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El oficialismo y el 23-N
por Fernando Luis Egaña
domingo, 12 octubre 2008


Las venideras elecciones del 23 de noviembre suponen una peligrosa novedad para el oficialismo rojo-rojito: es la primera vez desde 1999 que van a unos comicios sin la plena confianza de salir airosos. Porque incluso para el 2-D del 2007 fueron seguros de que triunfarían y por eso la sorpresa fue mayúscula. Pero es que ahora tienen fundadas dudas sobre lo que pasará y eso implica un camino tortuoso hacia el penúltimo domingo de noviembre.

Ello ayuda a explicar la enésima alharaca de una conspiración-magnicida, y sus sucedáneos como la denuncia sobre un "octubre rojo" y la nueva ola de acosos gubernativos y acusaciones a los medios. De cierta manera puede tratarse de una pica en Flandes, por si acaso la cuesta se hiciera demasiado empinada o insegura. ¿Llegarían a sabotear las elecciones? Todo es posible en el reino de la revolución bolivarista, y máxime si los numeritos llegaran a ponerse muy ariscos, sobre todo en contiendas de gran importancia política.

Para el señor Chávez las elecciones regionales y municipales no importan mucho en sí mismas, y no podría ser de otra forma para un gobernante que desprecia la descentralización y todo lo que no sea concentración de poder personal. Ah, pero la relevancia de esas elecciones radica en que si el oficialismo saliese relativamente bien, entonces de inmediato empezaría otra iniciativa de modificación constitucional para permitir, siquiera, otra reelección presidencial.

Pero si no fuese así y más bien la victoria se cantara en la acera de enfrente, entonces la nueva tentativa reeleccionista se vería seriamente afectada, y eso es lo que le quita al sueño al mandón de Miraflores. En pocas palabras, se trata de una contienda decisiva para determinar el futuro político de la revolución bolivarista, ya que si contribuye a encarecer el afán continuista, la consecuencia directa será menos poder para Chávez y más alternativa para el conjunto del país.

De allí que éste se haya colocado encima casi todo el peso de la campaña electoral. Adán Chávez no tendría vida en Barinas sin su hermano metido a fondo buscándole los votos, y si acaso. Silva en Carabobo o Chacón en Petare dependen exclusivamente del empujón de arriba. Y así por lo general, con conocidas excepciones como Henri Falcón en Lara.

La gran mayoría de los 22 candidatos a gobernador y buena parte de los más de 330 candidatos a alcaldes postulados por el PSUV, concurren al 23-N sin las certezas de otros tiempos. El mismo señor Chávez se nota angustiado por el panorama, y quizá por ello sus recientes discursos son una metralleta de amenazas no sólo para sus opositores sino también para sus colaboradores, suerte de traidores potenciales en sus muy desconfiadas entendederas.

Nada de esto significa, por otra parte, que las candidaturas opositoras tengan el mandado hecho ni mucho menos. El accidentado camino a la unidad hizo estragos en variados ámbitos y todavía las escaramuzas no cesan en diversas jurisdicciones. Así mismo, con todo y la creciente percepción de crisis, sería un grave error subestimar la capacidad de maniobra política y presupuestaria del Estado rojito en función proselitista.

Para el oficialismo la democracia tiene un valor netamente utilitario. Las elecciones son buenas si es para ganarlas, si no se convierten en una molestia e incluso en un obstáculo a derribar. Con anterioridad, eso no solía verse tan claro porque había viento de cola --soplado por la novedad y el petrodólar-- para sus causas y candidaturas. Pero ahora, a la vuelta de 10 largos años en el poder, la situación luce distinta.
 

flegana@movistar.net.ve

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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