La
sociedad republicana venezolana enfrenta, activamente, la
más grave amenaza encontrada en su larga marcha hacia la
democracia. La sociedad republicana se siente agredida en
sus fundamentos históricos e ideológicos. Los
sobrevivientes de la República liberal autocrática, ahora
en su más cruda expresión militarista tradicional,
abandonan la máscara del desprestigiado bolivarianismo y
se ponen la del manido socialismo autoritario. Y echan
mano de un nacionalismo que no les estorba al subordinarse
a la más torva de las dictaduras caribeñas.
No debemos dejarnos confundir por los
artificios seudo ideológicos, No libramos un
enfrentamiento de concepciones sociopolíticas, o político
económicas. Encubierta por la hojarasca de las consignas
supuestamente revolucionarias acecha la víbora que busca
inocularnos con una mezcla de escepticismo y resignación,
que nos haga presas fáciles de tramas cuartelarias
dirigidas a la invalidación de nuestra capacidad de
defender la democracia, tan costosamente conquistada por
la sociedad venezolana.
No son menos fundadas que numerosas las
comprobaciones que inducen, al ciudadano, a negarle
confiabilidad a los canales institucionales previstos para
que se exprese la voluntad del pueblo venezolano. No
requieren de nueva comprobación el ventajismo, ni la
combinación de ilegalidad e ilegitimidad de los
procedimiento y recursos electorales. Nada resta por
añadir a la descarada conducta del Poder público en todas
sus ramas. Le sobran razones, al ciudadano consciente,
para dudar de la eficacia de su participación en la toma
de decisiones políticas. No vacilo en admitir que comparto
tal convencimiento.
No obstante, han entrado en escena dos
factores que me obligan a reconsiderar lo que daba por ya
establecido. Los resumiré:
En primer lugar, había concluido, y así lo
consigné por escrito, que la certidumbre de que la
democracia prevalecerá tiene uno de sus principales
soportes en el hecho de que
los venezolanos
recordamos la democracia. No la anhelamos ni la
imaginamos, como lo hacen pueblos hermanos. Dicho
sumariamente: estamos comprometidos en la defensa de algo
que nos pertenece por haberlo conseguido con nuestro
esfuerzo.
En segundo lugar, también resentía, como
muchos, la escasez de lucidez y coherencia, en algunos
grupos y personas que debíamos mostrarnos como más
decididos en el cultivo y orientación de la voluntad de
defensa de la democracia, voluntad sin embargo presente y
activa, de manera reiterada y espontánea, en varios
millones de venezolanos.
La conjunción de estos factores tendía a
lanzar los ánimos por el despeñadero de la desilusión.
Pero la sociedad venezolana ha generado el antídoto, y lo
propone en forma que mueve al más encendido entusiasmo.
Quizás nada me ha provocado tanta
satisfacción como el verme felizmente llamado a revisar
el que consideraba un criterio de probada elocuencia, como
lo era el de poder recordar la democracia. Ahora estamos
en presencia de un relevo generacional que no asume la
democracia como recuerdo, sino que la abraza como
condición de su propia existencia, y hace de la
correlación entre la democracia y la libertad su razón
vital.
Pero no es menor el beneplácito que me produce
el ver surgir un liderazgo social, individual y colectivo,
que despliega insospechados recursos de serenidad,
lucidez y determinación; llevados esos recursos a un punto
tal que desconcierta a los agentes de la arrogancia, la
prepotencia y la confabulación con oscuras fuerzas
internacionales, también opresoras de sus respectivos
pueblos.
El saldo
de esta confrontación de factores está, para mi, muy
claro. Me echo a la espalda todo cuanto pudo ser reserva,
por fundada que fuere, y me dispongo a ejercer mi
democracia, recordada y reivindicada, practicándola el 2
de diciembre, y a dar mi más deliberado y desinteresado
respaldo al naciente liderazgo individual y colectivo
asumido por la juventud venezolana. No vacilaré, No.