Sin
exagerar, creo que la paradoja surgida ante la oposición
democrática de denunciar el fraude electoral del 15 de agosto
pasado, mientras participa en las próximas elecciones regionales
del 31 octubre, es otra demostración de la sutileza y complejidad
hacia donde ha derivado la política venezolana, pero que no tiene
porque alterar el objetivo básico- que une a todos los demócratas-
de mantenerse en su propósito de salir de Chávez sin apartarse de
la constitución ni de las vías electorales, pacíficas y
constitucionales que establece.
Y que no tendría por que
dividir a la oposición en abstencionistas y participacionistas,
entre luchadores contra el fraude y partidarios de las elecciones
regionales, ya que los objetivos de unos y otros podrían
encontrarse en el evento del 31 de octubre próximo.
O sea, que participar en
las regionales podría ser la ocasión de movilizar a cientos de
miles, millones de electores contra el frade cometido y por
cometer, de denunciar in situ, en caliente, las irregularidades
que ya burlaron la voluntad popular e intentan repetirse y
transmitir al mundo la certeza de que en Venezuela impera, a
través de la trácala, unos sátrapas de nuevo cuño que han tomado a
la democracia como mascarón de proa para resucitar el
autoritarismo y el militarismo de siempre.
Y obligarlos, cuando
menos, a cambiar de método (o de “métodica” como dirían algunos
gerentes de la “revolución”), ya que va a ser absolutamente
imposible regresar el 31-O con los mismos trucos del 15-A
Pero sobre todo, es la
oportunidad de volver a darle la mano a los electores, de estar en
la misma trinchera, de consubstanciarse con sus problemas
regionales y locales y de decirles que más allá de los tropiezos
coyunturales, los demócratas venezolanos no retrocederán en su
empeño de derrotar la autocracia.
Debe recordarse, además,
que las elecciones regionales no son el referendo revocatorio que
pautaba la salida del presidente, sino que se trata de la salida o
permanencia de un conjunto de autoridades responsables de que los
estados y municipios se hayan precipitado hacia la ruina, o
sobrevivan con decencia y en espera de constituirse en los muros
de contenten de la autocracia.
Hay entonces muchos
problemas concretos, efectivos y reales que acometer, que
resolver, asuntos que tienen que ver con la salud, la educación,
el transporte, la inseguridad y el empleo y mal puede la oposición
democrática darle la espalda a estas urgencias, a estos clamores y
permitir que el chavismo provinciano continúe desguazando al país.
En este orden de ideas
debe entenderse también que a Chávez no se le derrota sino con una
movilización de calle creciente y persistente, con la
demostración, más allá de la permisividad y la peligrosidad, de
decirle al mundo que las mayorías venezolanas adversan al régimen
por la causas de antes y las de ahora, como que para perpetuase en
el poder no tuvo empacho en cometer un gigantesco fraude.
Y también, desde luego,
con un trabajo de hormiga para reunir pruebas que demuestren el
fraude y gane más y más adeptos en las instancias internacionales
de que Chávez no representa sino a un gobierno espúreo, ilegal y
absolutamente deslegitimado.
No son tareas fáciles que
se puedan lograr en un día, ni de la noche a la mañana, pero que
aplicándolas con rigor, y sin desviarse del objetivo central,
darán en un tiempo prudencial en el blanco de que a la autocracia
se la perciba como el aborto de un fraude electoral.
En este sentido tenemos
que elogiar el informe presentado por el economista, Ricardo
Haussman, por encargo de la organización “Súmate” sobre la
posibilidad de que en un 99 por ciento el fraude haya sido
cometido, y que trajo, entre otras bondades, el primer impulso
para que la CD se pusiera otra vez en pie de guerra.
No se trata de cualquier
logro, ya que, después de 3 semanas de silencio y confusión, daba
la impresión de que los líderes responsables de que el revocatorio
fuera un éxito, se habían exilado.
Pero también debemos
referirnos al enorme esfuerzo que desde meses antes del fraude
llevaba a cabo el ingeniero, Jorge Rodríguez Moreno y que culminó
con la presentación del “Modelo Valladares” que echó por tierra la
pretensión del Centro Carter de avalar su respaldo a los
resultados electorales con la exhibición de una opinión de
Jonathan Taylor, un profesor de la Universidad de Stanford.
Ya sabemos que Taylor
reconoció su error, que después se desdijo, pero dejando en la
opinión pública internacional el sabor de que un crimen se había
cometido.
Y -last but not least- el
informe del abogado, Tulio Álvarez, fundamentado en un examen del
REP y el cruce de información entre las máquinas Smartmatic y el
CNE, más concretamente, con el rector, Jorge Rodríguez, que
revelan como las máquinas se bidireccionaron y estuvieron
recibiendo información para que adulteran los resultados.
Pruebas que demuestran la
“duda razonable” que se tuvo en un primer momento sobre los
resultados, que se transforman ahora en “sospecha razonable” y dan
pie al conjunto de acciones legales a nivel nacional e
internacional que se están emprendiendo para que Chávez no se
salga con la suya.
Pero que igualmente
contribuyen a movilizar a la opinión pública internacional, sobre
todo la que está conformada por organizaciones de la sociedad
civil, empeñada en que la democracia no sea adulterada ni
corrompida y pase a convertirse en una herramienta para que los
tiranos justifiquen su permanencia en el poder.
En conjunto, una lucha que
no será fácil ni corta, pero que sí contiene el legado de una
experiencia histórica de enorme significación a la hora de evaluar
las argucias del totalitarismo para sobrevivir y los necesarios y
urgentes antídotos que hay que elaborar sobre al marcha para
impedir que nuevos vástagos de las viejas ideologías vuelvan a
sembrar al tierra de terror, miseria desigualdad y gigantescas
violaciones de los derechos humanos.
Realidad espectral frente
a la cual los últimos en reaccionar, como cuando Hitler y Musolini,
son los estados y gobiernos extranjeros, pero que no excusan a la
sociedad civil de que aún en las peores condiciones se active para
luchar sin cuartel hasta que el totalitarismo sea otra vez
desenmascarado, destruido y enterrado.
