La
satrapía que exprime a la República de Venezuela está
llegando a un punto culminante en su propio proceso de
degradación.
El llamado a defender la "institucionalidad bolivariana" que
hace el señor Chávez para salvaguardar la fidelidad del
ex-fiscal devenido en magistrado, Isaías Rodríguez, en la
implosión del caso Anderson, amén de otros muchos otros
desmanes concurrentes en lo político, económico y social,
ponen de manifiesto la naturaleza hamponil del régimen
imperante y el ejercicio delictivo del llamado "poder
revolucionario".
Como la mínima gobernabilidad no se puede mantener por las
buenas, es decir sin abofetear los fundamentos más
elementales del estado de Derecho, entonces sólo procede el
gobierno por las malas, o las peores.
En esto la muy mal denominada "revolución bolivariana" se
identifica con las épocas más tenebrosas de los viejos
latrocinios de América Latina, como el somocismo
nicaragüense, el trujillismo dominicano, el duvalierismo
haitiano, el norieguismo panameño, el stroessnerismo
paraguayo y, no podía faltar, el fidelismo cubano.
Porque una cosa debe repetirse sin descanso, el combustible
más relevante de este "proceso" no es de procedencia
ideológica, por más incienso que se le queme al santoral
revolucionario de las izquierdas anacrónicas, sino que tiene
que ver con esa "doctrina" ancestral del caudillismo-militarerismo
según la cual "yo mando hasta que el cuerpo aguante".... el
gendarme necesario con la boinacolorá.
De allí que en una primera etapa, la satrapía suela ser un
despotismo habilidoso que cuida ciertas formas de legalidad
institucional para tratar de encubrir el aprovechamiento
despiadado de los recursos públicos en función de sostener a
una mafia en el comando del Estado. Acaso el personaje más
adecuado para esa gran tramoya fuera José Vicente Rangel,
cuya veteranía en las artes de la simulación no tiene par en
nuestro medio.
Pero en una etapa posterior, ya el despotismo se libera de
los disimulos y se desenvuelve tal como es, e incluso
sacraliza sus prácticas destructivas en nombre de la defensa
de la patria ante los supuestos embates de los enemigos
externos.
Eso es lo que está haciendo Roberto Gabriel Mugabe para
robarse las elecciones en Zimbabue, y esa es la prédica que
mañana, tarde y noche reiteran el señor Chávez y sus
principales voceros para justificar el secuestro y
expoliación del poder público venezolano.
El expediente del "terrorismo mediático", por ejemplo, es un
guión bastante manoseado que fue inventado por nadie menos
que el Dr. Joseph Goebbels en los años 30 del pasado siglo,
con el fin de neutralizar las denuncias de las democracias
occidentales ante los horrores del sistema hitleriano.
En el caso de esta satrapía, buena parte de las recientes
denuncias que la retratan en su verdadera faz, provienen de
figuras que conocen el monstruo por dentro, tanto por haber
desempeñado posiciones de importancia en la estructura
gubernativa o por tener vínculos estrechos con los anillos
más cercanos al eje miraflorino.
La depredación patrimonial de la familia Chávez Frías en el
estado Barinas, o el desangre de las reservas
internacionales en los negocios cambiarios del gabinete
económico, o el descarado encubrimiento del montaje
alrededor del asesinato del fiscal Danilo Anderson, o la
existencia de una red para-militar al servicio de los
intereses políticos del "Gobierno bolivariano", o la
degeneración de Pdvsa en la tesorería del PSUV, son algunos
de los elementos centrales que configuran el estadio actual
de la satrapía roja-rojita.
Ahora bien, la cultura democrática de la nación venezolana
ha demostrado ser más arraigada y resistente de lo que
parecía años atrás. Ello explica que contra viento y marea
se haya producido el 2-D de 2007, cuyo efecto primordial es
el archivo, al menos por ahora, del continuismo
reeleccionista.
Sin embargo, ese debilitamiento del poderío del señor Chávez
y su camarilla no atenúa la condición de satrapía de su
gobernanza sino que por el contrario la aviva hasta el
paroxismo. Debe influir también el apuro de aprovechar
mientras se pueda, que sin duda envuelve a sectores
aventajados del entorno presidencial. Y es que por más
incierto que luzca el futuro inmediato, la satrapía no es el
destino de Venezuela.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |