No,
no me refiero a la novela del nihilista escritor colombiano,
Fernando Vallejo, ganador del Premio Rómulo Gallegos en el
2003. Hablo del curso que está tomando la "revolución
bolivarista" en este año plagado de dificultades para la
vida diaria de los 27 millones y medio de venezolanos.
El veterano Domingo Alberto Rangel llega a plantear un
venidero "Apocalipsis" para la hegemonía imperante, cuyos
cuatro jinetes serían la escasez, la carestía, el desempleo
y la inseguridad. Buena parte de los analistas y
observadores de la situación venezolana tenderían a
concordar con el irreductible radical.
Así por ejemplo Teodoro Petkoff editorializa sobre la "caída
libre de Ego Chávez", y una conocida encuestadora registra
que la confianza en el Presidente se sitúa en un nivel
aproximado al 20% de la población.
Y en verdad es trágico que con los precios del petróleo
cotizándose en las cercanías de los 90 dólares por barril,
el Estado sea haya vuelto incapaz de darle un vaso de leche
diario a los escolares del sistema de educación pública, de
siquiera recoger la basura en los alrededores de Miraflores,
y de por lo menos contener en algo el avasallamiento del
hampa. Para no hablar de tareas más complejas e igualmente
imprescindibles.
Pareciera que después de la derrota electoral del 2-D, el
llamado "gobierno revolucionario" hubiera entrado en una
especie de perpleja parálisis, en la que sus jerarcas más
conocidos prefieren ocuparse de salvaguardar su patrimonio
pecuniario, terminándose de olvidar de sus deberes
gubernativos. La usual prepotencia que les caracterizaba, de
pronto está siendo sustituida por una suerte de "pasar
agachao". ¿Qué se hicieron William Lara y Rodrigo Cabezas?
La mismísima Lina Ron reclama que le "devuelvan su
revolución" y muchos de los gobernadores y alcaldes del
"proceso" andan evaluado sus planes-B en el caso de que sean
eyectados de los cargos por mandato popular. Diosdado
Cabello, por cierto, de primero en la lista, y cabeza cabeza
el alcalde Juan Barreto, uno de los fraudes más conspicuos
que se recuerden, junto al muy hablachento Tarek William
Saab.
El propio jefe de la revolución anda en una nube
surrealista, insistiendo en desempeñar su fallido papel de
"pacificador" de Colombia, mientras en Venezuela se
profundiza el desencanto con respecto a las recicladas
promesas del socialismo de siglo XXI.
En ese sentido casi nadie entiende la camorra con el
gobierno de Colombia, y el contubernio con las FARC, porque
quienes secuestran y matan a venezolanos, no son los
miembros del gobierno de Uribe sino las bandas de Marulanda.
Vuelto a las andadas con la política de amenazas en lo
interno, el señor Chávez no acepta darse cuenta de que
anunciando cárcel para los productores de alimentos no
alivia el drama sino que lo agrava al máximo posible. Y así
en todos los órdenes del quehacer de la acción estatal, es
decir todos los imaginables gracias al copamiento
"revolucionario" de cualquier actividad económica y social.
Dígame la contradicción de combatir el "contrabando de
extracción" con la militarización de la frontera, si es que
del sector castrense salen muchos de los protectores y
beneficiarios de aquello.
Inclusive la consigna de las "tres erres" a modo de
estrategia política para el 2008, resulta como un bajón de
categoría en comparación con los "cinco motores" del 2007.
Fundidos, por cierto, por obra y gracia del empeño
presidencial en imponer la reelección indefinida. El
re-puesto ministro de Información, Andrés Izarra, ya no
podrá repetir el milagro propagandístico de venderle a la
gente gato por liebre.
De hecho, los múltiples fracasos enumerados a manera de
preguntas por el señor Chávez en el segmento final de su
"Mensaje Anual" ante la Asamblea Nacional , retratan de
cuerpo entero el balance de 9 largos años de mando
hegemónico, coincidentes, en su mayor parte, con la bonanza
petrolera más prolongada del mercado internacional en toda
su historia.
Ello deja sin ningún tipo de justificación que esta inmensa
oportunidad de desarrollo esté concluyendo en anaqueles
vacíos, en espiral inflacionaria, en rampante criminalidad,
en incapacidad crasa y supina para cumplir hasta las más
elementales responsabilidades de una administración más o
menos razonable.
Muchos de los que se encandilaron con la delirante demagogia
de Chávez en los primeros tiempos de su ascendencia
política, hoy se preguntan por qué se ha desmejorado tanto
la realidad del país con respecto a una época en la que el
precio del petróleo no pasaba de 15 dólares.
De allí que aquella aura de promisión que otrora parecía
acompañar al señor Chávez, al menos para densos sectores de
la sociedad venezolana, ahora se presente como una sombra de
desazón y contrariedad. En numerosos ámbitos está cuajando
la discusión sobre el equilibrio mental del jefe del Estado.
Su discurso de redención social luce cada vez más agotado y
menos convincente. Y no es para menos, porque el abismo
entre la prédica de convertir a Venezuela en una potencia
feliz, y la realidad de una nación agobiada por el
agravamiento de viejos problemas y el auge de nuevas
amenazas, es, sencillamente, colosal.
La gobernabilidad básica está poniéndose en jaque por causa
de la corrosión y precariedad del día a día de las grandes
mayorías. Y sobre todo por la escalada inhabilidad de la
"revolución bolivarista" en dar respuestas mínimas, a pesar
del vendaval de petrodólares.
Ahora bien, sería ingenuo pretender que la "cuesta abajo en
la rodada" conduciría al colapso inevitable de la
"revolución" en un plazo próximo. En teoría, el caudal de
ingresos fiscales todavía le puede dar un margen de maniobra
al señor Chávez para sobrellevar en el tiempo el peso de sus
cruces. Y subrayo, en teoría, porque la dinámica de los
acontecimientos tiene su propia velocidad.
Si el régimen político de Venezuela fuera el de una
democracia republicana y no el de una satrapía militarera,
el mantenimiento del poder en condiciones cada vez más
adversas sería una vana ilusión, sobre todo si aún faltan 5
años de más o peor de lo mismo. Pero las limitaciones
democráticas no adornan el currículo del mandamás
rojo-rojito, y su disposición de supeditar el interés
nacional al personal es de factura indiscutible.
En todo caso, el desbarrancadero puede que no se perciba en
el mundo aclimatado y glamoroso de Naomí Campbell y Oliver
Stone, pero en las calles y hogares de Venezuela se padece
mañana, tarde y noche.
flegana@movistar.net.ve
* |
Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |