Si
el régimen de Chávez es todo lo anti-democrático que
alegamos es, entonces la unidad de la oposición no es sólo
un objetivo deseable sino un imperativo existencial. ¿Qué
hubiera pasado si los opositores a la reforma continuista
del 2-D no se hubieran unido en torno a votar "no"? Pues muy
probablemente que el señor Chávez se habría salido con la
suya y le hubiera clavado la reelección indefinida a la
Constitución y al país.
De manera que si la unidad resultó ser la salvaguarda de lo
que queda de democracia hace apenas 8 meses, con igual o más
razón lo debe ser para la coyuntura del 23-N. El desafío de
fondo, por ende, no es tanto mantener o recuperar tales o
cuales gobernaciones o alcaldías, sino impedir que se cierre
el círculo del proyecto de dominación que implica la
revolución bolivarista.
Por ello no estamos ante una campaña electoral más o menos
convencional, en la que los partidos y sus candidatos puedan
darse el lujo de jugar a la política más o menos
convencional de sacar el máximo provecho a sus naturales
aspiraciones de poder. Esto no es ni mucho el "business as
usual" de las justas comiciales en situación de relativa
normalidad.
Muy al contrario, se trata de una contienda tan crucial como
la referendaria, porque si la desunión opositora o una
unidad chucuta le hiciera el favor a la estrategia
oficialista, no debería caber duda alguna de que el Estado
rojo-rojito redoblaría su ofensiva en contra de la sociedad
democrática, comenzando por una nueva tentativa
reeleccionista y siguiendo por los mismas rutas de la
inhabilitación política, la concentración económica y la
hegemonía social.
Hasta el presente la única barrera que ha impedido el
completo despliegue de la vocación totalitaria de la llamada
revolución, es, precisamente, esa cultura democrática de la
nación venezolana que, a pesar de los pesares, estaba más
arraigada de lo que parecía. La responsabilidad de la
dirigencia política no-oficial, por tanto, es intentar
representarla y conducirla de la manera más consistente
posible.
Y consistente siempre significa que los hechos se
compadezcan con las palabras. Si en verdad se cree en lo que
se alega, con sobradas razones, sobre la naturaleza anti-democrática
del régimen que impera en Venezuela, no hay otro camino
concebible que Fuenteovejuna todos a una, o la unidad de
todos los factores que luchan por superar la satrapía de
boinacolorá.
Sería literalmente trágico que la falta unidad volviera al
2-D del 2007 en una "victoria pírrica", es decir un triunfo
que a la postre resulta tan costoso que termina obrando en
contra del vencedor. Porque una cosa debe reconocerse: los
efectos del 2-D en gran medida han impulsado las opciones
no-oficialistas del 23-N y por tanto la efervescencia de las
aspiraciones.
De allí que la preocupación por los enredos candidaturales
de diversos sectores de la oposición, no deba limitarse a
las cuentas de suma y resta de potenciales gobernadores,
alcaldes, diputados regionales y concejales metropolitanos.
No es que eso sea lo de menos, es que lo de más está en
corroborar con acciones la necesidad nacional de derrotar la
hegemonía para reconstruir al país, ¿y cómo puede lograrse
eso si la discordia llegara a imponerse hasta para
seleccionar el método para seleccionar a los candidatos para
una gobernación o una alcaldía?
El tiempo apremia y la exigencia social por la unidad,
también. Al fin y al cabo sin la reclamada unidad, el señor
Chávez no perderá la oportunidad de imponer su afán para una
tercera reelección y más allá.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |