Inicio | Editor | Contáctenos 
 

El desbarrancadero 
por Fernando Luis Egaña
viernes, 25 enero 2008


No, no me refiero a la novela del nihilista escritor colombiano, Fernando Vallejo, ganador del Premio Rómulo Gallegos en el 2003. Hablo del curso que está tomando la "revolución bolivarista" en este año plagado de dificultades para la vida diaria de los 27 millones y medio de venezolanos.

El veterano Domingo Alberto Rangel llega a plantear un venidero "Apocalipsis" para la hegemonía imperante, cuyos cuatro jinetes serían la escasez, la carestía, el desempleo y la inseguridad. Buena parte de los analistas y observadores de la situación venezolana tenderían a concordar con el irreductible radical.

Así por ejemplo Teodoro Petkoff editorializa sobre la "caída libre de Ego Chávez", y una conocida encuestadora registra que la confianza en el Presidente se sitúa en un nivel aproximado al 20% de la población.

Y en verdad es trágico que con los precios del petróleo cotizándose en las cercanías de los 90 dólares por barril, el Estado sea haya vuelto incapaz de darle un vaso de leche diario a los escolares del sistema de educación pública, de siquiera recoger la basura en los alrededores de Miraflores, y de por lo menos contener en algo el avasallamiento del hampa. Para no hablar de tareas más complejas e igualmente imprescindibles.

Pareciera que después de la derrota electoral del 2-D, el llamado "gobierno revolucionario" hubiera entrado en una especie de perpleja parálisis, en la que sus jerarcas más conocidos prefieren ocuparse de salvaguardar su patrimonio pecuniario, terminándose de olvidar de sus deberes gubernativos. La usual prepotencia que les caracterizaba, de pronto está siendo sustituida por una suerte de "pasar agachao". ¿Qué se hicieron William Lara y Rodrigo Cabezas?

La mismísima Lina Ron reclama que le "devuelvan su revolución" y muchos de los gobernadores y alcaldes del "proceso" andan evaluado sus planes-B en el caso de que sean eyectados de los cargos por mandato popular. Diosdado Cabello, por cierto, de primero en la lista, y cabeza cabeza el alcalde Juan Barreto, uno de los fraudes más conspicuos que se recuerden, junto al muy hablachento Tarek William Saab.

El propio jefe de la revolución anda en una nube surrealista, insistiendo en desempeñar su fallido papel de "pacificador" de Colombia, mientras en Venezuela se profundiza el desencanto con respecto a las recicladas promesas del socialismo de siglo XXI.

En ese sentido casi nadie entiende la camorra con el gobierno de Colombia, y el contubernio con las FARC, porque quienes secuestran y matan a venezolanos, no son los miembros del gobierno de Uribe sino las bandas de Marulanda.

Vuelto a las andadas con la política de amenazas en lo interno, el señor Chávez no acepta darse cuenta de que anunciando cárcel para los productores de alimentos no alivia el drama sino que lo agrava al máximo posible. Y así en todos los órdenes del quehacer de la acción estatal, es decir todos los imaginables gracias al copamiento "revolucionario" de cualquier actividad económica y social.

Dígame la contradicción de combatir el "contrabando de extracción" con la militarización de la frontera, si es que del sector castrense salen muchos de los protectores y beneficiarios de aquello.

Inclusive la consigna de las "tres erres" a modo de estrategia política para el 2008, resulta como un bajón de categoría en comparación con los "cinco motores" del 2007. Fundidos, por cierto, por obra y gracia del empeño presidencial en imponer la reelección indefinida. El re-puesto ministro de Información, Andrés Izarra, ya no podrá repetir el milagro propagandístico de venderle a la gente gato por liebre.

De hecho, los múltiples fracasos enumerados a manera de preguntas por el señor Chávez en el segmento final de su "Mensaje Anual" ante la Asamblea Nacional , retratan de cuerpo entero el balance de 9 largos años de mando hegemónico, coincidentes, en su mayor parte, con la bonanza petrolera más prolongada del mercado internacional en toda su historia.

Ello deja sin ningún tipo de justificación que esta inmensa oportunidad de desarrollo esté concluyendo en anaqueles vacíos, en espiral inflacionaria, en rampante criminalidad, en incapacidad crasa y supina para cumplir hasta las más elementales responsabilidades de una administración más o menos razonable.

Muchos de los que se encandilaron con la delirante demagogia de Chávez en los primeros tiempos de su ascendencia política, hoy se preguntan por qué se ha desmejorado tanto la realidad del país con respecto a una época en la que el precio del petróleo no pasaba de 15 dólares.

De allí que aquella aura de promisión que otrora parecía acompañar al señor Chávez, al menos para densos sectores de la sociedad venezolana, ahora se presente como una sombra de desazón y contrariedad. En numerosos ámbitos está cuajando la discusión sobre el equilibrio mental del jefe del Estado.

Su discurso de redención social luce cada vez más agotado y menos convincente. Y no es para menos, porque el abismo entre la prédica de convertir a Venezuela en una potencia feliz, y la realidad de una nación agobiada por el agravamiento de viejos problemas y el auge de nuevas amenazas, es, sencillamente, colosal.

La gobernabilidad básica está poniéndose en jaque por causa de la corrosión y precariedad del día a día de las grandes mayorías. Y sobre todo por la escalada inhabilidad de la "revolución bolivarista" en dar respuestas mínimas, a pesar del vendaval de petrodólares.

Ahora bien, sería ingenuo pretender que la "cuesta abajo en la rodada" conduciría al colapso inevitable de la "revolución" en un plazo próximo. En teoría, el caudal de ingresos fiscales todavía le puede dar un margen de maniobra al señor Chávez para sobrellevar en el tiempo el peso de sus cruces. Y subrayo, en teoría, porque la dinámica de los acontecimientos tiene su propia velocidad.

Si el régimen político de Venezuela fuera el de una democracia republicana y no el de una satrapía militarera, el mantenimiento del poder en condiciones cada vez más adversas sería una vana ilusión, sobre todo si aún faltan 5 años de más o peor de lo mismo. Pero las limitaciones democráticas no adornan el currículo del mandamás rojo-rojito, y su disposición de supeditar el interés nacional al personal es de factura indiscutible.

En todo caso, el desbarrancadero puede que no se perciba en el mundo aclimatado y glamoroso de Naomí Campbell y Oliver Stone, pero en las calles y hogares de Venezuela se padece mañana, tarde y noche.

flegana@movistar.net.ve

 *

 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


© Copyright 2007 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.