Hasta que el señor Chávez le ofreciera a
los rusos la posibilidad de instalar bases o apostaderos
militares en territorio venezolano, ningún gobernante de
Venezuela había permitido o siquiera sugerido tal opción con
respecto a potencia extranjera alguna. Durante la Segunda
Guerra Mundial, el gobierno de Medina Angarita declinó las
peticiones correspondientes de Estados Unidos, y eso que
nuestro país era un firme aliado en la lucha contra los
nazis.
En virtud de esa larga y patriótica
tradición, es natural que no se pueda ver con buenos ojos la
instalación de fuerzas castrenses estadounidenses en la
vecina Colombia. Ni antes ni ahora. Cierto que Bogotá tiene
sus alegatos para justificar dicha política, pero eso no
debe ser motivo para que los venezolanos cambiemos nuestro
parecer histórico. Por lo demás, tanto la era de las
hegemonías satelitales como la profusión de bases propias de
EEUU en el Caribe -- Guantánamo en Cuba, o Vieques en Puerto
Rico, o en Islas Vírgenes--, harían redundantes su
reforzamiento militar en bases de Colombia.
Pero esa posición es una cosa y
otra es que el Gobierno bolivarista quiera aprovechar la
iniciativa de Uribe Vélez como excusa para redoblar sus
controles internos sobre la sociedad venezolana. En
Miraflores se argumenta que la ampliación del contingente
militar de Estados Unidos en Colombia es una agresión
directa en contra de la revolución endógena, es decir una
amenaza frontal a la soberanía y seguridad del Estado
revolucionario, y ello daría pie para la "pisada del
acelerador" o la continuada restricción de derechos y
libertades en nombre de la "seguridad nacional".
Si ello fuera cierto, ¿por qué los
voceros gubernativos no dicen ni pío sobre la mega-base en
Guantánamo, que sí es exclusivamente gringa y cuyo estatus
de ocupación territorial por parte de Washington fue
recientemente renovado por el mismísimo régimen de los
hermanos Castro? ¿O por qué la soberanía venezolana no se
afectaría si los rusos aceptaran las ofertas del señor
Chávez para establecerse en La Guaira o Palo Negro? ¿O por
qué se acentúa la inadmisible multiplicación de uniformados
cubanos en las estructuras de nuestras Fuerzas Armadas?
Todas estas interrogantes apuntan
hacia la doble prédica y práctica del señor Chávez en las
delicadas materias de la presencia militar foránea en suelos
latinoamericanos, comenzando por el propio territorio
nacional. Duplicidad que en el polémico caso del nuevo
personal y equipamiento gringo en Colombia, está sirviendo
de pretexto no sólo para la delirante destrucción de las
densas relaciones entre ambos países, sino también para
apretar las tuercas de la jaula venezolana.
La soberanía no es una pelota de
plastilina con la que se pueda jugar para denunciar a unos y
legitimar a otros. Y mucho menos para manipularla en función
de coartar derechos constitucionales. Por ello, el rechazo a
las bases militares de EEUU en la región no puede disociarse
del repudio a esa política de entreguismo y autocracia que
caracteriza al proyecto de boinacolorá.