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¿Y ahora a gobernar?
por Fernando Luis Egaña
viernes, 21 diciembre 2007


Se escucha y se lee el reclamo para que el proponente de la fallida reforma se dedique a las funciones de gobierno. El rector de la UCAB, Luis Ugalde, ha planteado el asunto de manera razonada y elocuente. Diversos dirigentes políticos han reiterado el planteamiento, y los más disímiles sectores se han hecho eco de esa necesidad. Pero luego de casi una década de fanfarria política, pugilato ideológico y despilfarro petrolero, no luce probable que el señor Chávez se transmute en un mandatario gubernativo.

Al parecer, el mandamás miraflorino quiere seguir en lo mismo después de la derrota del 2-D. Al fin y al cabo, le ha echado la culpa a todo el mundo del fracaso referendario, y prácticamente ni una palabra de reflexión autocrítica se ha colado en sus largas, recientes y sonoras peroratas. Por cierto que esa metralleta de recriminaciones ha contribuido a espesar el ambiente entre sus filas, y en particular entre los principales jerarcas de la "revolución".

Y "lo mismo" no es otra cosa que modificar la Constitución para alargarse el período de mando, y expandir su "modelo revolucionario" por donde se pueda. Dos objetivos que de seguro ocuparán buena parte de su tiempo disponible en el futuro previsible. De hecho, ya se recogen firmas para una supuesta reforma reencauchada y el "activismo internacionalista" sigue campante y coordinado con los pareceres de Fidel Castro.

En realidad, ni los fieles más empecinados de su entorno se imaginan al señor Chávez presidiendo largas reuniones semanales del Consejo de Ministros, atendiendo cuentas rutinarias de sus 27 ministros y otros tantos altos funcionarios, dirigiendo equipos administrativos en áreas sectoriales de gobierno, atendiendo las solicitudes de gobernadores y alcaldes, dialogando con voceros y representantes de todo el país, y realizando giras de trabajo gubernamental por las distintas regiones.

El propio general Baduel acaba de confesar que en sus años de ministro de la Defensa, no recuerda ni una sola reunión formal del Gabinete presidida por el presidente de la República. Que para eso se estableció la figura del Vicepresidente Ejecutivo en la actual Constitución: para que se ocupara de las "minucias" administrativas, a fin de que el jefe de Estado pudiera disponer de tiempo para el conflicto político.

Sus más reconocidos colaboradores tampoco lo visualizan llamando al entendimiento y reconciliación nacional, tendiendo puentes con núcleos de oposición, amnistiando a los presos políticos, reconociendo la separación de poderes del Estado, invitando al sector privado a impulsar programas de desarrollo, dirigiendo una política exterior profesional y constructiva, y aceptando fallas endógenas para abrir una nueva etapa de gobernabilidad democrática.

Nada que ver. Muy por el contrario, se refuerza la confrontación, se continua la persecución, se refritan juicios, se abren nuevos procedimientos, se vitupera al que piense distinto y se proclama por la calle del medio que el diálogo con la oposición, sea política o social, será bajo las coordenadas de "patria, socialismo o muerte".

De allí que sea muy difícil que ocurra un viraje gubernativo, en el sentido amplio y democrático del concepto, y menos ahora que el reloj apremia, porque en la medida que más pase el tiempo sin que la posibilidad de reelección en el 2012 esté "metida" en la Constitución de 1999, más erosión tenderá a sufrir el poder presidencial, incluso dentro de los cuatro rincones de la nomenklatura, y más cuesta arriba se volverá la pretensión de quedarse en Miraflores hasta que el cuerpo aguante.

Pero la referida situación envuelve una paradoja de dañinas consecuencias para la "revolución bolivarista", y es que el deterioro de las condiciones económicas y sociales de la vida cotidiana, a pesar del barril petrolero superando los 80 dólares, ahondará las razones y motivos que explican la derrota del "sí" y, por tanto, la creciente insatisfacción de densos sectores populares.

La espiral inflacionaria, la caída de la producción nacional, el quiebre de la inversión privada, la bifurcación cambiaria, entre otros factores, pasan factura sin demasiados distingos ideológicos, y sobre todo en plena época de bonanza petrolera.

Todo lo cual se verá agravado con la "reconversión monetaria" del ministro de la Inflación, Rodrigo Cabezas, quizás, uno de los principales artífices de la victoria opositora del "no", sin menospreciar, desde luego, el papel estelar del ministro de la Escasez, Elías Jaua, uno de los responsables más conspicuos del menguado abastecimiento de productos esenciales a nivel nacional.

Para dedicarse a gobernar en el sentido de políticas públicas armónicas, democráticas y progresistas, llevadas adelante con respeto al adversario y tratando de evitar el abuso de poder, el señor Chávez tendría que dejar de ser quien es. Y esa posibilidad de mutación no se observa en el horizonte.
 

flegana@movistar.net.ve

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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