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El antimilagro del socialismo chavista
por Fernando Luis Egaña
lunes, 19 febrero 2007


¿Con qué se come el llamado "socialismo de siglo XXI" tan caro a la retórica del régimen que impera en Venezuela? La realidad lo está señalando con todo su dramatismo: con escasez, devaluación, acaparamiento, inflación, desempleo, incertidumbre, especulación, desabastecimiento, desconfianza y desinversión. Esos son los ingredientes principales del "menestrone" al decir del veterano Luis Miquilena.

Y la verdad es que se necesita un esmero muy intenso para que con el barril de petróleo en 50 dólares y con cerca de 60 mil millones de dólares en reservas de divisas, la situación económica del país se vuelva más caótica que la de Haití. Se trata del "anti-milagro" más conspicuo del que se tenga memoria, no sólo en Venezuela sino acaso en América Latina. Más allá de cualquier escuela de pensamiento, sea clásica, keynesiana, intermedia, o lo que sea, la torta de boinacolorá vuelve añicos el a-b-c más rudimentario del sentido común.

Porque una cosa son los llamados programas de ajustes en épocas de vacas flacas, o lo que el discurso oficialista denominaría "paquetes del neoliberalismo salvaje", y otra es el descontrol que parece reinar en pleno auge de las vacas gordas; y sin embargo, el resultado concreto termina pareciéndose, siendo lo segundo hasta peor que lo primero, tanto por lo injustificable como por lo impredecible. Razón tuvo Fausto Masó al hablar de "paquetazo sin paquete". Cuando el célebre ajuste de 1989, las finanzas públicas estaban en la lona, pero ahora la tesorería reboza de petrodólares. ¿Y entonces?

No hay razones objetivas asociadas a la situación petrolera, financiera o fiscal para poder explicar el supremo desbarajuste de la realidad económica. Al contrario, si sólo fuera por el chorrerón de petrodólares deberíamos andar por los umbrales que pauta la Unión Europea para recibir solicitudes de nuevos miembros. No olvidemos que gracias a la bonanza internacional de los precios petroleros, se han quintuplicado los ingresos correspondientes del Estado nacional, de 12 mil millones de dólares en 1998 a cerca de 60 mil millones en el 2006. Hay que ver todo lo que se habría podido lograr con semejante cantidad de recursos.

Pero que va, el equipo de Hugo Chávez, Jorge Rodríguez, Rodrigo Cabezas, Jorge Giordani y María Cristina Iglesias, los cinco motores del presente descalabro del 2007, funciona como una especie de anti-materia o Midas al revés, que todo lo que cae en sus manos termina vuelto aquello. Y desde luego que en el elenco no pueden faltar Rafael Ramírez el de Pdvsa, ni Elías Jaua el mentor del acabose agroalimentario. La lista, desde luego, no es taxativa sino enumerativa, como también lo es el inventario de distorsiones que tienen patas pa¹arriba a la economía nacional.

Hasta ahora el gran caudal de la bonanza petrolera había logrado compensar, en no poca medida, la impericia crasa y supina de la "revolución bolivariana" en el manejo económico y, sin duda, su afán destructivo hacia la iniciativa privada nacional, porque el consentimiento a cierto capital extranjero es público y notorio. Tan es así, que si los precios petroleros se equilibraran en los niveles de la década de los años 90, en Venezuela cundiría una hambruna subsahariana y Caracas no distaría mucho de Darfur.

Gracias al empuje del capitalismo mundial, el boom energético de los últimos años ha favorecido la viabilidad del Estado bolivariano, que a pesar de su desatinos ha contado con suficientes ingresos como para crear una "sensación de bienestar "en densos sectores sociales. Al fin y al cabo el gigantesco aumento del gasto público no habrá servido para crear riqueza, pero sí para estimular el consumo y las importaciones. Mucha de la gente que votó por Chávez en diciembre del año pasado, lo hizo pensando que esa "expectativa de bienestar" se iba a consolidar en términos de mayor poder adquisitivo. Pero los hechos están señalando el camino contrario.

Y esa botija buchona como nunca antes, sin embargo, ya no impide que la anarquía y la mengua vayan apoderándose de la dinámica de la economía real, no la de las grandes cuentas de la pompa discursiva, sino la cotidiana del salario, el mercadito, el transporte, la vivienda, la ropa, los ahorritos, la platica para invertir en algo y el día a día de la propia supervivencia. El exabrupto llega al extremo de amenazar con nacionalizar hasta los abasticos de barrio, si no se recoge la leche derramada y no se vierte en una botellita que lleve la etiqueta de la Gaceta Oficial.

A esto no se le puede dar la bienvenida, pero esto es el socialismo del siglo XXI. O como le dice un curtido periodista español que conoce bien a Venezuela: la escasez en el país de la abundancia.
 

flegana@movistar.net

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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