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Por los presos, exiliados y perseguidos
por Fernando Luis Egaña
viernes, 2 enero 2009


    Venezuela empieza el 2009 con la herida de los presos políticos, los exiliados, los desterrados y los perseguidos por razones de conciencia y opinión. Es la antihistoria del siglo XXI.

 

    Una de las grandes conquistas nacionales del siglo XX fue la convivencia democrática. Que fue difícil de alcanzar pero que hizo de nuestro país un ejemplo para América Latina y más allá.

 

      Mientras campeaban las dictaduras militares y las guerras civiles a lo largo y ancho del continente, desde Guatemala hasta Uruguay, en Venezuela se adelantaban procesos de pacificación política que abrieron oportunidades de participación cívica y legal a todas las opciones ideológicas.

 

       La pacificación de finales de los años 60 y comienzos de los 70, activada por Leoni y consolidada por Caldera, dejó atrás la época de la insurrección guerrillera y permitió la ampliación y estabilidad del sistema político venezolano.

 

       La última pacificación, la castrense de los años 90, fue iniciada por el propio gobernante a quien pretendieron derrocar las asonadas de 1992, Carlos Andrés Pérez, continuada así mismo por Velásquez y culminada por Caldera.

 

       Durante décadas, Venezuela se convirtió en el destino natural de los exiliados latinoamericanos. Tanto de los que huían de dictaduras de izquierda, como la cubana o la peruano-velasquista, y también de los perseguidos por las tradicionales de derecha, como la chilena de Pinochet o todas las demás del Cono Sur.

 

      ¿Cuántos exiliados albergó la democracia venezolana? Decenas de miles que fueron recibidos con los brazos abiertos y con esa generosa hospitalidad que nos llegó a caracterizar como pueblo y como Estado.

 

      Cuando el señor Chávez ganó la presidencia por la vía electoral, en Venezuela no había ni un solo preso político y ni un solo ciudadano perseguido por sus ideas y convicciones. Ciertamente que se vivía en la crisis de una democracia insatisfecha y protestataria, pero se vivía en una democracia.

 

      Con el paso del tiempo, la convivencia política se fue deteriorando por obra de los abusos y la intolerancia del poder, y regresó por sus fueros el decimonónico primitivismo de considerar --y tratar-- al adversario como un enemigo, con el que no se puede coexistir sino aplastar.

 

      Ahora, Venezuela no es un refugio del exilio sino una fuente de exiliados. En las cárceles nacionales sobreviven decenas de presos políticos a quienes se les niega el acceso a la justicia. Se multiplica el inventario de los perseguidos por oponerse al régimen imperante, y a muchos se les llega a calificar públicamente como "objetivo militar de la revolución".

 

      ¿Este presente es el futuro que merecen los venezolanos? La respuesta es un "No" acaso más rotundo que el que deberá resonar el próximo 15 de febrero. Y es que por encima de las preferencias proselitistas y de las duras controversias de la lucha, la abrumadora mayoría desea una patria en la que se pueda vivir y disentir sin el temor de la amenaza, la prisión, el exilio y el acoso por motivaciones políticas.

 

       Se trata de un derecho que se fue construyendo en la trayectoria histórica y que esta antihistoria del siglo XXI no podrá destruir. 

flegana@gmail.com

 

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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