El cumpleaños 83 de Fidel Castro Ruz fue más conmemorado por
el oficialismo que el natalicio de Simón Bolívar. Y es que
el cubano es el santo patrón de la revolución bolivarista.
El verdadero y actuante, el que manda y dispone con una
"autoridad" inapelable y ejecutable como si se tratase de
una orden soberana. Hasta la aprobación de la Ley de
Educación le fue expresamente dedicada como regalo
cumpleañero por los "diputados de la Asamblea Nacional".
La verdad es que en Venezuela nunca
había ocurrido que las autoridades del Estado se rindieran a
los pies de un gobernante extranjero. Nunca. Ni el siglo XIX
ni el XX. Al contrario, el orgullo nacionalista muchas veces
impedía que se le reconocieran méritos a líderes foráneos
que querían al país y le habían ayudado en horas difíciles.
Bastaría mencionar a diversos
mandatarios latinoamericanos que acogieron a los exiliados
criollos de las dictaduras militares, hoy olvidados en la
memoria política nacional. Casi al único que se le recuerda,
es al presidente Petión de Haiti, amigo y benefactor de
Bolívar.
Por ello el arrobamiento de los
oficialistas por Fidel Castro es una actitud extraña a las
tradiciones venezolanas. El propio señor Chávez lo
identifica como el Simón Bolívar del siglo XX, y lo coloca
en el máximo pedestal de los héroes "patrios", muy por
encima, por cierto, de cualquier otra figura con la única
salvedad del propio Libertador.
El nombre y la imagen del dictador
caribeño son de orden sacro para la nomenklatura de
boinacolorá, y hasta en los cuarteles se le hacen honores
como si se tratara de un símbolo de la nacionalidad. Los
medios de comunicación del Estado, y los para-estatales
también, son altares para el culto a su personalidad.
El Fidel Castro que se ensalza se
parece mucho al protagonista del documental propagandístico
de Oliver Stone: un viejo quijote cargado de méritos, que ha
dedicado su vida a procurar el bien de la humanidad, y que
casi podría ser beatificado si no fuera porque él mismo se
reconoce como no creyente.
La "obra magna" del personaje, la
Revolución cubana, es retratada por la publicidad
miraflorina como una epopeya de maravillas que ha hecho de
Cuba el paraíso del planeta tierra. Todos los jerarcas
locales repiten las mismas loas, unos por convicción, otros
por disimulo y muchos por adulancia, y no al maestro sino al
pupilo.
Lamentablemente, Fidel Castro ha
prestado un servicio tan positivo para el señor Chávez como
negativo para el conjunto de los venezolanos. Ha sido el
mentor principal de este proceso paulatino de enjaulamiento
que ha significado la llamada "revolución bolivarista". Una
especie de autor intelectual del proceder habilidoso del
proyecto de dominación que impera en el país.
Ya lo dijo el propio Castro en la
primera toma de posesión de Chávez, por allá en 1999: no se
puede repetir la revolución cubana en Venezuela... Lo que no
dijo es que se refería más a lo adjetivo de los
procedimientos, formas y tiempos, que a lo sustantivo de los
objetivos.
Allá la hegemonía totalitaria se
instaló con rapidez y extrema violencia. Acá la jaula se ha
ido construyendo y cerrando poco a poco, en nombre de la
ley, y con el concurso de las urnas. En Cuba rige una
dictadura con todos los elementos clásicos del control
absoluto. En Venezuela existe una neo-dictadura que se
aprovecha de ciertas formalidades democráticas para avanzar
hacia el control definitivo.
Pero lo más siniestro, es que el
gran responsable de la obliteración de un país, que lleva
medio siglo encaramado en el poder a costa del sojuzgar al
pueblo cubano, sea proclamado como el "ejemplo" a seguir por
parte del régimen que desgobierna en Venezuela.
Eso es más ominoso que todas las
leyes de educación que puedan salir del intelecto del
ministro Navarro.