En estos días recordaba Robert
Bottome en uno de los editoriales radiales de Veneconomía,
que Fidel Castro siempre trató de subordinar a Venezuela a
su proyecto de poder, lo que no pudo conseguir sino a partir
de 1999.
Y hoy en día la dependencia recíproca de la "revolución
cubana" y la "revolución bolivarista" es un hecho
indiscutible. El señor Chávez necesita la estrategia de
Fidel, y para Raúl es indispensable el petrodólar
venezolano. Pero toda reciprocidad tiene su tiempo finito.
Por ello tuvo plena razón el mayor de los Castro Ruz al
escribir que el futuro de la revolución cubana dependía de
la aprobación de la enmienda continuista, es decir de la
posibilidad de permanencia de Chávez en Miraflores. Obvio
que el destino incierto del castro-comunismo se habría hecho
aún más espeso de no haberse consagrado la reelección
indefinida en Venezuela.
Y para lograrlo, a contracorriente de la percepción
generalizada a finales del año pasado, el mentor cubano y su
principal discípulo debieron delinear una estrategia de
ataque y avasallamiento que terminó por favorecer sus
pretensiones. El señor Chávez suele calificarlas de
"perfectas", y acaso no haya otro habitante del planeta
tierra con más credenciales en las artes de la supervivencia
política que, precisamente, el saurio cubano.
Ya ni escandaliza, por tanto, que antes, durante y después
de las iniciativas o campañas que emprende nuestro
oficialismo, el mandatario venezolano acuda al santuario
habanero en busca de luces y dirección. Y entre pidiendo
línea y rindiendo cuenta, todavía tiene el tupé de alegar
que Venezuela era una colonia extranjera antes de 1999.
Pero el gran aporte de Fidel Castro no se ha limitado
solamente a compartir su habilidosa sapiencia, también ha
desplegado en Venezuela un verdadero ejercito funcionarial
que se encarga de disciplinar la informalidad criolla en
aras de fortalecer el proyecto de dominación en marcha. Casi
no hay vertiente administrativa en la que el acento cubano
no sea la máxima instancia.
¿La contrapartida? Todos la conocen aunque pocos puedan dar
cuenta de su exacta dimensión cuantitativa: una
transferencia masiva de recursos financieros a través del
subsidio petrolero, y su multiplicación en todos los órdenes
de la gestión gubernativa del Estado cubano. Desde la
electrificación de La Habana, hasta el apertrechamiento
militar, pasando por el costeo burocrático y la reventa de
petróleo.
En pocas palabras, la sustitución de la tradicional
subvención soviética desmoronada a comienzos de los años 90,
por la bolivarista iniciada a finales de esa misma década.
Cosa curiosa: el camino chino de la revolución cubana
pavimentado con dólares venezolanos. De allí la inusual
confesión fidelista sobre la importancia existencial del
continuismo chavista.
Sin embargo, las bases de la mutua dependencia son, para
decir lo menos, precarias. Por un lado, Fidel con más de 80
años y una salud deteriorada, y por el otro, un derrumbe de
los precios petroleros en el mercado internacional cuya
evolución es difícil de predecir. El alborozo de la reciente
reunión en La Habana puede, más temprano que tarde, dar paso
a un clima harto distinto.
flegana@gmail.com
* |
Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |