conversa radial era verbal y
literal- y decir con mal disimulada sorna y sobrada soberbia
que, en lo que atañe a la reelección, “si el pueblo la
aprueba que así sea”. Y yo me preguntaba, además de qué
pensaría Mari Pili si se decidiera por mayoría que las
mujeres deben usar tonsura, llegar vírgenes al matrimonio o
velos que les cubran hasta los ojos –pues al parecer no ha
comprendido que en las democracias modernas hasta al pueblo
soberano se le ponen límites de decisión para evitar
retrocesos y graves dislates, sobre todo en materia de
derechos humanos- ¿qué
le parecería a ella que el pueblo decidiese que “¡Uh! ¡Ah!
Chávez sí se va” y que debe hacerlo mucho antes de lo que
anticipa?.
Hay una vieja
admonición contenida en el evangelio según San Mateo (7-7)
que reza Quaerite et
invenietis (“Buscad y encontraréis”)
¿No será el momento de hacerla valer contra
quien está buscando lo que ya se le ha negado?. Yo creo que
si. Chávez busca al pueblo por los rincones. Lo hizo el 2D.
Lo hizo el 23N. Y lo halló en ambos casos respondón y
desencantado por diez años de inseguridad indefinida, de
desempleo indefinido, de inflación permanente. Y en esta
otra delirante aventura puede darse, otra vez, de bruces con
la derrota. ¿Vamos a ser nosotros los que se lo impidamos
tratando infructuosamente, sin ver más allá y sólo
Constitución en mano, de evitar lo que de entrada parece
inevitable?.
Es verdad.
Alguien pudiera oponer que considerar esta opción
alternativa es jurídicamente inaceptable. Que nuestra Carta
Magna es clara y que la enmienda propuesta por Hugo Chávez
es un fraude a la Constitución que no se puede convalidar
permitiéndolo o promoviéndolo. ¿Pero, verdad de por medio,
no fue eso mismo lo que hicimos el 2D?. La reforma que
planteaba Chávez en el 2007 era tan inconstitucional como
esta engañosa “enmienda” del 2008. Y contra aquélla se
abonaron ingentes y poderosos argumentos legales. No
funcionaron, como no funcionarán los que se opongan a éste
nuevo despropósito. Por ello, como demócratas, recurrimos al
voto –que como la palabra, es la herramienta de la paz- y a
su defensa organizada para derrotar aquélla barbarie ante la
ausencia absoluta de cualquier posibilidad de que las
instituciones en las que se discuten las vías jurídicas le
tomaran la vena al sentir del pueblo que, al final, se
expresó contundente, fue el héroe de la jornada y salvó el
día. Y la patria.
Y ya lo dijo
Américo. La ley, pese a que está de nuestro lado y no se
discute –o no debería discutirse- no soluciona el problema.
No hay instituciones judiciales que lo permitan en igualdad
de condiciones. No al corto plazo, al menos. Nos vemos
forzados por la historia a decidir entre dos males: Uno, el
que implica derrotar al absurdo sin usar –como manda el
“deber ser”- armas jurídicas que han devenido en inútiles
ante la sumisión de quienes no han entendido que no se deben
a un caudillo sino a la Constitución y a la ley. El otro, el
de no quedarnos en la estéril oposición pataleante y
vocinglera contra todo lo que diga Chávez sólo por que él lo
dice, para usar entonces nuestra imaginación y proponer,
pese al mal gusto inicial que pueda dejarnos, una
alternativa distinta, una opción reivindicadora no sólo del
voto como mecanismo eficaz para salir de nuestras penurias,
sino de la fuerza incontenible del pueblo cuando se organiza
para proteger sus libertades. De entre los dos, prefiero con
humildad el segundo. Al menos es menos oneroso y más digno
que pensar que la historia nos va a perdonar el detenernos
sólo en la crítica y en la negación para descubrir después
con mal fingido asombro, pasado el referendo –que se hará
sin duda alguna si no le demostramos con denuedo al
presidente que puede perder más de lo que puede ganar- que
Chávez nos desgobernará
per secula seculorum.