La
hipoteca burocrática de la "revolución bolivarista" es
delirante: 28 ministerios, 100 viceministerios, 2 millones
de empleados públicos, decenas de nuevos organismos
estatales, recentralización administrativa, entre muchas
otras cargas. Y después el señor Chávez se queja del caótico
funcionamiento del Estado "revolucionario", cuando pregunta,
cómo si no fuera con él, ¿por qué las gestiones ante las
instituciones públicas son una pesadilla para el ciudadano
común?
Y es que los monstruos del burocratismo y de la ineficiencia
que el señor Chávez denuncia a cada rato, y la última vez
fue en la presentación de los "logros revolucionarios" con
motivo de sus 9 años en Miraflores, tiene una explicación
que no deja lugar a dudas. Nadie podría argumentar que la
ineficiente burocracia apareció con la llamada revolución,
ya que la primera gran explosión burocrática ocurrió a
mediados de los años 70 del siglo XX, en los tiempos
adinerados de la "Gran Venezuela".
Pero más adelante se realizaron esfuerzos para proporcionar
el tamaño del sector público y hacerlo más manejable o menos
oneroso. Todo ello se congeló a partir de 1999 y luego se
incurrió en el craso y supino error de engordar a la
burocracia como la respuesta convencional a los viejos y
nuevos problemas. Casi una década después, estos son algunos
de los más perniciosos resultados.
De una administración nacional integrada por 16 ministerios,
dispuestos, por cierto, en la vieja Ley Orgánica de
Administración Central y no en la voluntad del Presidente de
turno, se ha pasado a una con 28 ministerios, ahora creados,
eliminados y fusionados por mero decreto ejecutivo, cortesía
de la Ley Habilitante de 1999 y de la posterior Constitución
de ese año. La diferencia no es sólo numérica sino también
de concentración de poder, ya que ahora el aumento de los
ministerios no conlleva una laboriosa reforma legislativa
sino el mero antojo del primer mandatario. Y no necesita una
habilitación especial para ello.
En la mesa ovalada del salón del Consejo de Ministros se
sientan 28 personas, más el Vicepresidente y el Procurador,
y quién sabe si otros "invitados especiales", en una especie
de asamblea de jerarcas que tiene poco que ver con el
concepto dinámico de un gabinete ejecutivo. Además, el jefe
de todos ellos no suele asistir a esas reuniones
indispensables para la marcha del gobierno, dizque porque
está muy ocupado gobernando. ¿Qué tal? Si justamente para
evitarse la molestia de presidir sus largas sesiones, es que
la Constitución de 1999 estableció la figura del
"Vicepresidente Ejecutivo".
Encima, la "Ley de Administración Nacional" surgida de la
Habilitante del 99 inventó la entidad burocrática del "Viceministerio",
y hasta el menos relevante de los 28 ministerios tiene, por
lo menos, 3 ó 4. Todo un rimero de cargos y personal que se
duplican y triplican en la misma función administrativa.
Así por ejemplo se acaba de constituir un "Viceministerio
para las cimas, cerros y ríos de la selva amazónica"; tal
como suena y quién dude puede verificarlo en la Gaceta
Oficial. Pero ese viceministerio no está en el Ministerio
del Poder Popular para el Ambiente, o en el de Planificación
y Desarrollo al cual está adscrita la Corporación Venezolana
de Guayana. No, forma parte del nuevo Ministerio del PP para
los Pueblos Indígenas. Y si todo esto no es un gran
desorden, ¿qué es?
Recodemos que antes de 1999 en cada ministerio había una
única Dirección General, cuyo titular prefería ser llamado
"viceministro", quizá por razones de pose o estima. Pero eso
es muy distinto a la proliferación de los "Viceministerios"
como unidades frondosas y relativamente autónomas dentro de
la estructura ministerial.
Si a ello se la agrega el largísimo elenco de adicionales
institutos, empresas, fundaciones, servicios autónomos,
corporaciones y fondos públicos que han sido decretados en
estos 9 largos años, nadie debería sorprenderse de que la
nómina activa del Estado Nacional --sin contar las
gobernaciones y municipalidades-- haya brincado de 850 mil a
2 millones de laborantes.
La "revolución bolivarista" ha montado desde líneas aéreas
hasta fábricas de zapatos, pasando por productoras de papel
toalé y ensambladoras de vehículos militares. Gran parte de
estas iniciativas sólo se mantienen por los subsidios
financieros que salen de los impuestos nacionales, y muchas
han tenido una existencia productiva más bien efímera. Del
antiguo Instituto Agrario Nacional (IAN) han salido 4
organismos distintos, cada uno con más espesura burocrática
que el otro. Y así por el estilo a lo largo y ancho de la
administración estatal.
El área de la vivienda pone de manifiesto la mezcolanza de
burocratismo e ineficiencia que la "revolución" ha refinado
a la enésima potencia: crearon un Ministerio de la Vivienda,
decretaron otros organismos públicos conexos, además de
mantener a los existentes, dispusieron de la mayor cantidad
de recursos financieros en toda la historia documentada de
la construcción nacional, ¿y cual ha sido el resultado?
Pues, que en 9 años terminaron 290 mil viviendas, es decir
una cantidad inferior a la de cualquiera de los quinquenios
del período democrático, desde 1968 hasta 1998.
Por otra parte, ese número de 2 millones de empleados
públicos no se está incluyendo a los reservistas militares
ni a los recipiendarios de las becas misioneras. De allí que
la "revolución bolivarista" se haya vuelto, no tanto más
dependiente sino en verdad esclava de los altos precios del
petróleo. Porque mantener semejante aparataje sólo es
posible con un chorro de petrodólares de gran magnitud.
Y con todo, qué máxima irresponsabilidad, la deuda pública
se ha incrementado en forma dramática. Comenzando por la de
Pdvsa, cuya misión se ha desdibujado entre petrolera,
mueblería, hipermercado y centrífuga de corrupción
continental. Porque un aspecto no debe pasar inadvertido: la
"revolución" no sólo agravó los problemas tradicionales de
la administración nacional, sino que también politizó y
burocratizó el sector moderno y más profesional de la
estructura del Estado. Léase Pdvsa, Edelca, Biblioteca
Nacional, sector museístico, Metro de Caracas, Banco Central
de Venezuela, Seniat y muchos otros. Casi nada ha quedado
indemne del rasero de boinacolorá, con sus listas de tascón
y demás taras.
No se puede concluir esta somera revisión sin el reverso a
Caracas de las competencias transferidas a las regiones y
municipios gracias a la descentralización, en materia de
salud, educación, deporte, programas sociales, vivienda,
vialidad y seguridad. El esfuerzo paciente y complejo de
llevar a la práctica la prédica de descentralizar el Estado,
con todo y sus altibajos en el decenio que comienza en 1989,
ha sido clausurado en medio del más sonoro de los
vituperios. Hasta gobernadores y alcaldes afectos al
"proceso" aplauden los anuncios dirigidos a convertirlos en
eunucos políticos y administrativos.
Y ese desbarajuste tan descomunal se aviva porque su
principal responsable le echa la culpa de ese caos a los
demás. Con razón, y luego de casi una década en funciones,
el super-estado-revolucionario ni siquiera es capaz de
recoger de manera sistemática la basura en la esquina de
Miraflores. Pocas hipotecas son más pesadas que la
burocrática roja-rojita.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |