Hasta en Irán hay menos concentración de poder que en
Venezuela. Allá uno es el presidente y otro el líder
supremo. Acá es uno solo, salvo que Fidel fuera nuestro Alí
Khamenei.
Los ojos del mundo, y particularmente
los venezolanos, están puestos en las desafiantes protestas
que sacuden a la República Islámica de Irán. Escribió Manuel
Felipe Sierra que el Chador y el Twitter se enfrentan por el
futuro de ese gran país, y el seguimiento de los sucesos
ayuda a conocer la compleja estructura de un Estado que
combina la primacía de los ayatolás con elevadas
responsabilidades electivas, por las que contienden
políticos civiles y religiosos.
En Venezuela, amén de lo que
dispone la Constitución formal de 1999, esa misma estructura
de poder es crasamente simple: Chávez manda y los demás
obedecen, so pena de ser purgados --si son oficialistas, o
directamente perseguidos, si son opositores. La voluntad
presidencial no tiene apelación efectiva en instancia alguna
del Estado, y en un alarde de impudicia los representantes
de los demás "poderes públicos" se apresuran siempre a
confirmarla.
En Teherán existe un "Consejo de
Guardianes de la Revolución Islámica" que ejerce funciones
de control sobre las autoridades electas. En Caracas, ese
Consejo despacha en Miraflores y tiene sólo un miembro, y
además con vocación vitalicia. Los sucesores del Imán
Khomeini también cuentan con una "Asamblea de Clérigos" que
puede contrapesar la autoridad del Líder Supremo, incluso
destituirle. Nada que ver, no faltaría más, con el cuerpo
colegiado que preside la diputada Flores.
Allá, los expresidentes Rafsanjani y
Khatami, clérigos emblemáticos de los 30 años que lleva la
revolución islámica, ocupan importantes posiciones de Estado
y son sonoros adversarios del presidente Mahmoud Ahmadinejad.
Acá, en el dominio del Estado nacional, no hay ni una tímida
vocecita que medio asome un atisbo de crítica. Y aquellos
que se plantan desde gobernaciones o alcaldías
no-oficialistas, son objeto de la molienda roja con total
prescindencia de legalidades y normativas.
Con todo y su teocracia, la
república iraní no está bajo el puño exclusivo y excluyente
de un mandamás con aspiraciones de permanencia continua o
ilimitada. Con todo y su parafernalia republicana, la
Bolivariana es en la práctica lo más parecido a una
monocracia absoluta que se pueda ubicar en el panorama
internacional. Ya compite, en cuanto a involución
totalitaria, con esos impresentables regímenes que terminan
adoptando el apellido del líder único.
Acaso habría una excepción al poder
omnímodo del señor Chávez, en la opinión de alzada de su
gran gurú, Fidel Castro. Un tributo adicional, por cierto,
al agresivo nacionalismo bolivarista. Y hasta en eso nos
saca ventaja la República de Irán, porque por lo menos el
supremo Ayatolá Alí Khamenei es tan iraní como las alfombras
persas.