Inicio | Editor | Contáctenos 
 

¿Hanoi en La Habana?
por Fernando Luis Egaña
viernes, 29 febrero 2008


     Ya es oficial: después de casi 50 años de poder absoluto el dictador cubano Fidel Castro se aparta del comando de la revolución y deja de ocupar la jefatura  del Estado que, formalmente hablando, venía desempeñando desde comienzos de los años 70. Su hermano Raúl Castro le sustituye conforme a las peores tradiciones nepóticas de América Latina. Como es natural, la gran interrogante es qué pasará en la Cuba post-fidelista y cuál será el porvenir de la muy otrora "perla del Caribe".

 

     Los cubanófilos del mundo parecen estar de acuerdo en que habrá algún tipo de  proceso de cambios y que sería imposible la conservación exacta del status quo. La disparidad de criterios se centra, entonces, en la naturaleza, modos, velocidades y orientaciones de los cambios. De hecho, la transición cubana comenzó, de alguna manera, desde la gravedad médica de Fidel y el interinato de Raúl, y no han sido pocas las señales que apuntan hacia una incipiente "descompresión" de la cerrada hegemonía del sistema castro-comunista.

 

     Una corriente de análisis señala que el general Raúl Castro Ruz y buena parte de la jerarquía política y militar del régimen, preferirían conducir los cambios hacia las coordenadas del modelo chino o vietnamita, es decir una progresiva apertura económica de corte neo-capitalista y el mantenimiento del control político a través del partido único y de Estado, el Partido Comunista (PCC), y su sucedáneo castrense las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

 

      Ese modelo fue promovido por Deng Xiaoping a la muerte de Mao, a finales de los años 70 y luego emulado en Vietnam por los herederos de Ho Chi Minh a partir de mediados de los 80. En ambos casos, los resultados han sido asombrosos en términos de crecimiento económico y movilidad social, pero la pluralidad política y la amplitud democrática siguen siendo meras expectativas sin demasiado aliento en el horizonte.

 

      Por cierto que en ninguno de los casos referidos las sucesivas administraciones de la Casa Blanca han planteado el tema de la democratización política como una condición indispensable para las relaciones bilaterales. Y eso no se puede aplaudir.

 

      ¿Podría ocurrir algo semejante en Cuba? ¿Podría darse, así sea tímidamente, una gradual apertura económica sin estar acompañada por una de carácter político?

 

      Algunos expertos consideran que ello es probable porque la prioridad existencial de sus 11 millones y medio de habitantes sería mejorar las misérrimas condiciones materiales de vida, antes que lograr conquistas jurídico-políticas de contenido democrático. En este sentido, la posibilidad de garantizar el desayuno, el almuerzo y la cena privarían sobre la esperanza de alcanzar elecciones libres, libertad de expresión o derechos de asociación y manifestación.

 

      Otros analistas sostienen que el dominio socio-económico es inseparable del político, aunque puedan tener tiempos distintos e incluso consecutivos en cuanto al desarrollo de cambios sustanciales.       

 

      Juan Pablo II en su histórica visita a la isla en enero de 1998 pidió que Cuba se abriera al mundo y que el mundo se abriera a Cuba. Ese planteamiento está más vigente que nunca. Transplantar a Beijing o más precisamente a Hanoi en La Habana puede ser lo que tengan en mente los veteranos gobernantes de la revolución cubana, pero la continuidad sin plazo de una dictadura institucional, aún con interesantes y fructíferas innovaciones económicas, no parece ser el único norte de un pueblo que tiene el mismo derecho que cualquier otro a la justicia con libertad.

flegana@movistar.net.ve

 

 *

 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


© Copyright 2007 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.