Los
representantes de la oposición política venezolana deben
poner la lupa en las primarias del partido Demócrata de
Estados Unidos. La seguridad de la victoria en la elección
presidencial de noviembre, que en enero parecía un tiro al
piso para los Demócratas ante la impopularidad del gobierno
Republicano de George W. Bush, parecería estarse
desvaneciendo al calor muy encendido de la lucha interna
entre Barack Obama y Hillary Clinton por la nominación
presidencial.
Los numeritos de comienzos del 2008 indicaban una ventaja de
dos digitos para cualquier candidato Demócrata frente al que
fuera candidato Republicano. Hoy en día ese margen o se ha
reducido a cero, o más bien está revelándose favorable en
uno o dos puntos porcentuales al senador de Arizona, tanto
en relación a su colega de Nueva York como al de Illinois.
Mientras más rápido logren los Demócratas resolver el
espinoso tema de la candidatura, más chance tendrán de
conjurar los efectos del conflicto interno, y más auspiciosa
será la oportunidad de enfrentar a John McCain, a quien le
pesa mucho la carga de la recesión económica y la guerra en
Irak. Y mientras más tarden en lograrlo más complicada será
la tarea de obtener la Casa Blanca. Así de sencillo.
Cambiando lo cambiable, esa realidad tiene que ver con la
situación política venezolana frente a las elecciones
regionales y municipales del mismo noviembre. Meses atrás,
la expectativa convencional señalaba que los candidatos
opositores, en tanto unitarios, tendrían la primerísima
opción de derrotar a los oficialistas en buena parte de las
justas comiciales.
El propio señor Chávez se adelantó a las eventualidades y a
comienzos de año afirmó que los rojo-rojitos podrían perder
entre 8 y 9 gobernaciones. Las encuestas así lo indican y el
viento de cola para la oposición sopla con más fuerza, sobre
todo en las múltiples contiendas de la Gran Caracas, y en
otros grandes centros urbanos del país.
Y es que no sólo ha perdido fuerza política el régimen de
Chávez como tal, sino que la gran mayoría de sus procónsules
en los estados y municipios no han logrado arraigar
liderazgos de peso. En otras palabras, el portaaviones tiene
menos pista y los aviones menos combustible. Los casos más
extremos quizá sean los de Juan Barreto y Acosta Carlez,
ambos reelegibles en teoría, pero inelegibles en la
práctica.
Por otra parte, el pasado 23 de enero en un acto muy
reseñado en el Ateneo de Caracas, buena parte de las fuerzas
políticas de oposición suscribieron un acuerdo para
facilitar las candidaturas unitarias, y el camino lucía
favorable para reiterar la victoria referendaria del "no" a
nivel de gobernadores y alcaldes.
Sin embargo, de entonces para acá ha recrudecido el fenómeno
de la precandidatitis, incluso al interior de diversos
partidos políticos, y las cosas se han dejado complicar por
lo que Manuel Rosales llama, acaso por propia experiencia,
el "corotismo" o el mantenimiento de cuotas de poder. La
aguda periodista Argelia Ríos ha escrito que las elecciones
del 2008 tienen su propia dinámica, y que no se les puede
aplicar un criterio de distribución partidista como si
fueran los lejanos comicios parlamentarios del 2010.
El atropello de las "inhabilitaciones" por parte del Estado
"revolucionario" ha enredado el ajedrez opositor, y hasta ha
surgido el impresentable concepto de las sucesiones por
derecho, sea a título partidista e incluso por parentesco
familiar o político. Todo lo cual no contribuye a despejar
el camino de la plataforma de unidad que, no nos engañemos,
es un requisito esencial para derrotar al adinerado
oficialismo, incluyendo el CNE.
Además, el protagonismo precandidatural está copando la
agenda de la oposición política, y temas cruciales como las
condiciones electorales siguen relegados a un segundo plano.
Y ni hablar de la fijación de posiciones frente al esfuerzo
nada velado del señor Chávez de contrabandear la fallida
reforma a través de sus poderes habilitantes o de sus ukases
legislativos.
En circunstancias normales, la multiplicación de candidatos
y el consiguiente debate, por más endurecido que se vuelva,
es un síntoma de salud democrática. Pero el tiempo presente
está en las antípodas de esa normalidad. Lo que está en
juego no es la elección de tales o cuales funcionarios, sino
el refuerzo de la lucha para derrotar a una hegemonía de
vocación totalitaria.
¿Serán capaces los conductores de la oposición de malograr
la oportunidad de las elecciones regionales y municipales de
noviembre? Esperemos que prive el sentido patriótico por
sobre las legítimas aspiraciones. Después de todo, si una
victoria está al alcance de la mano, no debe de alejarse con
los pies.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |