Los
jerarcas de las FARC deben estar alucinados con las ironías
de la historia. Después de más de 40 años de violencia
subversiva y sangrienta por fin llegaron a la cima del
poder. Pero no en la bogotana Casa de Nariño sino en el
caraqueño Palacio de Miraflores.
Como se nota que Fidel Castro esta gagá, diga lo que diga su
buen amigo el presidente Lula, porque si estuviera claro de
la testa no habría permitido el desbarranque público de su
discípulo con las FARC. Ahora sólo falta que el señor Chávez
le termine de declarar la guerra al señor Uribe y firme un
tratado de defensa y asistencia recíproca con el señor
Marulanda, o con su fantasma.
Y es que proclamar desde la tribuna de la Asamblea Nacional
de Venezuela, y luego reiterar desde dónde sea, que las FARC
no son un grupo terrorista sino un ejercito insurgente que
tiene un proyecto político bolivariano y respetable,
equivale a colocarse de espaldas a la más elemental y
comprobable realidad.
Quién lo dude, puede preguntar por las decenas de
secuestrados venezolanos en manos de esa narcoguerrilla, más
de 70 según los gremios agropecuarios, y por los numerosos
efectivos de las FAN que han sido asesinados por las huestes
del mono Jojoy y otros jefes guerrilleros, incluso en
tiempos recientes. Sin ir muy lejos, el re-puesto ministro
de Interior y Justicia, Ramón Rodríguez Chacín tiene amplia
experiencia al respecto, dentro y fuera de funciones
gubernativas.
Uno de los casos más brutales, cómo olvidarlo, fue la
masacre de Cararabo en 1995 a manos del ELN. Y en setiembre
del 2004, en la zona fronteriza del Apure, 6 efectivos de la
Guardia Nacional y una ingeniera de Pdvsa fueron ultimados
por una "patrulla" de las FARC.
La más atinada respuesta a la proclama del mandamás
rojo-rojito provino de Lima y en boca del Cardenal peruano,
monseñor Juan Luis Cipriani: "Cómo podemos decir que es un
planteamiento político el encadenar a la gente como
animales, el mentir, secuestrar, matar y separar a los seres
queridos". No extraña, por tanto, que la escritora
colombiana Laura Restrepo hable del auto-gol presidencial.
Medio mundo la acompaña en esa apreciación.
Pero nada, al señor Chávez parece no importarle las
sangrientas ejecutorias de las FARC, tanto en Colombia como
en Venezuela, y en cambio se embala en la desquiciada
aventura de buscarles reconocimiento mundial, sobre todo en
América Latina y Europa, como si fueran unos rebeldes
justicieros de la opresión cachaca.
Porque un tema es la ayuda que se pueda prestar a la
confección de un proceso de negociación para lograr una paz
duradera que deje atrás la práctica constante de violaciones
atroces de los derechos humanos, y otro muy distinto es la
activa y parcializada injerencia para legitimar una
pretendido estatus político-diplomático a quienes perpetran
esas atrocidades, con un desprecio olímpico por el derecho
internacional humanitario y por las ofertas de pacificación
presentadas por las autoridades del Estado correspondiente.
¿O acaso que fue el despejado Caguan en tiempos de Andrés
Pastrana?
Por cierto que las FARC no son una organización vertical y
centralizada, sino una colección de bloques, frentes o
bandas que operan bajo el emblema FARC-EP, a cuyo mando
máximo está, supuestamente, el legendario Tirofijo, de quien
no se tienen "pruebas de vida" recientes, ni siquiera con
ocasión del último y publicitado viaje selvático de la
senadora Piedad Córdoba, de hecho la verdadera "canciller"
de la República Bolivariana.
Ello hace todavía más absurda la "petición" del señor
Chávez, y en parte explica por qué ha sido imposible que las
FARC puedan acordar nada creíble con alguna contraparte de
buena fe. Ningún otro gobierno de la región, con la única
excepción del comandado por Daniel Ortega, se ha sumado a la
campaña del régimen venezolano. El silencio del taimado Raúl
Castro, por ejemplo, es un signo elocuente de la curtida
diplomacia cubana.
El responsable de asuntos internacionales del partido Un
Nuevo Tiempo, Timoteo Zambrano, teme que se abra una oficina
de las FARC en nuestro país. En realidad, ese despacho ya
está abierto y funcionando a todo motor en la vieja casona
de Misia Jacinta. Lo regenta el propio Presidente de la
República, ahora convertido en portavoz oficial y embajador
emérito de uno de los ensambles terroristas más violentos
del Continente.
Se entiende la inquietud de Zambrano en el sentido de que se
formalice la apertura de una embajada por la calle del
medio. Ya la Asamblea Nacional ha dado un paso significativo
con el acuerdo que reconoce el carácter de institución
política a las FARC.
¿A dónde nos llevará semejante insania? ¿El señor Chávez
instigará un conflicto armado con el gobierno colombiano
para tratar de opacar el desmadre de su gobernanza
venezolana? ¿Será capaz de escalar la retórica declarativa a
acciones concretas de índole material?
La triste verdad, es que cualquier cosa es posible en las
enajenadas entendederas del jefe único de la "revolución
bolivarista", crispadas por la decadencia de su proyecto de
dominación. Después del 2-D, como advierten algunos de sus
interesados colaboradores, el proponente de la fallida
reforma ha perdido la quilla y no parece encontrarla por
ningún rincón.
Abrazarse a las FARC, y de ñapa al ELN, como si se tratara
de una tabla de salvación para no ahogarse en el descrédito
doméstico, es un error tectónico que le está pasando una
factura de marca mayor. En especial dentro de las filas
castrenses para quienes la narcoguerrilla aunque la vistan
de seda, narcoguerrilla se queda.
Debe recordarse que desde finales de agosto y comienzos de
setiembre de 2007, cuando el señor Chávez se dedicó a
desempeñar el papel de "pacificador" de Colombia, más de 5
mil venezolanos han perdido la vida por causa del hampa
desenfrenada.
Los faracos, elenos y paracos han crucificado la vida
colombiana desde hace muchos años. No puede justificarse,
entonces, que el presidente de Venezuela quiera hacer las
veces de un faraco en Miraflores.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |