¿Cómo
gobierna
la
revolución
bolivariana?
por
Fernando
Spiritto
lunes, 17
noviembre
2008
|
Los múltiples
problemas que hoy abruman a la sociedad venezolana se han
traducido en una pérdida de apoyos políticos al presidente
Hugo Chávez, como se desprende del resultado del referendo
constitucional de 2007 y de las encuestas disponibles
durante el primer trimestre de 2008. Así, por ejemplo, el
estudio de opinión de la empresa Datos, realizado entre 15 y
el 24 de febrero de 2008, muestra que la gente
responsabiliza directamente al Presidente de los problemas
por los que atraviesa el país (El Nacional, 19-3-2008).
Igualmente, las encuestas también muestran que los
candidatos del gobierno podrían experimentar un serio revés
en las elecciones regionales de noviembre de 2008.
Si bien es cierto que el resultado adverso al Presidente en
el referendo se explica en parte por el rechazo a la
reelección indefinida o el retroceso de la
descentralización, también es cierto que en el mismo influyó
el bajo número de éxitos que el gobierno puede mostrar en
materia de políticas públicas. Ni siquiera las llamadas
misiones, programas bandera de la política social, escapan a
los problemas de financiamiento, cobertura e implementación.
El fracaso del control de precio establecido en 2003 terminó
generando escasez de bienes de consumo masivo, lo que
ciertamente influyó en el resultado adverso.
El mismo Presidente, en su discurso anual a la Asamblea
Nacional, el 11 de enero de 2008, hizo una lista de los
problemas, que luego de casi una década de gobierno, no se
han podido solucionar o al menos limitar en su intensidad:
escasez de productos básicos, terrible situación de las
cárceles, inseguridad, contrabando, impunidad, servicios
públicos dominados por mafias (sic), alto costo de los
productos, aumento pronunciado de las importaciones y
corrupción. Hay que enfatizar que se trata de una evaluación
hecha por el propio Presidente, no de un cuadro pintado por
la oposición.
A lo anterior habría que añadir, entre otros muchos
problemas que hoy afectan a los venezolanos, las fuertes
presiones inflacionarias, la alta dependencia fiscal del
petróleo, la disminución de la inversión privada nacional y
extranjera y el consiguiente debilitamiento del aparato
productivo, el deterioro de la situación operativa y
financiera de Pdvsa, la inexistencia de un poder judicial
independendiente y de una Fuerza Armada políticamente
neutral, la inseguridad ciudadana, el pésimo estado de la
infraestructura del país y la falta de transparencia de las
cuentas públicas.
Ante tal situación, Chávez lanzó a principios del año una
campaña que denominó las “tres R” (revisión, rectificación y
reimpulso) destinada a relanzar su gobierno luego de la
derrota de la propuesta de reforma constitucional. Un año
antes, en el mismo sentido, Chávez había planteado un nuevo
programa político, los llamados cinco motores
constituyentes, con el objeto de avanzar hacia el socialismo
del siglo XXI: ley habilitante, reforma de la Constitución,
campaña educativa, nueva geometría del poder e impulso del
poder comunal. A finales del 2008 es poco lo que se sabe de
ambas iniciativas.
Al menos desde 2005, el Presidente profundizó la estrategia
política que viene utilizando desde 1999 la cual busca
compensar las fallas de sus políticas públicas con
movilización y propaganda. Durante el 2008, la figura del
enemigo interno o externo, en la forma del imperialismo
estadounidense y sus aliados nacionales, ha sido utilizada
ampliamente para, según sea la posición que se asuma,
gobierno u oposición, distraer la atención de o explicar los
graves problemas del país. Como quiera que sea, sobran
fundadas razones para pensar que el uso de la bandera
antiimperialista, así como otros recurso como el magnicidio
o la conspiración interna, está en directa relación con la
falta de éxitos concretos en materia de políticas públicas.
Se habla aquí de la revolución bolivariana, en lugar del
gobierno de Hugo Chávez, porque el primer término refleja
bastante bien la idea de centralismo, permanencia indefinida
en el poder, movilización permanente y personalismo
exacerbado que distinguen al actual régimen político de
Venezuela. El calificativo Quinta República fue abandonado
después del triunfo de Chávez en el referendo revocatorio de
2004 y especialmente cuando el socialismo pasó a ser el
centro de su proyecto político a partir de 2005.
El término gobierno, por el contrario, hace referencia a los
límites constitucionales, la alternabilidad y el
reconocimiento del pluralismo inherente a toda sociedad,
principios que ciertamente no están presentes en el programa
político imperante. Esta diferencia es pertinente ya que
determina un particular estilo de diseñar e implementar
políticas públicas. Gobierno implica también dirección en el
sentido de objetivos e ideología y conocimiento en el
sentido de experticia técnica.
Ante el amplio abanico de problemas que hoy aquejan a los
venezolanos, cabe preguntarse: ¿Por qué amplios sectores de
la población cuestionan la dirección que sigue el país así
como los resultados de la acción gubernamental? ¿Cuáles
limitaciones e incentivos operan en los decisores públicos (policymakers)
para diseñar e implementar las políticas públicas? ¿Cuáles
factores determinan el insatisfactorio desempeño de las
políticas públicas del gobierno bolivariano?
Intentemos una respuesta general a estas preguntas
destacando algunos rasgos básicos de la forma como gobierna
Hugo Chávez y su revolución bolivariana. Entre otros muchos,
podemos mencionar los siguientes: 1) Tendencia sostenida a
la concentración del poder en manos del Presidente. 2)
Monopolización de la agenda de las políticas públicas. 3)
Carencia de recurso humano calificado y baja capacidad
regulatoria de la administración pública. 3) Ineficiente uso
de los recursos públicos, resultado de la agenda política
vigente. 4) Vaguedad en los objetivos de política pública.
5) Uso de la intervención directa en la economía en lugar de
incentivos económicos. 6) Uso de símbolos, medios de
comunicación y conflicto como sustitutos de la eficiencia
administrativa. 7) Cierre de los canales de información y
negociación con la sociedad.
Veamos con mayor detalle cada uno de esos factores. Ojalá
que las evaluaciones sectoriales que se hagan en otros
lugares encajen en el marco conceptual resultante de estas
líneas.
Concentración del poder
En primer lugar, el sistema político de la revolución
bolivariana muestra un claro sesgo hacia la acumulación de
poder en manos del Presidente. Ha sido éste el punto más
relevante del “programa político” del chavismo en el poder.
Al margen de opiniones que califican al gobierno y su líder
como populista, fascista, o de izquierda, su rasgo más
distinguible es un personalismo extremo que convierte al
Presidente en el Deus et Machina del régimen.
Por consiguiente, las políticas públicas de su gobierno se
diseñan e implementan en función de ese objetivo. Las
consecuencias del personalismo para las políticas públicas
son evidentes: no hay margen para criterios “técnicos” y las
decisiones se toman o bien por ordenes directas del
Presidente o por interpretación de su pensamiento. Los
analistas han destacado la forma “espasmódica” que tiene
Chávez de tomar decisiones. En muchos casos no hay análisis
previo y es posible que se tomen, incluso, durante sus
programas de televisión.
El objetivo supremo del programa del Presidente es la
acumulación de poder y la permanencia en el mismo. ¿No es
este el caso de todos los políticos? Obviamente. Pero la
gran mayoría de ellos están limitados por la
institucionalidad y los múltiples controles y contrapesos
sociales. Muy pocos tienen la posibilidad o la voluntad de
manipular o cambiar las reglas de juego a su antojo. Cuando
esto sucede, el poder se torna de manera abierta en un
objetivo en sí mismo y nacen los gobernantes autoritarios o
personalistas que hemos conocido a lo largo de la historia.
La revolución bolivariana cuestiona la división de poderes
en el Estado venezolano. Basta mencionar en este punto la
carta que el recién electo presidente Chávez envió a la
Corte Suprema de Justicia en 1999 y cuyo objetivo era
confirmar ante el tribunal “el principio de la exclusividad
presidencial en la conducción del Estado” (El Universal
14-4-1999). Tal pensamiento resta legitimidad a la amplia
gama de controles al poder, donde destacan la
descentralización o la existencia de instituciones públicas
independientes.
Los poderes habilitantes del Presidente constituyen un
ejemplo digno de mención. La revolución bolivariana
mediatizó la independencia de los poderes públicos al punto
de asumir directamente la atribución legislativa mediante
leyes habilitantes aprobadas por el parlamento. Durante los
nueve años de gobierno de Hugo Chávez, en tres (1999, 2000,
2007) disfrutó de amplios poderes legislativos en las más
variadas materias. La ley habilitante de 2007 tuvo una
vigencia de 18 meses y abarcó todas las áreas de la vida
social y económica del país. En el último día de vigencia de
esta habilitación legislativo, el Presidente promulgó sin
consulta 26 decretos con fuerza de ley cuya consecuencia ha
sido una mayor concentración de poder en sus manos. Entre
otras muchas cosas, las nuevas leyes le permiten un mayor
control sobre la Fuerza Armada (creación de las milicias
bolivarianas), la economía (mayor capacidad regulatoria y de
expropiación) y los estados (nombramiento de nuevas
autoridades).
Ningún Presidente en la historia reciente del país ha tenido
tanto poder para manejar la agenda nacional de políticas
públicas.
Control absoluto sobre los temas de la agenda de políticas
públicas
La concentración del poder en manos del presidente Chávez le
permite manejar a su antojo la agenda de las políticas
públicas del país. Es Hugo Chávez quien dice qué se discute
y sobre qué se actúa.
Las políticas públicas son las acciones concretas que un
gobierno diseña e implementa para solucionar los problemas
que afectan a una comunidad. Asumen la forma de programas,
que implementados en las distintas áreas de la vida social y
económica, materializan la intervención del Estado en la
sociedad. La agenda pública está conformada por aquellos
asuntos que los gobernantes deciden enfrentar en un momento
determinado. La jerarquización de los problemas no siempre
se deriva de su importancia “objetiva”, como podría ser el
número de personas afectadas. La relevancia política de un
problema, y por tanto, el uso de recursos públicos para
solucionarlo, es la consecuencia de una compleja interacción
donde intervienen los grupos de interés, la agenda propia de
los políticos (cuyo principal objetivo es permanecer en el
poder) o factores externos al sistema político (un desastre
natural, una agresión extranjera, por ejemplo). En una
democracia pujante, la agenda es el resultado de un proceso
complejo en el cual intervienen muchos actores. Un buen
indicador del pluralismo existente en un país es la cantidad
y calidad de los grupos y personas que participan en la
conformación de la agenda.
¿Cómo y por qué se excluyen determinados temas de la agenda?
La razón básica es que los resultados positivos de las
políticas públicas hacia el problema no están garantizados.
Como no hay éxitos inmediatos, el policiymaker prefiere
soslayar el problema. Pero también puede ser que grupos
poderosos actúen con éxito sobre el poder para mantener el
estatus y conservar privilegios. En todo caso, es necesario
que el detentador del poder controle o ejerza gran
influencia en las instituciones públicas para bloquear
iniciativas sobre los asuntos “molestos”, bien eliminándolos
de la agenda o yendo a contracorriente de la opinión
pública.
La polarización política incrementa el poder del gobierno
sobre la agenda de las políticas públicas. Como el grupo que
gobierna no otorga legitimidad a la parte opositora, las
decisiones del Ejecutivo no enfrentan contrapesos efectivos.
La crítica y la resistencia no son reconocidas, y en casos
extremos, son reprimidas. El gobierno se aisla ante la
acción de cuerpos intermedios de la sociedad, medios de
comunicación o actores internacionales. Por ello puede
imponer decisiones impopulares, irracionales (al menos para
una parte de la población) o costosas. El vínculo entre el
desempeño en el gobierno y la responsabilidad política se
rompe.
La revolución bolivariana encaja perfectamente en el proceso
descrito anteriormente. El gobierno chavista enfrente una
larga lista de temas sobre los cuales ni discute ni actúa.
Son temas importantes para amplios segmentos de la población
que son ignorados por el poder o en los cuales no se admite
participación alguna. La polarización le permite al gobierno
cerrarse a una larga lista de asuntos donde encontramos: la
delincuencia, el control de cambios, la no renovación de
concesiones de espectro (caso RCTV), los conflictos con
otros países (caso Colombia o Estados Unidos), la
politización del Poder Judicial o de las fuerzas armadas, la
opacidad en el manejo de las finanzas públicas o la donación
de recursos nacionales a otros gobiernos.
Como ha dicho Elmer Schattchnider, el manejo del conflicto
es el aspecto crucial de la política. Todo régimen intenta
moldear a la sociedad en función de los intereses de los
gobernantes. “Para sobrevivir, entonces, los líderes
políticos y las organizaciones deben evitar que problemas o
asuntos que amenacen su existencia alcancen la arena
política, es decir, sean incorporados a la agenda” (James
Anderson, Public Policymaking. An Introduction.1990). La
amenaza a la democracia surge cuando la capacidad del líder
para moldear a la sociedad se hipertrofia, creando el riesgo
de llevar el sistema político por la senda de la
discriminación y el autoritarismo.
Carencia de recurso humano calificado y disminución de la
capacidad regulatoria de la administración pública
En tercer lugar, la administración pública carece de recurso
humano calificado. Los funcionarios medios y altos del
gobierno son escogidos en virtud de sus lealtades al
Presidente o al “proceso” y no con base en sus
calificaciones técnicas. El gobierno chavista no tiene
acceso a las nuevas generaciones de profesionales
venezolanos. Las remuneraciones del sector público no son un
incentivo adecuado para atraer a los más calificados. El
Presidente se ha apoyado en militares leales a su persona,
líderes de la izquierda tradicional y de otros sectores
radicales. La presencia de técnicos calificados es casi
inexistente.
Los funcionarios públicos se desenvuelven en un ambiente
poco propicio para fomentar la honestidad administrativa. Lo
poco atractivo de los sueldos se une al ambiente de
impunidad, la ausencia de control institucional y la
politización de la justicia para crear un caldo de cultivo
propicio a la corrupción.
La “elite gobernante” se ha decantado a lo largo de los
años. El número de líderes políticos con que cuenta el
Presidente es reducido y de poca preparación técnica y
profesional. Más que cambios o renovaciones al gabinete, lo
que observamos es la rotación de los ministros entre las
diferentes carteras. Es común que personas que han salido
del gobierno reaparezcan al tiempo en las mismas o en
posiciones diferentes. El discurso de los funcionarios y
líderes oficialistas se limita a repetir lo que dice el
Presidente sin agregar ideas nuevas. Sorprende la forma
automática como adoptan sus slogans, ideas o figuras
retóricas. Sus juicios son simples, repetitivos, sin
fundamentos y en algunos casos absurdos: la escasez de
productos básicos es la consecuencia del acaparamiento, el
Imperio tiene la culpa de de los males del país, se prohíbe
por ley hablar del dólar paralelo, o se recomienda
“regatear” para bajar los precios.
La militarización de la administración pública es un hecho
evidente. Los militares han sido el grupo favorecido por
Chávez para gobernar, ocupando posiciones directivas en la
vicepresidencia, ministerios, institutos autónomos, empresas
del Estado y otros organismos públicos como las
gobernaciones. Incluso el ministro de salud es un militar.
La presencia de los militares es la consecuencia de la
desconfianza del Presidente hacia los sectores tradicionales
de la sociedad civil (empresarios, universidades, gremios) y
de la necesidad de contar con grupos incondicionales. La
lealtad ciega de los militares hacia el Presidente, por no
hablar de la falta de conocimiento en la amplia gama de
asuntos civiles, reduce su autonomía de pensamiento y
acción, afectando finalmente su eficacia y eficiencia como
funcionarios públicos.
Por su parte, el aparato administrativo ha crecido en forma
pronunciada creando condiciones para la corrupción y el uso
ineficiente de los recursos. A pesar de las promesas hechas
por el Presidente durante la campaña electoral de 1998, el
número de ministerios aumentó de forma incontrolada tanto en
número como en nómina. A pesar de ello, la capacidad
administrativa y reguladora del gobierno central es tan
deficiente, que es Pdvsa la encargada de implementar los
programas más importantes: al negocio energético se agrega,
desde la distribución de alimentos hasta el entrenamiento de
atletas.
En 1999 existían 16 ministerios mientras que en 2007 la
cifra ascendía a 28. El crecimiento de la administración
pública, así como su gasto, comienza a partir del primer
semestre de 2003 como consecuencia de la crisis de abril de
2002 y del aumento de los precios del petróleo. El
Presidente necesitaba reforzar sus apoyos políticos ante el
referendo revocatorio de 2004 y las elecciones de 2006.
Nacieron así las misiones y se realizaron, en 2005, las
reformas legales para gastar las reservas del banco central
y crear los fondos que permitieran el uso discrecional del
dinero público.
La baja capacidad técnica de los funcionarios, el aumento
exagerado de los organismos del Estado y del gasto público,
así como la “captura” del gobierno por un grupo en
particular (en este caso los militares), se convierten en
grandes obstáculos al diseño e implementación de las
políticas públicas. Los obstáculos más evidentes son, por
una parte, la distorsión de objetivos, puesto que reflejan
tan sólo las necesidades y aspiraciones a una parte de la
población; y el desperdicio de recursos públicos por la
corrupción y la ineficiente ejecución de los programas.
Tal como observa el politólogo Javier Corrales, la
decadencia burocrática tiene una importante excepción: la
actividad electoral (Foreign Policy. Enero-febrero de 2006).
Ganar elecciones ha sido la prioridad absoluta de Hugo
Chávez y para ello ha utilizado todos los recursos a su
disposición, incluso y especialmente, a la administración
pública. El Consejo Nacional Electoral, integrado
mayoritariamente con seguidores del chavismo, ha contado con
todo el apoyo financiero y político imaginable. Obtener la
cédula de identidad, documento indispensable para votar, es
infinitamente más fácil que obtener un pasaporte o cualquier
otro documento oficial. Los altos funcionarios del gobierno
desempeñan funciones paralelas en el partido de gobierno (Psuv).
De esta forma, es razonable pensar que el éxito electoral de
Chávez, junto con su carisma, oratoria y capacidad para
manejar símbolos, se ha debido en gran medida al uso de
recursos públicos y medios de comunicación oficiales,
contraviniendo así las más elementales reglas del juego
democrático.
Ineficiente utilización de los recursos públicos
En cuarto lugar, el manejo de los recursos fiscales muestra
un sesgo hacia aquellos programas cuyos impactos se
traducen, de manera directa, en apoyos políticos al
Presidente. Así nacieron las misiones sociales, por ejemplo.
En este sentido, la política económica luce irracional si se
analiza desde un punto de vista estrictamente económico. El
gobierno ha ignorado las lecciones de varias décadas de
inestabilidad macroeconómica generada por la dependencia
fiscal petrolera. El creciente precio del petróleo a partir
de 2003 le ha servido para aumentar el gasto público y
estimular el consumo utilizando subsidios y transferencias.
El gobierno no sólo gasta por medio del presupuesto
ordinario, sino también por medio de fondos paralelos (Fonden,
Fondo Miranda, fideicomisos o reintegros de organismos
públicos) cuyo uso discrecional le resta transparencia a las
finanzas públicas. El gasto público total, como proporción
del PIB, aumentó diez puntos entre 1999 y 2007 pasando de
20.3% a 35.7% (El Universal, 11-2-2008). Las importaciones
crecieron de US $ 13.213 en 1999 a US $ 44.000 en 2007.
Electoralmente, la política económica expansiva funcionó en
2004 ante el referendo revocatorio y en 2006 ante las
elecciones presidenciales, pero no fue suficiente en 2007
para ganar el referendo constitucional. El resultado fue
inflación y escasez, así como el riesgo latente de colapso
cambiario. Venezuela está expuesta a un ajuste recesivo como
los que ha experimentado en el pasado porque el gasto
continúa creciendo sin pausa y el precio del petróleo
retrocedió acentuadamente durante el tercer trimestre de
2008.
Las prioridades del gobierno sorprenden. Un ejemplo es la
política de estatización de empresas implementada a partir
de 2007. Estas medidas terminarán costando al país más de US
$ 11.000 millones (El Universal. 16-8-2008). Antes de la
estatización, las empresas adquiridas eran rentables,
pagaban impuestos, prestaban buen servicio, invertían de su
propio flujo de caja, generaban empleos y además la
regulación vigente era tan estricta que el gobierno podía,
incluso, gerenciarlas en materias tan diversas como tarifas,
calidad e inversiones. Esto es evidente en el caso de la
Cantv y la Electricidad de Caracas. El gobierno ignoró el
costo de oportunidad del dinero. La cantidad gastada, por
ejemplo, pudo utilizarse en recuperar la totalidad de la
vialidad nacional sin sacrificar las metas de cobertura y
calidad en telecomunicaciones y electricidad. Se arregló
algo que no estaba roto en función de objetivos políticos:
fortalecer la presencia del Estado en la economía a costa de
la debilidad del sector privado.
El gobierno de Hugo Chávez no muestra resultados
convincentes en cuanto a lo que serían los usos más comunes
del gasto público en cualquier país: fortalecimiento del
aparato productivo, mantenimiento y expansión de la
infraestructura nacional (vialidad y sistema eléctrico, por
ejemplo) y formación del capital humano. Un análisis de
políticas públicas sectoriales mostraría resultados
decepcionantes en estas materias.
En la mayoría de los países la causa más común de
ineficiencia gubernamental es la falta de recursos fiscales;
en Venezuela es el exceso. De nada vale contar con
abundantes recursos fiscales si no existe capacidad
administrativa para gastarlos ni instancias contraloras para
asegurar el correcto uso de los mismos.
Poca claridad en los objetivos de las políticas públicas
En quinto lugar, la administración pública trabaja en
función de objetivos cambiantes y difíciles de concretar.
Vale recordar que la administración pública es la instancia
que implementa las políticas públicas y además constituye el
punto de contacto más común de los ciudadanos con el Estado.
Si algo describe a la revolución bolivariana como gobierno,
es la inmensa cantidad de planes en todas las áreas, que en
la mayoría de los casos carecen de soporte técnico o son
formulados con propósitos propagandísticos. A la revolución
bolivariana nunca le falta un plan, aunque sólo sea como
enunciado. Los planes en áreas claves como la vivienda, el
empleo o la producción agrícola e industrial son lanzados
periódicamente con gran despliegue en los medios oficiales.
Al tiempo desaparecen de las agendas de los organismos
oficiales sin que se ofrezcan al público los respectivos
informes de evaluación.
La construcción de vivienda en un buen ejemplo de la
distancia entre los planes y sus resultados. A pesar de los
abundantes recursos fiscales, las metas del gobierno no se
han cumplido y el déficit de vivienda continúa aumentando.
Ciertamente, la construcción es una actividad compleja que
requiere gran habilidad logística (cientos de materiales y
componentes deben ser transportados y ensamblados) y
financiera. En esta materia, queda demostrado que el éxito
no solo cuestión de dinero. También hace falta habilidad
gerencial para alcanzar los resultados esperados.
Son comunes las metas utópicas o expresadas en términos
absolutos. En 1999 el recién electo presidente Hugo Chávez
escribió que el objetivo básico de la revolución que
entonces comenzaba era “desarraigar los males ancestrales de
Venezuela (y ello era imposible) sin la eficiente cirugía de
largo aliento que está pidiendo a gritos la primera de todas
las fuerza: la opinión pública” (Carta a los magistrados del
TSJ. El Universal 14-5-1999).
En agosto de 2005, el presidente amplió hasta el infinito la
naturaleza de su tarea revolucionaria, cuando anunció que la
lucha antiimperialista pasaba a ser el norte de su gobierno:
“Nuestra tarea es salvar al planeta Tierra. Nuestra tarea es
mucho más grande que la asumida por Bolívar (…) Estamos
llamados a inventar un nuevo mundo al igual que en la
independencia había que configurar un nuevo orden nacional e
internacional” (El Universal, 16-8-2005).
De igual forma, el Proyecto Nacional Simón Bolívar
(Desarrollo Económico y Social de la Nación 2007-2013), el
primer plan de la Nación que asume explícitamente la
ideología socialista, plantea “la refundación de la Nación
Venezolana, la cual cimenta sus raíces en la fusión de los
valores y principios más avanzados de las corrientes
humanistas del socialismo y de la herencia histórica del
pensamiento de Simón Bolívar”. El plan establece objetivos
tan abstractos como la suprema felicidad social, la
democracia protagónica revolucionaria y un nuevo modelo
productivo socialista.
La variedad y vaguedad de los objetivos constituyen
obstáculos importantes a la implementación de las políticas
públicas. La grandiosidad de los objetivos se traduce en
ambigüedad operativa puesto que es más sencillo implementar
programas para alcanzar objetivos relativos que absolutos. A
ello su suma la constante creación y desaparición de
organismo públicos y la mencionada rotación de altos
funcionarios. Son comunes los problemas de coordinación
entre organismos públicos y el consiguiente despilfarro de
recursos. Por si fuera poco, el desmontaje progresivo de la
descentralización implica que el gobierno central asume un
mayor número de competencias y responsabilidades
regulatorias, deteriorando todavía más su capacidad
administrativa.
La reconversión monetaria es un buen ejemplo de la
dificultad que tiene el gobierno en fijar objetivos
concretos. Impulsada por el Ejecutivo e implementada por el
banco central, el objetivo primario de la medida era abatir
la inflación y así se informó a la opinión pública. Pronto
quedó en evidencia que el control de la inflación requería
un programa de ajustes en el cual la eliminación de ceros a
la moneda era apenas una fase más del proceso. Para finales
de 2008, las autoridades económicas casi no hablan de la
reconversión. Su objetivo básico fue reducido a la
“simplificación de las transacciones económicas”. Al final,
la reconversión se redujo a un cambio nominal cuyo costo
ascendió a una cifra estimada en $ 400 millones.
En esas condiciones es muy difícil que el gobierno genere
internamente la necesaria orientación al logro.
Intervención directa en lugar de incentivos
Regular es la forma moderna de gobernar. La regulación se
antepone a la intervención directa del Estado en el sentido
que no es necesario poseer los “medios de producción” (esto
es, por ejemplo, hacer la inversión en una fábrica,
supervisar la construcción, contratar la gerencia y hacer el
plan de negocios) para implementar una política económica.
La regulación establece incentivos, mandatos u órdenes para
alcanzar objetivos deseables en la sociedad. No hace falta
que el sector público intervenga directamente.
Es imposible una sociedad sin sector público. En términos
generales, los gobiernos utilizan los incentivos para
producir los cambios que consideran necesarios. La
herramienta más utilizada en este sentido es el mercado. Si
el objetivo es desarrollar el turismo en una región del
país, una exención tributaria serviría de señal a los
inversionistas privados para construir la infraestructura
necesaria. En este caso no haría falta utilizar recursos
públicos para construir hoteles. Ese dinero podría dedicarse
a otras actividades en la cual el Estado es más eficiente
que el sector privado (educación, seguridad, justicia,
etc.), o donde existen grandes externalidades, positivas o
negativas. El mercado opera eficientemente si los incentivos
están bien planteados y existe suficiente capacidad
reguladora del Estado para evitar o castigar los abusos. La
crisis económica mundial de 2008 conforma un buen escenario
para debatir estas ideas.
El gobierno de Hugo Chávez rechaza al mercado como
herramienta de gestión económica y social y por lo tanto
tiene poco espacio para utilizar incentivos. Ha preferido
estatizar a las empresas de servicio público
(telecomunicaciones y electricidad) y de insumos básicos
(cementeras), que regularlas eficientemente para alcanzar
los objetivos deseables en esta materia: precios razonables,
cobertura universal y disponibilidad. El Estado venezolano
tiene el instrumental legal para hacerlo.
La mezcla optima del Estado y el mercado varía dependiendo
de las condiciones específicas de cada sociedad. Lo que sí
puede afirmarse sin mayores dudas es que mucho Estado o
mucho mercado en una sociedad no constituye la situación
deseable, como demuestra la experiencia internacional. La
revolución bolivariana busca activamente incrementar el
poder del Estado y en ello basa sus políticas públicas.
Símbolos, medios y conflicto como sustitutos de la
eficiencia
La falta de éxitos concretos en políticas públicas vuelca el
gobierno a la creación de símbolos como elementos
compensatorios. El uso de slogans, la constante alusión a
Bolívar, la condena al imperialismo, el cambio de nombres a
instituciones, sitios públicos y a la misma República, son
instrumentos de movilización política ante el fracaso en
solucionar, o al menos remediar, los grandes problemas
nacionales.
El uso intensivo de los medios de comunicación sirve también
a ese propósito. La revolución bolivariana ha establecido un
aparato mediático sin precedentes en la historia del país:
seis canales de señal abierta, 80 emisoras de radio, 73
periódicos comunitarios y 110 páginas Web, así como un
inmenso gasto en publicidad en otros medios (El Nacional,
5-10-2008). A esto se suman las habilidades comunicacionales
del Presidente y el uso de los medios privados en
trasmisiones conjuntas (cadenas), para dibujar una situación
de bombardeo constantemente a la población con mensajes
pro-gobierno. De acuerdo con Oscar Lucien, hasta septiembre
de 2008, el Presidente había hecho unas 1.762 cadenas lo que
en la práctica se traduce en 1.105 horas de transmisión (El
Nacional, 24-10-2008). La propaganda en este contexto puede
verse como un recurso político para darle visos de realidad
a lo que en esencia no es más que un símbolo.
La búsqueda de conflictos sucesivos con los diferentes
actores de la sociedad (medios, Iglesia, empresariado, los
Estados Unidos, Colombia) puede interpretarse como una forma
de ocultar los fracasos propios creando focos alternativos
de conflictos que desvíen la atención del público. Tal como
sugería el politólogo Elmer Schattshneider, la expansión del
conflicto a escenarios distintos a veces cambia el desenlace
de las disputas políticas.
Cierre de los canales de información
La polarización creciente de la sociedad y los escasos
éxitos en materia de políticas públicas generan en la
revolución bolivariana una tendencia preocupante al cierre
de los canales de información y comunicación con la
sociedad.
El gobierno de Hugo Chávez no rinde cuenta sobre la forma
como administra los recursos públicos ni consulta con la
sociedad las decisiones que toma sobre los asuntos de
interés general. El Presidente disfruta de amplios poderes
discrecionales, libres de controles externos dada la escasa
independencia funcional y política de los órganos
contralores del Estado. Tampoco existe la voluntad de
conversar con gremios, partidos, organizaciones no
gubernamentales, universidades, instituciones importantes o
individualidades destacadas de la sociedad. El Presidente no
tiene contactos con la prensa nacional independiente.
El gobierno ofrece muy poca información sobre sus políticas
públicas. Las estadísticas e informes oficiales, insumos
vitales para evaluar los programas implementados, escasean o
simplemente no son dados a conocer por los organismos del
gobierno. Así, por ejemplo, el Presidente maneja
directamente miles de millones de dólares acumulados en
fondos públicos (Siendo el Fonden el más grande) de los
cuáles no se conoce con exactitud lo gastado, lo disponible,
ni el destino del dinero.
Con respecto a las misiones sociales, no existen (o no son
públicos) los estudios de evaluación que permitan conocer la
eficiencia del enorme gasto que a ellas se dedica. La
opacidad es la regla en las cuentas y en el desempeño de la
vital industria petrolera. Como dice Diego González, “No se
conoce cuánta es la verdadera producción diaria de petróleo
y Gas, ni cuánto se refina, cuánto se exporta, cuánto es el
consumo nacional de gasolina, diesel, kerosén y fuel oil, y
cuánto se les vende a los países con los que se han firmado
convenios de entrega de petróleo y sus derivados, en
especial a Cuba” (Petróleo: la obligación de informar. El
Universal, 27-10-2008).
De igual manera, aunque la Constitución y las leyes se lo
exigen, el Presidente no consulta las decisiones importantes
como quedó demostrado con la aprobación, a último momento,
de las 26 leyes dictadas en el marco de la Ley Habilitante
de 2007.
La ausencia de la rendición de cuentas y la nula disposición
a conversar con la sociedad civil sobre las políticas
públicas del gobierno, invalidan dos principios básicos de
la revolución bolivariana (y como es obvio, de toda
democracia): la participación popular en los asuntos
públicos y la contraloría social de la gestión
gubernamental.
Conclusión
Las políticas públicas exitosas constituyen un factor
importante de legitimidad para cualquier sistema político.
Por ello, la eficiencia administrativa debe ser ganada para
lograr estabilidad política y crecimiento económico. El
resultado adverso que la propuesta de reforma constitucional
del presidente Chávez obtuvo en el referendo de 2007,
sugiere que las fallas en el diseño e implementación de sus
políticas públicas ya no pueden ser compensadas con el uso
de símbolos, la creación de expectativas en la población, el
bombardeo propagandístico, el uso exagerado de los medio
(cadenas) o el uso del conflicto como forma de polarización
social. Para permanecer en el poder, la revolución
bolivariana debe comenzar a resolver los problemas de la
gente. Allí radican sus principales retos.
La historia aquí contada es de larga data y no comienza con
el chavismo en el poder. No hay nada nuevo bajo el sol en
ese sentido. No obstante, los vicios reseñados se acentuaron
en los últimos años como consecuencia de dos datos claves de
la actual situación política: la concentración del poder y
la ausencia de mecanismos que hagan responsable al gobierno
ante la sociedad. En la administración pública los efectos
de esta situación son inmediatos: no hay objetivos claros,
no existe orientación al logro ni talento gerencial, no
fluye la información y el gobierno está cerrado a ideas
innovadoras en materia de políticas públicas. El resultado
es un Estado-fachada; con poca capacidad administrativa y
reguladora.
La historia nos enseña una lección muy sencilla que sin
embargo a muchos les resulta difícil de aprender: la
democracia es el sistema político más exitoso en resolver
los problemas de la gente. La democracia facilita la
circulación de la información en la sociedad, y ello a su
vez fomenta la competencia de los grupos por el poder, la
innovación en políticas públicas y la transparencia en las
gestiones del Estado. El resultado es un gobierno más
eficiente que el que se tiene en situaciones autoritarias.
La revolución bolivariana, sin embargo, le deja al país un
legado importante: en el futuro, ningún gobierno dejará de
lado a las políticas sociales. No importa cual sea la
situación fiscal, los gobiernos siempre actuarán bajo el
incentivo de diseñar e implementar más y mejores programas
sociales. Ayudar a los pobres es la mejor manera de
estabilizar a la democracia. Esperemos que esos gobiernos
también sepan sacar provecho de la más poderosa herramienta
de crecimiento económico y bienestar social: el mercado.
Un intelectual chavista, Alfredo Toro Hardy, escribió en una
oportunidad: “Tal como decía Giscard D´Estaing, el estilo es
la estética de la acción. A muchos puede no gustar el estilo
de del presidente Chávez, pero es importante no confundir su
estilo con la acción misma. El estilo se juzga con las
entrañas, la acción con la cabeza”. (El Nacional,
30-11-2006).
Pues bien, ahora parece que el estilo del Presidente no es
lo único cuestionado por la sociedad. Lo que observamos es
el creciente rechazo a la acción misma.
fspiri@gmail.com
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