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El apellido de la jaula
por Fernando Luis Egaña
sábado, 14 marzo 2009


Más importante que precisar la identificación exacta del rumbo ideológico de la "revolución bolivarista", es reconocer que se trata de un proyecto de dominación que busca reforzar el control hegemónico del poder en todos sus ámbitos.

Por ello, es hasta cierto punto bizantina la discusión sobre la identidad conceptual del régimen imperante con ocasión de su acelerada radicalidad. Que si es de extrema izquierda o más bien neo-fascista, que si es comunista o capitalista de Estado, que si es autocrático-militarista o revolucionario popular.

Los voceros empresariales, por ejemplo, no dudan en señalar que vamos directo hacia el castro-comunismo, mientras que dirigentes políticos como Julio Borges y Ramón Martínez --de partidos y posturas distintas-- coinciden en afirmar que la dirección es de corte "capitalista-estatista".

En fin, la ciencia política da para numerosas categorías y la mezcolanza del llamado "socialismo de siglo XXI" se aviene a muchas, pero lo que debe estar por encima de cualquier razonable duda es que el señor Chávez encabeza un proyecto de hegemonía política, económica, social, comunicacional y militar que aspira a mantenerse por la fuerza.

Al respecto, vale la pena destacar la opinión del filósofo venezolano Miguel Albujas --vertida recientemente en una entrevista dominical del diario El Nacional--, en la que pondera la naturaleza neo-totalitaria del régimen venezolano. Sus principales características serían la represión selectiva, la guerra sicológica y la hegemonía del mando, entre otras.

Y de eso se trata la llamada "revolución". No es el monopolio absoluto de todos y cada uno de los espacios de la vida nacional, como en el totalitarismo clásico del siglo XX; sino del apoderamiento de los instrumentos básicos del poder, aún permitiendo "zonas de tolerancia" en diferentes aspectos que, además, le permiten exhibir una coartada democrática a nivel internacional.

En lo político el control hegemónico es implacable. Todos los poderes del Estado Nacional son manejados al antojo de Miraflores, y las instancias de poder público regional y municipal que detentan figuras de la oposición son sometidas a presiones tan asfixiantes que prácticamente impiden el ejercicio de sus funciones constitucionales y legales.

El oficialismo les reconoció el triunfo electoral del 23-N, pero no les ha reconocido su derecho a gobernar. Hay elecciones periódicas pero no son ni libres ni justas. No se ilegalizan a los partidos disidentes pero se persigue e inhabilita a sus líderes de mayor potencial.

En lo económico, la tradicional primacía del Estado petrolero se ha transmutado en un aparato gigantesco y omnisciente de intervención que acorrala al sector privado productivo y en cambio privilegia a la boliburguesía parasitaria.

El objetivo final no es necesariamente la estatización de todas las empresas y los medios de producción, sino que el "funcionamiento" de la economía real dependa principalmente de organismos burocráticos, y el sector privado quede reducido a complemento accesorio y manejable.

En lo comunicacional, ya se ha levantado en gran medida la ansiada hegemonía en el control de los medios, reforzada con la propaganda masiva y la presencia encadenada del jefe de la "revolución".

Hegemonía que se distingue del monopolio a la cubana o la coreana del norte, porque se permite una "zona de tolerancia mediática" para el desahogo y catarsis del país no-oficial, siempre y cuando no se desborden los límites de lo permisible, es decir no se ponga en peligro el atornillamiento del régimen.

En lo militar es obvia la sustitución de lo institucional y profesional por el activismo y la subordinación partisana. En lo social, para decirlo con palabras de Domingo Alberto Rangel, se pretende configurar una sociedad dependiente y sumisa de las dádivas estatales hasta para alcanzar las más elementales condiciones de la subsistencia humana.

La verdad es que ante semejante realidad, no importa tanto la definición técnica que deba ponérsele al modelo de gobernanza que la genera, como la constatación de que el proyecto de dominación empuja sus acometidas para cerrar el cerco del control nacional, en especial ahora que la crisis fiscal y económica es de proporciones mayúsculas.

Sólo la reacción unitaria del país democrático puede evitar que la "revolución" cierre la jaula, sea cual fuere su apropiado apellido.
 

flegana@gmail.com

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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