Ciertamente,
la reconciliación nacional es una legítima aspiración y una
absoluta necesidad, pero no será posible mientras el señor
Chávez esté en Miraflores. La razón es casi elemental, y es
que el escenario de un país de equilibrio, pluralismo y
partidario del consenso posible, sencillamente le horroriza
porque sabe muy bien que él no sería el dueño exclusivo del
poder.
No obstante, se comprende y se aplaude que la reconciliación
nacional sea una de las consignas centrales de buena parte
del renovado movimiento estudiantil. Con ello los jóvenes se
hacen voceros de un clamor del conjunto de los venezolanos
que están hartos de los discursos de odio y confrontación
que caracterizan al país de este siglo XXI, el que, por
cierto, les ha tocado vivir ya en edad consciente. Venezuela
no ha sido siempre así, y el "eco de libertad" que resuena
en la memoria colectiva es un estímulo central para amplios
sectores de nuestra sociedad.
En este sentido, ojalá y la idea de reconciliación forme
parte inseparable de la "conciencia de generación" que viene
labrándose en las universidades y en las calles de toda
Venezuela. Acaso no haya un desafío más prometedor para las
nuevas promociones que contribuir a que esa esperanza se
haga, más temprano que tarde, una realidad cotidiana de la
vida nacional. A eso debemos apostar con todo lo que cada
uno tenga.
Pero, al mismo tiempo, debemos saber que lograr "acordar los
ánimos desunidos" es exactamente lo contrario de lo que ha
pretendido y pretende la llamada revolución bolivariana que
encabeza el señor Chávez. Es más, si un santo y seña ha
tenido la facción o el partido "bolivariano" desde su
irrupción en la vida pública en febrero de 1992, ha sido,
precisamente, la instigación al conflicto, la partición de
las voluntades, la escisión de la comunidad en cuerpos
adversos y hasta enemigos. Basten las listas de tascón para
demostrar el argumento. No es por nada que el lenguaje
gubernativo de "ellos y nosotros" es el abecedario de la
retórica boinacolorá.
Tan es así, que cuando en alguna larga perorata presidencial
se reducen un tanto los decibeles de insultos y
descalificaciones hacia "los otros", entonces la percepción
inmediata es que el mandamás ha estado mansito y quién sabe
lo que estará pasando o tramandoŠ En realidad, a estas
alturas sería absurdo desconocer que Chávez requiere de la
discordia y el antagonismo como el pez al agua. Es su
habitat natural, como lo ha sido también, por casi medio
siglo de mando ininterrumpido, para el gran maestro del
apartheid político de América Latina, don Fidel Castro Ruz.
Eso explica, entre otras razones, que la tan reclamada
"Comisión de la Verdad" para esclarecer los sucesos de abril
del 2002, y para fijar las responsabilidades
correspondientes con presidencia de los campos en pugna,
hubiera quedado en las gavetas de los despachos ejecutivos,
legislativos y judiciales. Y allí se quedarán todas las
iniciativas que pretendan hacer justicia en este reino del
desmán que impera en el país.
En Venezuela, como quizás en cualquier otra nación, pero
especialmente en la nuestra por el peso decisivo del Estado
en todas las actividades sociales, el concurso de quienes
detentan el control del poder público es esencial para que
florezcan los impulsos de reconciliación política. Más
todavía cuando todas las ramas formales del poder del Estado
están apretadas en un solo puño. Por eso la democracia, en
vez de la autocracia por no decir la satrapía, es el único
sistema de gobernanza que permite y promueve la
reconciliación como política de Estado.
Así lo fue en 1958 con la plena identidad de la Junta de
Gobierno con el espíritu unitario del 23 de Enero, y lo fue
también en los años de la pacificación política consolidada
por el presidente Caldera a comienzos de los 70, a fin de
cerrar el capítulo de la insurgencia guerrillera de los 60 y
abrir una nueva etapa de conveniencia en la pluralidad. Si
nos olvidamos de la historia perdemos la oportunidad de
aprovechar y aprender de esa cantera formidable que son los
aciertos y errores de otras épocas.
Sin embargo y por la ruta del retroceso, el señor Chávez, de
la mano de Fidel y con la botija buchona de la bonanza
petrolera, ha buscado dividir, discriminar y estigmatizar a
los venezolanos por razones de criterio político, de
categorías socio-económicas, y hasta por el color de la
piel. Los propios estudiantes están siendo el blanco
preferido de esa retórica interesada que tanto retrata a los
voceros oficialistas. Una ruta que va a contracorriente de
las manecillas del reloj, no sólo con respecto a la
trayectoria venezolana sino de los grandes cambios del mundo
contemporáneo.
De allí que la pugnacidad patológica no sea el deseo natural
y silvestre de la mayoría de nuestra población. Sean pobres,
pudientes o de clase media. Sean muchachos, viejos o "adultescentes".
Sean citadinos o del campo. Sean políticos, independientes,
apáticos o hasta de corazón rojito. La "peleadera" como
fórmula de incesante aplicación es como un cuerpo extraño,
una especie de virus, que a pesar de haber sido y ser
masivamente inoculado desde las principales instancias del
poder revolucionario, no ha conseguido romper de manera
definitiva las barreras de la cultura democrática.
Luego de casi una década de padecer ese conflicto sin fin,
cada día son más los que quieren que llegue un ambiente más
tranquilo y más seguro, para vivir y trabajar en paz con
unos y otros, sin dejar de reconocer las mil y unas
diferencias que nos puedan caracterizar, pero, del mismo
modo, afincando los valores de respeto y esfuerzo común que
son indispensables para que la nación como un todo pueda
echar hacia adelante.
De eso se trata la reconciliación nacional que piden los
jóvenes, en nombre del pueblo en general, y que el
particular mandatario no está dispuesto a favorecer, porque
lo suyo es el mando que desintegra para avasallar. Esta
partida la tiene que perder el señor Chávez para que sea
posible que los venezolanos se reconcilien.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |