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El clímax de la satrapía
por Fernando Luis Egaña

viernes, 11 abril 2008


La satrapía que exprime a la República de Venezuela está llegando a un punto culminante en su propio proceso de degradación.

El llamado a defender la "institucionalidad bolivariana" que hace el señor Chávez para salvaguardar la fidelidad del ex-fiscal devenido en magistrado, Isaías Rodríguez, en la implosión del caso Anderson, amén de otros muchos otros desmanes concurrentes en lo político, económico y social, ponen de manifiesto la naturaleza hamponil del régimen imperante y el ejercicio delictivo del llamado "poder revolucionario".

Como la mínima gobernabilidad no se puede mantener por las buenas, es decir sin abofetear los fundamentos más elementales del estado de Derecho, entonces sólo procede el gobierno por las malas, o las peores.

En esto la muy mal denominada "revolución bolivariana" se identifica con las épocas más tenebrosas de los viejos latrocinios de América Latina, como el somocismo nicaragüense, el trujillismo dominicano, el duvalierismo haitiano, el norieguismo panameño, el stroessnerismo paraguayo y, no podía faltar, el fidelismo cubano.

Porque una cosa debe repetirse sin descanso, el combustible más relevante de este "proceso" no es de procedencia ideológica, por más incienso que se le queme al santoral revolucionario de las izquierdas anacrónicas, sino que tiene que ver con esa "doctrina" ancestral del caudillismo-militarerismo según la cual "yo mando hasta que el cuerpo aguante".... el gendarme necesario con la boinacolorá.

De allí que en una primera etapa, la satrapía suela ser un despotismo habilidoso que cuida ciertas formas de legalidad institucional para tratar de encubrir el aprovechamiento despiadado de los recursos públicos en función de sostener a una mafia en el comando del Estado. Acaso el personaje más adecuado para esa gran tramoya fuera José Vicente Rangel, cuya veteranía en las artes de la simulación no tiene par en nuestro medio.

Pero en una etapa posterior, ya el despotismo se libera de los disimulos y se desenvuelve tal como es, e incluso sacraliza sus prácticas destructivas en nombre de la defensa de la patria ante los supuestos embates de los enemigos externos.

Eso es lo que está haciendo Roberto Gabriel Mugabe para robarse las elecciones en Zimbabue, y esa es la prédica que mañana, tarde y noche reiteran el señor Chávez y sus principales voceros para justificar el secuestro y expoliación del poder público venezolano.

El expediente del "terrorismo mediático", por ejemplo, es un guión bastante manoseado que fue inventado por nadie menos que el Dr. Joseph Goebbels en los años 30 del pasado siglo, con el fin de neutralizar las denuncias de las democracias occidentales ante los horrores del sistema hitleriano.

En el caso de esta satrapía, buena parte de las recientes denuncias que la retratan en su verdadera faz, provienen de figuras que conocen el monstruo por dentro, tanto por haber desempeñado posiciones de importancia en la estructura gubernativa o por tener vínculos estrechos con los anillos más cercanos al eje miraflorino.

La depredación patrimonial de la familia Chávez Frías en el estado Barinas, o el desangre de las reservas internacionales en los negocios cambiarios del gabinete económico, o el descarado encubrimiento del montaje alrededor del asesinato del fiscal Danilo Anderson, o la existencia de una red para-militar al servicio de los intereses políticos del "Gobierno bolivariano", o la degeneración de Pdvsa en la tesorería del PSUV, son algunos de los elementos centrales que configuran el estadio actual de la satrapía roja-rojita.

Ahora bien, la cultura democrática de la nación venezolana ha demostrado ser más arraigada y resistente de lo que parecía años atrás. Ello explica que contra viento y marea se haya producido el 2-D de 2007, cuyo efecto primordial es el archivo, al menos por ahora, del continuismo reeleccionista.

Sin embargo, ese debilitamiento del poderío del señor Chávez y su camarilla no atenúa la condición de satrapía de su gobernanza sino que por el contrario la aviva hasta el paroxismo. Debe influir también el apuro de aprovechar mientras se pueda, que sin duda envuelve a sectores aventajados del entorno presidencial. Y es que por más incierto que luzca el futuro inmediato, la satrapía no es el destino de Venezuela.
 

flegana@movistar.net.ve

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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