En
Estados Unidos y Cuba, las antípodas del hemisferio, crecen
las expectativas de cambio político, económico y social.
Razones internas y globales presionan por nuevos rumbos.
¿Ironías de la historia? ¿Signos de los tiempos? Lo cierto
es que esa perspectiva marcará en gran medida el destino
inmediato de la trayectoria continental.
Nadie sabe a ciencia definitiva si Barak Obama por fin se
alzará con la nominación presidencial del partido Demócrata,
y de lograrlo si conseguiría derrotar al republicano John
McCain, pero buena parte de la hazaña ya está consumada
porque el mero hecho de que un novato senador
afro-americano, de padre keniano y madre anglosajona de las
planicies de Kansas, esté cabeza a cabeza en las
preferencias electorales de la sociedad estadounidense, ya
marca un hito en la historia de la democracia más poderosa
del planeta.
Un nueva etapa en la marcha hacia la integración
multicultural y la asimilación de grandes cambios que, digan
lo digan los detractores del "imperio", ha sido y es uno de
los motores principales de su progreso nacional.
Desde Nueva York hasta San Francisco no se habla sino de
cambios. Ese es el lema de campaña de Obama, y su contendora
de las laberínticas primarias, la senadora Hillary Clinton,
proclama la variante de "cambio efectivo". Newt Gingrich, el
célebre conservador insurgente del "Contrato con América" de
mediados de los noventa, ha publicado un best-seller que
lleva por título "Cambio real", y hasta McCain se suma a la
caravana afirmando que el cambio conveniente lo representa
él. Incluso el cambio con respecto a la administración de
George W. Bush.
Cada quien le da su sentido particular a la palabra mágica,
pero lo que realmente interesa es la percepción de que es
necesario darle un viraje a la dirección de ese país, por
una parte, y por la otra de que el momento está maduro para
emprender reformas sustantivas en política exterior y
militar, distribución presupuestaria, programas sociales,
inmigración y estrategia energética.
En Washington y Wall Street muchos sostienen, y con razón,
que la crisis financiera mundial es una bomba de tiempo que
no podría ser desactivada con las mismas recetas que la
fabricaron.
Y oh paradoja, a 90 millas al sur de Miami, en la
anquilosada Cuba del comunismo fidelista, también crece la
esperanza en modalidades de cambio que vayan perforando el
hermetismo totalitario y, como avizorara Juan Pablo II en su
histórica visita de 1998, hagan posible que "Cuba se abra al
mundo y que el mundo se abra a Cuba".
Al parecer, Raúl Castro y los suyos se han dado cuenta que o
se montan en el carro de los cambios económicos, tratando de
manejarlo sin perder el poder político como en China o
Vietnam, o a la muerte definitiva de Fidel la ansiedad por
mejoras sociales, laborales y humanitarias puede llevárselos
por delante.
Poco a poco, sin mucha alharaca, se van dando pasos hacia la
descompresión de la ortodoxia cubana. Lula Da Silva luce
como un apoyo principal de La Habana en este complejo camino
y eso, al menos, es un tanto más auspicioso que si el señor
Chávez estuviera metido solito de pies y cabeza en lo que ya
se está denominando la "transición".
Oswaldo Payá, líder del Movimiento Cristiano de Liberación y
promotor del denominado "Proyecto Varela" para la
democratización de Cuba, desde su humilde domicilio habanero
declara que "queremos cambios, no pantomimas". Al final de
una estupenda entrevista publicada en El Universal señala la
importancia de "pedirle al mundo que ponga sus ojos en Cuba,
que exijan reformas, por favor"...
La democracia más antigua y la dictadura más longeva del
continente se preparan para cambiar. Cada una a su manera.
Ojala y la sufrida Venezuela no se quede atrás.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |