De
buenas a primeras podría afirmarse que sólo bastaría la
reiterada advertencia del presidente Chávez de que no
admitirá que se le cambie una coma al proyecto de reforma
constitucional presentado el pasado 15 de agosto, a no ser
que se trate de alteraciones introducidas por él mismo, para
que quedara perfectamente claro cuál es la naturaleza del
debate planteado en torno al espinoso tema de enrojecer el
"librito azul".
Porque si el debate planteado desde las tribunas del
oficialismo, o sea, si la invitación a la controversia
pública sobre los 33 artículos que integran la propuesta
presidencial no tiene por objetivo la posibilidad de
modificar su contenido, ni siquiera en una coma, entonces el
referido debate no pasaría de ser una mera formalidad para
cuidar las apariencias, como habría dicho, en mejores épocas
periodísticas, el ex-vicepresidente José Vicente Rangel.
Y de hecho ha sido así hasta el sol de hoy. Sin ir muy
atrás, el día en que el comunicador y funcionario Vladimir
Villegas publicaba un artículo de opinión en el diario El
Nacional, señalando que la reforma constitucional era una
gran oportunidad para el debate pluralista, en una página
contigua del matutino se informaba que en esa misma fecha
sería aprobado el proyecto respectivo en primera discusión
por la Asamblea Nacional.
Aprobación que por cierto se dio con una rapidez insólita,
que ni una ley de tercera categoría lograría en el
parlamento presidido por Cilia Flores. Sobraría agregar que
sin votos salvados ni mucho menos en contra. Y la segunda
discusión también se despachó en tiempo récord, aunque esta
vez con votos salvados de algunos diputados de Podemos. Ya
la tercera y última "discusión" se anuncia para los días
venideros.
Por otra parte, no había transcurrido ni una quincena desde
la presentación formal de la "Propuesta de Reforma
Constitucional", como oficialmente se la denomina, cuando ya
el CNE afirmaba estar preparado para celebrar el referendo
aprobatorio a comienzos de diciembre. En pocas palabras,
todo debidamente montado para cuadrar el círculo de la
reforma en el trimestre final del 2007 y, no faltaba más, en
medio de sonoros exhortos convocando a los venezolanos para
debatirla a fondo.
Sin embargo, no sólo estos factores malogran cualquier
oportunidad de debate sustantivo, sino que el tema de la
reelección continua del presidente de la República, vale
decir, la joya de la corona de la reforma constitucional, es
en sí mismo un asunto que no sólo no merece ser objeto de
sesudos análisis jurídico-políticos, sino que debería ser
rechazado de plano, sin más disquiciones, pues sencillamente
busca destruir la estructura democrática de la vigente
Constitución de 1999.
Entrar a discutir los "méritos y desméritos" de la
reelección continua que, en el marco de un Estado sin
contrapesos al poder presidencial equivale al mando
perpetuo, sería como propiciar un debate sobre las gracias
de la esclavitud o las bondades de la intolerancia
religiosa. Eso no es admisible entre quienes profesan el
ideal democrático. La esclavitud o la discriminación no se
ponderan, se deploran y se condenan, sin caer en la trampa
de una "discusión desprejuiciada".
En realidad, el mero hecho de que la reelección continua
"quepa" en la agenda de temas que ocupan a la opinión
pública venezolana, y además de caber sea la punta de lanza
de la reforma constitucional que se le quiere clavar al
conjunto de los venezolanos, es una prueba adicional del
deterioro sostenido que el régimen de Chávez ha conseguido
infligir a los valores de nuestra cultura democrática.
Al fin y al cabo se trata de un proceso degenerativo, ya que
del quinquenio sin reelección inmediata se pasó al sexenio
con una reelección, vale decir 12 años con elección
intermedia, y ahora se pretende imponer el septenio con
reelección continuada para erigir al señor Chávez en
mandatario vitalicio. ¿Puede ser legítima una discusión
sobre los pro y los contra de semejante retroceso?
Estamos en presencia de un debate desnaturalizado por
partida doble: tanto por la negación resuelta del proponente
de la reforma, y los poderes públicos a su servicio, de
aceptar variaciones a la propuesta que sean consecuencia del
debate, con lo cual éste no llega ni a caricatura; como por
la pretensión de simular un debate sobre la más
antidemocrática de las amenazas o la consagración
"constitucional" del viejo anhelo de "mandar hasta que el
cuerpo aguante".
El afán de degradar a una Constitución, y con ella a
principios democráticos alcanzados en luchas generacionales
e históricas, no puede ser la fuente natural de un ningún
debate que merezca esa denominación. Todo lo contrario.
flegana@movistar.net.ve
* |
Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |