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Sobre las bases gringas
por Fernando Luis Egaña
domingo, 9 agosto 2009


     Hasta que el señor Chávez le ofreciera a los rusos la posibilidad de instalar bases o apostaderos militares en territorio venezolano, ningún gobernante de Venezuela había permitido o siquiera sugerido tal opción con respecto a potencia extranjera alguna. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Medina Angarita declinó las peticiones correspondientes de Estados Unidos, y eso que nuestro país era un firme aliado en la lucha contra los nazis.

 

      En virtud de esa larga y patriótica tradición, es natural que no se pueda ver con buenos ojos la instalación de fuerzas castrenses estadounidenses en la vecina Colombia. Ni antes ni ahora. Cierto que Bogotá tiene sus alegatos para justificar dicha política, pero eso no debe ser motivo para que los venezolanos cambiemos nuestro parecer histórico. Por lo demás, tanto la era de las hegemonías satelitales como la profusión de bases propias de EEUU en el Caribe -- Guantánamo en Cuba, o Vieques en Puerto Rico, o en Islas Vírgenes--, harían redundantes su reforzamiento militar en bases de Colombia.

 

      Pero esa posición es una cosa y otra es que el Gobierno bolivarista quiera aprovechar la iniciativa de Uribe Vélez como excusa para redoblar  sus controles internos sobre la sociedad venezolana. En Miraflores se argumenta que la ampliación del contingente militar de Estados Unidos en Colombia es una agresión directa en contra de la revolución endógena, es decir una amenaza frontal a la soberanía y seguridad del Estado revolucionario, y ello daría pie para la "pisada del acelerador" o la continuada restricción de derechos y libertades en nombre de la "seguridad nacional".

 

     Si ello fuera cierto, ¿por qué los voceros gubernativos no dicen ni pío sobre la mega-base en Guantánamo, que sí es exclusivamente gringa y cuyo estatus de ocupación territorial por parte de Washington fue recientemente renovado por el mismísimo régimen de los hermanos Castro? ¿O por qué la soberanía venezolana no se afectaría si los rusos aceptaran las ofertas del señor Chávez para establecerse en La Guaira o Palo Negro? ¿O por qué se acentúa la inadmisible multiplicación de uniformados cubanos en las estructuras de  nuestras Fuerzas Armadas?

 

      Todas estas interrogantes apuntan hacia la doble prédica y práctica del señor Chávez en las delicadas materias de la presencia militar foránea en suelos latinoamericanos, comenzando por el propio territorio nacional. Duplicidad que en el polémico caso del nuevo personal y equipamiento gringo en Colombia, está sirviendo de pretexto no sólo para la delirante destrucción de las densas relaciones entre ambos países, sino también para apretar las tuercas de la jaula venezolana.

 

     La soberanía no es una pelota de plastilina con la que se pueda jugar para denunciar a unos y legitimar a otros. Y mucho menos para manipularla en función de coartar derechos constitucionales. Por ello, el rechazo a las bases militares de EEUU en la región no puede disociarse del repudio a esa política de entreguismo y autocracia que caracteriza al proyecto de boinacolorá.

flegana@gmail.com

 

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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