Así
como el propio señor Chávez llamó a la Constitución de 1961:
"la moribunda", y así como después apodó a la Constitución
de 1999: "la bicha", así también se podría denominar a la
Constitución que saliese de la reforma en ciernes como "la
condená".
La razón es trágicamente simple: esa Constitución reformada
y entallada a las medidas y antojos de Chávez estaría sujeta
a correr su misma suerte. Duraría tanto como éste logre
mantenerse en el poder. No le sobreviviría más allá de su
permanencia en Miraflores. Estaría condenada al nacer.
No es complicado imaginar porqué. De imponérsele al país,
por las malas o las peores, la personalizada reforma de los
33 artículos --quizás ampliada por alguna "ñapa" de la
Asamblea--, la Constitución de 1999 perdería de inmediato su
alcance nacional para convertirse en una Constitución
partisana y sectaria. En una Constitución de boina, franela
y carnet de PSUV.
Una "Carta Fundamental" que fundamentalmente expresaría una
sola y exclusiva manera de concebir la organización del
Estado y las relaciones políticas, económicas y sociales de
la nación venezolana.
Sólo el oficialismo, si acaso, se sentiría representado por
ella y para el resto de la comunidad nacional su legitimidad
tendría la consistencia de un papel toalé. En ese sentido se
parecería a la Constitución perezjimenista de 1953, que a
los efectos prácticos también se fue volando en la "Vaca
Sagrada", o el avión presidencial, en la madrugada del 23 de
Enero.
Ello no ha sido así con la vigente Constitución de 1999,
porque a pesar de todos los pesares en cuanto a su entubado
proceso de elaboración y en cuanto a su ampliación de los
poderes presidenciales, esa "Carta Magna" no dejó de
reconocer aquellos principios básicos del sistema
democrático que son de común y compartida aceptación entre
el conjunto de los venezolanos.
Tanto es así, que partidarios y sobre todo adversarios del
régimen imperante la invocan y reivindican como propia.
Desde el veterano Luis Miquilena hasta los jóvenes
estudiantes de las protestas universitarias. Es decir, gran
parte de la pluralidad venezolana la reconoce como la
genuina y verdadera, incluso con las reservas del caso. En
el mío, por cierto, enormes.
Imposible que ello se repitiese con una Constitución prêt-à-porter
a la ambición de mando perpetuo, y además cubanoide en
sustento y orientación ideológica. La "reformada" del 2007 ó
2008 sería una de las constituciones menos institucionales
de las 26 que, al menos formalmente, ha tenido Venezuela
desde el Acta de Independencia, hace 196 años.
Un auténtico retroceso, otro más, en la larga marcha de
nuestro país por dotarse de instituciones generales que
tengan el consenso necesario para trascender un régimen o un
gobierno particular.
Y es que las satrapías, incluso las de cierta largura, no
son aptas para crear instituciones duraderas. El tinglado en
que se afinca el despotismo habilidoso suele desmoronarse a
la par de la salida del jefe único. De hecho, la norma por
excelencia del sátrapa es "lo que a mí me de la gana". Acaso
su única virtud, por tanto, sea su desprecio institucional.
El señor Chávez está haciendo gala de su condición y talante
con esta reforma constitucional que, hay que repertirlo, fue
originalmente propuesta en la Asamblea Nacional a finales
del año 2004 por su camarada Luis Velásquez Alvaray, otrora
diputado y poderoso magistrado de la Sala Constitucional, y
en la actualidad prófugo en receso o vacación forzada.
¿Cuanto tiempo aguantaría "la condená"? Muy difícil de
predecirlo. Lo que no es complicado de advertir es que la
llamada "revolución bolivariana" no alcanzaría a zafarse de
esa pesada condena.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |