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Miraflores y la reconciliación
por Fernando Luis Egaña
jueves, 28 junio 2007


Ciertamente, la reconciliación nacional es una legítima aspiración y una absoluta necesidad, pero no será posible mientras el señor Chávez esté en Miraflores. La razón es casi elemental, y es que el escenario de un país de equilibrio, pluralismo y partidario del consenso posible, sencillamente le horroriza porque sabe muy bien que él no sería el dueño exclusivo del poder.

No obstante, se comprende y se aplaude que la reconciliación nacional sea una de las consignas centrales de buena parte del renovado movimiento estudiantil. Con ello los jóvenes se hacen voceros de un clamor del conjunto de los venezolanos que están hartos de los discursos de odio y confrontación que caracterizan al país de este siglo XXI, el que, por cierto, les ha tocado vivir ya en edad consciente. Venezuela no ha sido siempre así, y el "eco de libertad" que resuena en la memoria colectiva es un estímulo central para amplios sectores de nuestra sociedad.

En este sentido, ojalá y la idea de reconciliación forme parte inseparable de la "conciencia de generación" que viene labrándose en las universidades y en las calles de toda Venezuela. Acaso no haya un desafío más prometedor para las nuevas promociones que contribuir a que esa esperanza se haga, más temprano que tarde, una realidad cotidiana de la vida nacional. A eso debemos apostar con todo lo que cada uno tenga.

Pero, al mismo tiempo, debemos saber que lograr "acordar los ánimos desunidos" es exactamente lo contrario de lo que ha pretendido y pretende la llamada revolución bolivariana que encabeza el señor Chávez. Es más, si un santo y seña ha tenido la facción o el partido "bolivariano" desde su irrupción en la vida pública en febrero de 1992, ha sido, precisamente, la instigación al conflicto, la partición de las voluntades, la escisión de la comunidad en cuerpos adversos y hasta enemigos. Basten las listas de tascón para demostrar el argumento. No es por nada que el lenguaje gubernativo de "ellos y nosotros" es el abecedario de la retórica boinacolorá.

Tan es así, que cuando en alguna larga perorata presidencial se reducen un tanto los decibeles de insultos y descalificaciones hacia "los otros", entonces la percepción inmediata es que el mandamás ha estado mansito y quién sabe lo que estará pasando o tramandoŠ En realidad, a estas alturas sería absurdo desconocer que Chávez requiere de la discordia y el antagonismo como el pez al agua. Es su habitat natural, como lo ha sido también, por casi medio siglo de mando ininterrumpido, para el gran maestro del apartheid político de América Latina, don Fidel Castro Ruz.

Eso explica, entre otras razones, que la tan reclamada "Comisión de la Verdad" para esclarecer los sucesos de abril del 2002, y para fijar las responsabilidades correspondientes con presidencia de los campos en pugna, hubiera quedado en las gavetas de los despachos ejecutivos, legislativos y judiciales. Y allí se quedarán todas las iniciativas que pretendan hacer justicia en este reino del desmán que impera en el país.

En Venezuela, como quizás en cualquier otra nación, pero especialmente en la nuestra por el peso decisivo del Estado en todas las actividades sociales, el concurso de quienes detentan el control del poder público es esencial para que florezcan los impulsos de reconciliación política. Más todavía cuando todas las ramas formales del poder del Estado están apretadas en un solo puño. Por eso la democracia, en vez de la autocracia por no decir la satrapía, es el único sistema de gobernanza que permite y promueve la reconciliación como política de Estado.

Así lo fue en 1958 con la plena identidad de la Junta de Gobierno con el espíritu unitario del 23 de Enero, y lo fue también en los años de la pacificación política consolidada por el presidente Caldera a comienzos de los 70, a fin de cerrar el capítulo de la insurgencia guerrillera de los 60 y abrir una nueva etapa de conveniencia en la pluralidad. Si nos olvidamos de la historia perdemos la oportunidad de aprovechar y aprender de esa cantera formidable que son los aciertos y errores de otras épocas.

Sin embargo y por la ruta del retroceso, el señor Chávez, de la mano de Fidel y con la botija buchona de la bonanza petrolera, ha buscado dividir, discriminar y estigmatizar a los venezolanos por razones de criterio político, de categorías socio-económicas, y hasta por el color de la piel. Los propios estudiantes están siendo el blanco preferido de esa retórica interesada que tanto retrata a los voceros oficialistas. Una ruta que va a contracorriente de las manecillas del reloj, no sólo con respecto a la trayectoria venezolana sino de los grandes cambios del mundo contemporáneo.

De allí que la pugnacidad patológica no sea el deseo natural y silvestre de la mayoría de nuestra población. Sean pobres, pudientes o de clase media. Sean muchachos, viejos o "adultescentes". Sean citadinos o del campo. Sean políticos, independientes, apáticos o hasta de corazón rojito. La "peleadera" como fórmula de incesante aplicación es como un cuerpo extraño, una especie de virus, que a pesar de haber sido y ser masivamente inoculado desde las principales instancias del poder revolucionario, no ha conseguido romper de manera definitiva las barreras de la cultura democrática.

Luego de casi una década de padecer ese conflicto sin fin, cada día son más los que quieren que llegue un ambiente más tranquilo y más seguro, para vivir y trabajar en paz con unos y otros, sin dejar de reconocer las mil y unas diferencias que nos puedan caracterizar, pero, del mismo modo, afincando los valores de respeto y esfuerzo común que son indispensables para que la nación como un todo pueda echar hacia adelante.

De eso se trata la reconciliación nacional que piden los jóvenes, en nombre del pueblo en general, y que el particular mandatario no está dispuesto a favorecer, porque lo suyo es el mando que desintegra para avasallar. Esta partida la tiene que perder el señor Chávez para que sea posible que los venezolanos se reconcilien.

flegana@movistar.net

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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