A
los sátrapas les encanta dictar cátedra. Y en especial sobre
los supuestos activos de sus regímenes y los pasivos más
comunes de sus críticos. Así por ejemplo Robert Mugabe, el
dictador de Zimbabue, acaba de asistir a la asamblea de la
FAO en Roma sobre la crisis alimentaria, donde conferenció
acerca del a-b-c del angustioso problema y le echó la culpa,
cuándo no, al imperialismo occidental, y no sólo al gringo
sino también al británico.
Sí, el mismo Mugabe que lleva casi 30 años de mando continuo
y omnímodo, y que ha vuelto a Zimbabue el país más pobre de
África, que ya es mucho decir. Cuando llegó al poder en
1980, su país era llamado el "granero africano" y hoy en día
la tasa de inflación supera el 150 mil por ciento al año. De
allí que sus hambreados ciudadanos traten de huir como
pueden hacia Sudáfrica y también a Zambia y Mozambique, que
no son precisamente unos paraísos de prosperidad. Pero nada,
Mugabe se da su bomba romana y tiene el tupé de discursear
sobre lo que debe hacerse para solucionar la emergencia
alimenticia del mundo entero.
¿Y qué decir de Fidel Castro? Todavía no pierde chance de
pontificar sobre lo humano y lo divino como si fuera un
apóstol del progreso planetario. Ahora desde los escritos
que publica Granma denuncia a la Unión Europea, a Estados
Unidos, al Japón, a los tigres asiáticos y a los gobiernos
centristas de América Latina, y los acusa de todos los
horrores habidos y por haber.
No le importa para nada que Cuba esté arruinada luego de
medio siglo de tiranía castrista. Tampoco le concierne que
el salario normal de un cubano apenas roce los 20 dólares al
mes, o sea menos de un dólar diario que es el umbral debajo
del cual la ONU considera que una persona vive en la miseria
extrema. Para Fidel la Cuba que ha destruido es la maravilla
del mundo, que a lo mejor llegará a ser cuando él pase a
peor vida y el pueblo cubano logre liberarse del yugo que le
esclaviza.
Que algo está haciendo, aunque tarde y mal, su hermano Raúl,
quien por lo menos se ha dado cuenta que en plena revolución
tecnológica no deba ser un crimen el que un ciudadano cubano
tenga el derecho de adquirir una computadora personal o un
teléfono celular.
¿Y el señor Mahmoud Ahmadinejad, el extremista que preside
Irán? Hace poco fue a la Universidad de Columbia en Nueva
York a hablar sobre los derechos humanos en el siglo XXI.
¡Sobre derechos humanos!, un gobernante que se jacta de que
pronto hará desaparecer a una nación entera, la israelí, de
la faz de la tierra, y que promueve ahorcamientos al por
mayor en plazas públicas por "delitos tan siniestros" como
el romance extramatrimonial.
En ese mismo sentido, habrá que recordar las letanías
nacionalistas del panameño Manuel Antonio Noriega, quien con
machete en mano y delante del micrófono, se daba golpes de
pecho sobre su presunto patriotismo, sin hacer mención,
claro está, a sus antiguas vinculaciones con la CIA y a sus
contubernios operativos con los carteles de la droga
colombiana.
Y desde luego no podía faltar el señor Chávez. La más
reciente "cátedra" la dictó a los empresarios en el muy
venido a menos Hotel Alba Caracas. En cadena repitió su bla,
bla, bla sobre las perfidias del capitalismo y las bondades
del socialismo bolivarista. Incluso apeló a uno que otro
párrafo de un libro de John Kenneth Galbraith para tratar se
sustentar sus palabrerías. Al sabio canadiense le volvería a
dar una apoplejía mortal si resucitara y observara a Chávez
presentándolo como un mentor.
Un mandamás que en una década se las arregló para desbaratar
la economía productiva de Venezuela, convirtiéndola en un
Maicao económico que más o menos se parapetea porque el
petróleo mundial anda por las alturas siderales de 140
dólares el barril. Si nuestra cesta petrolera se cotizara en
los alrededores de 30 dólares, que fue la valoración de
"precio justo" acordada por la Opep en la cumbre
presidencial de Caracas en el 2000, nuestro país terminaría
de convertirse en una catástrofe humanitaria.
Lo más surrealista del asunto, es que la "cátedra
económica-empresarial" del señor Chávez ha sido convertida
en una campaña publicitaria por los canales oficiales, en la
que se cantan loas a la inversión extranjera y al
"relanzamiento productivo" en alianza del gobierno con el
sector privado, y en los mismos días del despliegue de las
cuñas, el TSJ acuerda que la estatización de las compañías
cementeras es algo justo y necesario porque la producción de
cemento es una "actividad estratégica" que sólo debe estar
bajo el dominio del Estado.
Pero es que así son los satrapías, mientras más daño
inflingen más ufanas son las cátedras.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |