Más importante que precisar la
identificación exacta del rumbo ideológico de la "revolución
bolivarista", es reconocer que se trata de un proyecto de
dominación que busca reforzar el control hegemónico del
poder en todos sus ámbitos.
Por ello, es hasta cierto punto bizantina la discusión sobre
la identidad conceptual del régimen imperante con ocasión de
su acelerada radicalidad. Que si es de extrema izquierda o
más bien neo-fascista, que si es comunista o capitalista de
Estado, que si es autocrático-militarista o revolucionario
popular.
Los voceros empresariales, por ejemplo, no dudan en señalar
que vamos directo hacia el castro-comunismo, mientras que
dirigentes políticos como Julio Borges y Ramón Martínez --de
partidos y posturas distintas-- coinciden en afirmar que la
dirección es de corte "capitalista-estatista".
En fin, la ciencia política da para numerosas categorías y
la mezcolanza del llamado "socialismo de siglo XXI" se
aviene a muchas, pero lo que debe estar por encima de
cualquier razonable duda es que el señor Chávez encabeza un
proyecto de hegemonía política, económica, social,
comunicacional y militar que aspira a mantenerse por la
fuerza.
Al respecto, vale la pena destacar la opinión del filósofo
venezolano Miguel Albujas --vertida recientemente en una
entrevista dominical del diario El Nacional--, en la que
pondera la naturaleza neo-totalitaria del régimen
venezolano. Sus principales características serían la
represión selectiva, la guerra sicológica y la hegemonía del
mando, entre otras.
Y de eso se trata la llamada "revolución". No es el
monopolio absoluto de todos y cada uno de los espacios de la
vida nacional, como en el totalitarismo clásico del siglo XX;
sino del apoderamiento de los instrumentos básicos del
poder, aún permitiendo "zonas de tolerancia" en diferentes
aspectos que, además, le permiten exhibir una coartada
democrática a nivel internacional.
En lo político el control hegemónico es implacable. Todos
los poderes del Estado Nacional son manejados al antojo de
Miraflores, y las instancias de poder público regional y
municipal que detentan figuras de la oposición son sometidas
a presiones tan asfixiantes que prácticamente impiden el
ejercicio de sus funciones constitucionales y legales.
El oficialismo les reconoció el triunfo electoral del 23-N,
pero no les ha reconocido su derecho a gobernar. Hay
elecciones periódicas pero no son ni libres ni justas. No se
ilegalizan a los partidos disidentes pero se persigue e
inhabilita a sus líderes de mayor potencial.
En lo económico, la tradicional primacía del Estado
petrolero se ha transmutado en un aparato gigantesco y
omnisciente de intervención que acorrala al sector privado
productivo y en cambio privilegia a la boliburguesía
parasitaria.
El objetivo final no es necesariamente la estatización de
todas las empresas y los medios de producción, sino que el
"funcionamiento" de la economía real dependa principalmente
de organismos burocráticos, y el sector privado quede
reducido a complemento accesorio y manejable.
En lo comunicacional, ya se ha levantado en gran medida la
ansiada hegemonía en el control de los medios, reforzada con
la propaganda masiva y la presencia encadenada del jefe de
la "revolución".
Hegemonía que se distingue del monopolio a la cubana o la
coreana del norte, porque se permite una "zona de tolerancia
mediática" para el desahogo y catarsis del país no-oficial,
siempre y cuando no se desborden los límites de lo
permisible, es decir no se ponga en peligro el
atornillamiento del régimen.
En lo militar es obvia la sustitución de lo institucional y
profesional por el activismo y la subordinación partisana.
En lo social, para decirlo con palabras de Domingo Alberto
Rangel, se pretende configurar una sociedad dependiente y
sumisa de las dádivas estatales hasta para alcanzar las más
elementales condiciones de la subsistencia humana.
La verdad es que ante semejante realidad, no importa tanto
la definición técnica que deba ponérsele al modelo de
gobernanza que la genera, como la constatación de que el
proyecto de dominación empuja sus acometidas para cerrar el
cerco del control nacional, en especial ahora que la crisis
fiscal y económica es de proporciones mayúsculas.
Sólo la reacción unitaria del país democrático puede evitar
que la "revolución" cierre la jaula, sea cual fuere su
apropiado apellido.
flegana@gmail.com
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |