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Noviembre gringo y criollo
por Fernando Luis Egaña
viernes, 25 abril 2008


Los representantes de la oposición política venezolana deben poner la lupa en las primarias del partido Demócrata de Estados Unidos. La seguridad de la victoria en la elección presidencial de noviembre, que en enero parecía un tiro al piso para los Demócratas ante la impopularidad del gobierno Republicano de George W. Bush, parecería estarse desvaneciendo al calor muy encendido de la lucha interna entre Barack Obama y Hillary Clinton por la nominación presidencial.

Los numeritos de comienzos del 2008 indicaban una ventaja de dos digitos para cualquier candidato Demócrata frente al que fuera candidato Republicano. Hoy en día ese margen o se ha reducido a cero, o más bien está revelándose favorable en uno o dos puntos porcentuales al senador de Arizona, tanto en relación a su colega de Nueva York como al de Illinois.

Mientras más rápido logren los Demócratas resolver el espinoso tema de la candidatura, más chance tendrán de conjurar los efectos del conflicto interno, y más auspiciosa será la oportunidad de enfrentar a John McCain, a quien le pesa mucho la carga de la recesión económica y la guerra en Irak. Y mientras más tarden en lograrlo más complicada será la tarea de obtener la Casa Blanca. Así de sencillo.

Cambiando lo cambiable, esa realidad tiene que ver con la situación política venezolana frente a las elecciones regionales y municipales del mismo noviembre. Meses atrás, la expectativa convencional señalaba que los candidatos opositores, en tanto unitarios, tendrían la primerísima opción de derrotar a los oficialistas en buena parte de las justas comiciales.

El propio señor Chávez se adelantó a las eventualidades y a comienzos de año afirmó que los rojo-rojitos podrían perder entre 8 y 9 gobernaciones. Las encuestas así lo indican y el viento de cola para la oposición sopla con más fuerza, sobre todo en las múltiples contiendas de la Gran Caracas, y en otros grandes centros urbanos del país.

Y es que no sólo ha perdido fuerza política el régimen de Chávez como tal, sino que la gran mayoría de sus procónsules en los estados y municipios no han logrado arraigar liderazgos de peso. En otras palabras, el portaaviones tiene menos pista y los aviones menos combustible. Los casos más extremos quizá sean los de Juan Barreto y Acosta Carlez, ambos reelegibles en teoría, pero inelegibles en la práctica.

Por otra parte, el pasado 23 de enero en un acto muy reseñado en el Ateneo de Caracas, buena parte de las fuerzas políticas de oposición suscribieron un acuerdo para facilitar las candidaturas unitarias, y el camino lucía favorable para reiterar la victoria referendaria del "no" a nivel de gobernadores y alcaldes.

Sin embargo, de entonces para acá ha recrudecido el fenómeno de la precandidatitis, incluso al interior de diversos partidos políticos, y las cosas se han dejado complicar por lo que Manuel Rosales llama, acaso por propia experiencia, el "corotismo" o el mantenimiento de cuotas de poder. La aguda periodista Argelia Ríos ha escrito que las elecciones del 2008 tienen su propia dinámica, y que no se les puede aplicar un criterio de distribución partidista como si fueran los lejanos comicios parlamentarios del 2010.

El atropello de las "inhabilitaciones" por parte del Estado "revolucionario" ha enredado el ajedrez opositor, y hasta ha surgido el impresentable concepto de las sucesiones por derecho, sea a título partidista e incluso por parentesco familiar o político. Todo lo cual no contribuye a despejar el camino de la plataforma de unidad que, no nos engañemos, es un requisito esencial para derrotar al adinerado oficialismo, incluyendo el CNE.

Además, el protagonismo precandidatural está copando la agenda de la oposición política, y temas cruciales como las condiciones electorales siguen relegados a un segundo plano. Y ni hablar de la fijación de posiciones frente al esfuerzo nada velado del señor Chávez de contrabandear la fallida reforma a través de sus poderes habilitantes o de sus ukases legislativos.

En circunstancias normales, la multiplicación de candidatos y el consiguiente debate, por más endurecido que se vuelva, es un síntoma de salud democrática. Pero el tiempo presente está en las antípodas de esa normalidad. Lo que está en juego no es la elección de tales o cuales funcionarios, sino el refuerzo de la lucha para derrotar a una hegemonía de vocación totalitaria.

¿Serán capaces los conductores de la oposición de malograr la oportunidad de las elecciones regionales y municipales de noviembre? Esperemos que prive el sentido patriótico por sobre las legítimas aspiraciones. Después de todo, si una victoria está al alcance de la mano, no debe de alejarse con los pies.
 

flegana@movistar.net.ve

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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