El
afán por la "reelección indefinida o continua", como se
prefiera, que en la situación presente de Venezuela se
traduce en el propósito de mando perpetuo, es muy sencillo
de entender: si Fidel Castro lleva 48 años en el poder,
Robert Mugabe 27 y Alexander Lukashenko 13, el señor Chávez
no querrá quedarse atrás en tan excluyente club.
Por más que los voceros del oficialismo traten de adornar el
tema con loas a "lo que el pueblo soberano decida", casi
todos en nuestro país, sean adversarios o partidarios del
régimen, saben bien que al mandatario de Miraflores no le
falta razón cuando pretende que la soberanía y él sean dos
caras de la misma moneda.
Es verdad que en Francia existe la reelección ilimitada para
el Presidente de la República --nos recuerdan a diario los
personeros de la revolución-- pero resulta y pasa que hay
una "pequeña diferencia" entre el régimen francés y el
venezolano actual, y esa no es otra que allá hay separación
de poderes, estado de Derecho y contrapesos a la autoridad
presidencial, mientras que acá, sencillamente, no quedan ni
rastros de aquellos presupuestos esenciales de la gobernanza
democrática.
Lo mismo debe advertirse con respecto a los sistemas
parlamentarios que permiten la consecutiva reelección de los
Primeros Ministros o de los Presidentes de Gobierno, casos
por ejemplo, de Gran Bretaña y España. Habría que estar
delirando para establecer una analogía entre aquellas formas
de gobierno que enfatizan la distribución y el equilibrio de
los poderes del Estado, y la caudillesca concentración de
poder que identifica al régimen de boinacolorá.
Por ello tiene un doble objetivo la "reforma constitucional"
que se le quiere imponer a la nación venezolana. El
principal, desde luego, es garantizar la permanencia del
señor Chávez en la preciada silla a través de la figura
formalista de la reelección indefinida, o continua, o
consecutiva, o como dice Alexis Márquez Rodríguez: la
reelección pura y simple, sin limitaciones. Al fin y al
cabo, es el propio "reelegible" quien ya ha afirmado que sin
su liderazgo "a la revolución se la lleva el viento"...
Y el segundo objetivo es coser una Constitución a la medida
del socialismo trasnochado, borbónico y regresivo que les
encanta a los ñangaras pre-berlineses que pululan y viven
del "proceso", y que, de paso, le termine de subordinar el
Estado y la sociedad al líder máximo de una manera
"irreversible", para no usar la palabra "blindada", tan
desacreditada por razones obvias.
Ciertamente, la Constitución de 1999 es una versión
aparatosa de la Constitución de 1961, típica de la
verbosería de la "revolución bolivarera"; cierto, también,
que el "librito azul" le dio más poder, y más tiempo en el
poder, al jefe de Estado; pero debe reconocerse, así mismo,
que no se trata de una Constitución exógena y
antidemocrática per se, como la que se desprende de la
versión conocida del proyecto de reforma en ciernes.
Comenzando por el hecho de que podríamos estar a pocas
semanas de la sanción y promulgación por parte del Estado de
la referida reforma, y hasta la fecha no hay información
oficial, no digamos que veraz, oportuna imparcial y sin
censura, sobre la trascendental materia. Todo un tributo a
la "democracia participativa", alegará Luis Britto García,
uno de los cacúmenes del transplante constitucional.
Y digo "pocas semanas", porque si el maremagno Constituyente
de 1999 no duró mucho más de 4 meses entre la instalación de
la Asamblea respectiva el día 8 de agosto y el referendo
aprobatorio del 15 de diciembre, esta reforma
constitucional, que por supuesto se invocará de "jerarquía"
menor que una Constituyente, podría ser despachada a mayor
velocidad. Dirán los "juristas" de la pomada que "quien
puede lo más, puede lo menos".
El "fast track" serviría, entre otras cosas, para aprovechar
la probable fragmentación de la oposición política en
relación al deshoje de la margarita refrendaria, vale decir,
la consabida discusión entre participación y abstención, que
hasta el presente ha hecho muy difícil la indispensable
unidad de criterio para enfrentar el adinerado poderío del
"gobierno rojo-rojito".
Y serviría, sobre todo, para que los efectos de la erosión
gubernativa sean lo menos gravosos posibles con miras a
"lograr" un porcentaje presentable de votos afirmativos, CNE
mediante. Al respecto, distintas encuestas vienen
registrando una creciente insatisfacción social, incluso a
niveles parecidos a los de mediados del 2003 justo antes del
inicio del laberinto revocatorio. Del mismo modo, dichos
sondeos revelan una recia desaprobación a la reeleccionitis
que vive y muere por el continuismo.
Pero amén de las tácticas con el fin de clavar la reforma,
no hay que ser un científico nuclear para darse cuenta de lo
que se persigue. Pues nada menos que seguir el (mal) ejemplo
de Fidel Castro, que llegó en 1959 y se enrumba al medio
siglo de mando supremo, o el de Robert Mugabe que se montó
en 1980 y continúa al frente con todo y la ruina de Zimbabue,
o el de Alexander Lukashenko que desde 1994 gobierna en
Bielorrusia como un zarcito de mala catadura, o los de otros
sátrapas e variable monta que integran la cofradía de los
mandatarios vitalicios.
Al respecto, debemos repetir lo que insiste el ex-lider
guerrillero salvadoreño, Joaquín Villalobos, por ahora
dedicado a la investigación y la docencia en universidades
inglesas: Venezuela no era una dictadura cuando Chávez llegó
al poder, y tiene una importante trayectoria de cultura
democrática, a diferencia de Cuba, Nicaragua y otros países
que han sido sometidos a regímenes autoritarios de variada
índole.
Y esa cultura democrática de la nación venezolana, más
temprano que tarde, terminará venciendo a la satrapía. El
señor presidente de seguro que no se siente menos que Mugabe,
pero Venezuela es mucho pero mucho más que esta pretendida
revolución.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |