No descansa la revolución
bolivarista en la guerra que libra en contra del sosiego del
conjunto de los venezolanos. Porque a sus partidarios los
trata de agitar y exaltar para ver si se mantiene ese
"frenesí" del que se nutre el poder "revolucionario. Y a sus
adversarios los bombardea con andanadas declarativas y
fácticas que buscan crear incertidumbre, angustia,
frustración y, finalmente, entrega o sumisión.
De allí que la pregunta de rigor que se hace gran parte de
quienes viven en Venezuela sea: ¿y qué va a pasar? Es decir,
¿qué va a pasar con mi familia, con mis cosas, conmigo, con
el futuro? Llevamos largo tiempo en el mismo plan, y esas
interrogantes elementales lejos de resolverse se hacen cada
vez más intensas. Y claro, el próximo estadio anímico es la
angustia profunda que envuelve la vida cotidiana.
Y de la angustia a la frustración suele haber un paso
precario. Trabajada la duda y promovida la mortificación, el
bombardeo pretende crear una sensación de aplastamiento e
impotencia que, finalmente, daría lugar al objetivo final:
la rendición de la inconformidad o el tirar la toalla con
tal de que me dejen en paz. En pocas palabras, la aceptación
de la aspirada "irreversibilidad" de la revolución
bolivarista, y que todos se refugien en una suerte de
existencia acomodaticia con mínimas expectativas.
En realidad se trata del a-b-c de la guerra sicológica que
suelen poner en práctica los regímenes de factura
totalitaria y también hegemónica, sean de izquierda o
derecha. Entiendo que entre nosotros no faltan los agentes
del G-2 cubano que tienen una dilatada experiencia en estas
artes de la intimidación represiva. Cerca de 40 mil cubanos
hay en el país, según estimaciones respetables, y al menos
una fracción está integrada por especialistas en corroer la
voluntad social.
En el camino de adelantar sus propósitos, el oficialismo ha
recorrido un trecho espacioso. De hecho, ahora están
enfilados en una ofensiva para continuar criminalizando al
sector privado y culparle de la monumental crisis económica
y fiscal --agravada que no creada por la caída de los
precios petroleros. ¡Ni siquiera se salvan las areperas al
detal!... Pero, ¿lograrán salirse con la suya? Esto es,
¿lograrán doblegar la voluntad de por lo menos una amplia
mitad de los venezolanos?
La historia y la sociología no parecen favorecer las
pretensiones del Miraflores rojillo, porque es difícil
encontrar en América Latina a un pueblo más cimarrón que el
nuestro. Las protestas laborales cunden por todas partes y
se aprecia una creciente insatisfacción popular que, al
menos por ahora, no cuenta con una canalización de orden
propiamente político. Y es que desde finales de los años 80,
en Venezuela se ha fortalecido la denominada "cultura de la
protesta", que ni la demagogia más delirante de este régimen
ha conseguido contener.
Al fin y al cabo, hace ya cerca de 150 años que el
autocrático Guzmán Blanco nos comparó con un cuero seco, que
lo pisas por un lado y se levanta por el otro... Por eso, el
que más de 5 millones de electores hayan tenido el coraje de
votar contra el poder el pasado 15-F no es cualquier cosa,
mídase como se mida. En épocas pretéritas sufragar contra el
gobierno establecido no sólo no implicaba riesgo alguno,
sino que se llegó a convertir en característica dominante
del patrón electoral. En el presente, es un genuino acto de
valentía que habla por sí mismo del tesón de los
venezolanos.
Ahora bien, el señor Chávez tampoco amainará su embestida y,
más aún, intentará convertir el agravamiento de la crisis
económica nacional en un acicate para intensificar la
polarización en sus propios términos. Todo un desafío de
marca mayor para la dirigencia que aspira representar al
país alternativo. La guerra sicológica es intrínseca al
proyecto de dominación en marcha. Saberlo así, constatarla,
denunciarla y combatirla ayuda a darle fuerza al pueblo
cimarrón.
flegana@gmail.com
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |