Todavía no se acaban de publicar
los resultados definitivos de las elecciones del 23-N, y ya
el señor Chávez ha metido al país en otra campaña de
confrontación política sobre su obsesión personal: el
continuismo en Miraflores. Queda demostrado, por enésima
vez, que la sustancia del llamado "proyecto histórico
bolivariano" cabe en 6 palabras: "¡Uh ah Chávez no se
va!"...
No le importa que ya el pueblo
venezolano diera su veredicto al respecto, al desaprobar la
reforma constitucional en el referendo del 2-D del 2007.
Tampoco que la propia Constitución de 1999 establezca que
una materia consultada y decidida negativamente por la vía
referendaria no pueda volverse a plantear en el período
constitucional correspondiente.
Nada de eso tiene valor alguno para
el mandatario rojillo, y ahora la excusa es impresentable:
"no es que yo quiera sino que el pueblo me lo pide"... Eso
mismo han dicho, con exactas palabras, buena parte de los
gobernantes con aspiraciones perpetuas, tanto en la
Venezuela pre-democrática, como en los países de medio mundo
que han padecido el afán vitalicio de los gendarmes.
En ese sentido recomiendo la
lectura del más reciente libro de Ramón Guillermo Aveledo:
"El dictador: anatomía de la tiranía", que analiza la
trayectoria de los más conspicuos mandamases del siglo XX:
Hitler, Mussolini, Fidel, Franco, Mao y el dominicano
Trujillo. Un denominador común a todos es el afán del mando
perpetuo...
Ahora bien, al tratar de imponer
sus deseos sobre el conjunto del país, de una manera mandona
y forzada, el señor Chávez puede estar cometiendo uno de los
errores más crasos de su larga estadía en el poder. Pero
resulta que está apremiado por las circunstancias
económicas, ya que el derrumbe de los precios petroleros
nacionales --de 126 dólares a comienzos de julio a menos de
40 en los inicios de diciembre-- implica que el tiempo corre
en contra de sus pretensiones de dominio.
Y vaya que pretensiones, porque no
satisfecho con llevar 10 años largos en la Silla del
caserón de Misia Jacinta, siendo que además le quedan 4 más
de acuerdo a la norma constitucional --tanto como el mandato
completo del nuevo presidente de EEUU, Barack Obama; ahora
exige que le permitan permanecer por una "ñapa" de por lo
menos una década adicional a enero del 2013, fecha en que
termina su actual sexenio presidencial.
En otras palabras, un venezolanito
que tenía 10 años cuando Chávez ganó las elecciones de 1998
--que estaría, entonces, en sexto grado de primaria--,
cumpliría 25 años en el 2013, ojalá y convertido en un
profesional hecho y derecho, y quizá con familia propia. Y
si el señor Chávez obtuviera la reelección solicitada, a lo
mejor llegaría a los 40 años o más --con nietos y todo--, y
aún Chávez seguiría como jefe de Estado. Eso es
absolutamente incompatible con el más mínimo sentido de la
democracia.
Por ello la lucha por derrotar a la
enmienda continuista no es que sea contra el señor Chávez
como tal, que al fin y al cabo tendrá por delante un
cuatrienio para seguir mandando, sino una nueva batalla para
defender los derechos democráticos de los venezolanos,
siendo el gobierno alternativo o la alternancia de los
gobernantes, uno de esos derechos fundamentales de cualquier
ciudadano, sea o no partidario de la tolda oficialista.
Un motivo extra debe impulsar la
voluntad anti-reeleccionista: la única vía para
contrarrestar el acoso descarado a los gobernadores y
alcaldes no-oficialistas por parte del Estado bolivarista
es, precisamente, la derrota de la enmienda. Porque si ésta
pasara, y por tanto se fortaleciera aún más el poder
presidencial, el acoso se redoblaría en estrangulación y la
ingobernabilidad se haría irreversible.
A esta enmienda hay que decirle
"No", o mejor dicho, reiterárselo. De lo contrario la
aspiración plural y multicolor de la nación quedaría
virtualmente encerrada en una jaula roja-rojita. Venezuela
tiene la palabra y el voto para hacer valer su decisión.