En el vasto
campo de la indefensión de las personas, sean naturales o
jurídicas, las neo-dictaduras o dictaduras hábilmente
disfrazadas de democracia, se diferencian de las dictaduras
convencionales porque en éstas la indefensión no se adorna
sino se proclama, y en aquéllas la indefensión se enmascara
en un tinglado de supuesta legalidad. Caso de la “revolución
bolivarista”, aunque muchos de diversas orientaciones
políticas se empeñen en negarlo o matizarlo.
La indefensión
es la misma pero las percepciones cambian. En uno y otro
tipo de régimen, la indefensión llega a ser absoluta: no hay
posibilidad de defensa alguna ante la voluntad del poder
arbitrario. Pero en la neo-dictadura, además, la indefensión
es perfecta, porque muchos de los que la padecen, no lo
saben; y siempre habrá argumentos “jurídicos” para negar su
existencia.
Es como un
virus insidioso que corroe un organismo sin que la víctima
se dé cuenta, y aún considerando que no está enferma o no lo
está tanto. El veneno de la neo-dictadura se encuentra,
precisamente, en el disimulo de un sistema democrático, y su
gran logro es que buena parte de los críticos y opositores
acepten las premisas del juego. Algunos de buena fe y otros,
no.
En el dominio
de la indefensión, la satrapía vernácula ha venido montando
un régimen dual o un “apartheid” por razones políticas. El
poder personalizado domina completamente la función
judicial, y por eso sus personeros operan por encima de la
ley y con plena seguridad de impunidad, a menos que, claro
está, el jefe máximo sentencie distinto.
Y para los
adversarios según las entendederas de la satrapía –una lista
muy pero muy larga en lo político, económico, social y
comunicacional--, la indefensión es la regla, casi sin
excepciones, y en el caso de que se produzcan no será por la
actuación de la justicia sino por el interés político del
poder personalizado. Sobre el particular, llama la atención
que cuando se presenta una aparente “reivindicación
justiciera”, se la quiera adjudicar a motivaciones
institucionales que sencillamente no tienen cabida en un
despotismo, sea craso o habilidoso.
La indefensión
es cotidiana en esta Venezuela menguada, pero los desmanes
suelen ser “legalizados” a-posteriori a través de “normas”
entalladas para tal fin, o mediante sentencias
tele-dirigidas. Y para colocar el tema en perspectiva es
necesario destacar la diferencia esencial con el proceder de
una democracia, así esté cruzada de fallas y problemas.
En una
democracia con siquiera un funcionamiento básico del estado
de Derecho, también hay atropellos y arbitrariedades
cometidos desde los poderes del Estado, pero existen los
canales políticos y jurídicos para denunciarlos y
recurrirlos con posibilidad razonable de éxito.
La realidad de
que el poder hace siempre lo que le da la gana y nunca se
puede hacer nada al respecto, es una realidad que no
caracteriza a la democracia sino que la niega esencialmente.
Y es la realidad dominante en las dictaduras y las
neo-dictaduras, aunque en las segundas se presente
disfrazada de legalidad emergente, justicia revolucionaria,
o cualquier otro ropaje artificioso.
La andanada
última del TSJ contra Globovisión y la simulación
reglamentaria del CNE, son situaciones emblemáticas de la
indefensión perfecta en el reino de la satrapía. El poder
hace lo que quiere, las personas no valen nada frente al
poder, pero todo se perfecciona con la Gaceta Oficial, la
masiva propaganda y una persistente incomprensión de cómo
funcionan las neo-dictaduras.