¿Con
qué se come el llamado "socialismo de siglo XXI" tan caro a
la retórica del régimen que impera en Venezuela? La realidad
lo está señalando con todo su dramatismo: con escasez,
devaluación, acaparamiento, inflación, desempleo,
incertidumbre, especulación, desabastecimiento, desconfianza
y desinversión. Esos son los ingredientes principales del "menestrone"
al decir del veterano Luis Miquilena.
Y la verdad es que se necesita un esmero muy intenso para
que con el barril de petróleo en 50 dólares y con cerca de
60 mil millones de dólares en reservas de divisas, la
situación económica del país se vuelva más caótica que la de
Haití. Se trata del "anti-milagro" más conspicuo del que se
tenga memoria, no sólo en Venezuela sino acaso en América
Latina. Más allá de cualquier escuela de pensamiento, sea
clásica, keynesiana, intermedia, o lo que sea, la torta de
boinacolorá vuelve añicos el a-b-c más rudimentario del
sentido común.
Porque una cosa son los llamados programas de ajustes en
épocas de vacas flacas, o lo que el discurso oficialista
denominaría "paquetes del neoliberalismo salvaje", y otra es
el descontrol que parece reinar en pleno auge de las vacas
gordas; y sin embargo, el resultado concreto termina
pareciéndose, siendo lo segundo hasta peor que lo primero,
tanto por lo injustificable como por lo impredecible. Razón
tuvo Fausto Masó al hablar de "paquetazo sin paquete".
Cuando el célebre ajuste de 1989, las finanzas públicas
estaban en la lona, pero ahora la tesorería reboza de
petrodólares. ¿Y entonces?
No hay razones objetivas asociadas a la situación petrolera,
financiera o fiscal para poder explicar el supremo
desbarajuste de la realidad económica. Al contrario, si sólo
fuera por el chorrerón de petrodólares deberíamos andar por
los umbrales que pauta la Unión Europea para recibir
solicitudes de nuevos miembros. No olvidemos que gracias a
la bonanza internacional de los precios petroleros, se han
quintuplicado los ingresos correspondientes del Estado
nacional, de 12 mil millones de dólares en 1998 a cerca de
60 mil millones en el 2006. Hay que ver todo lo que se
habría podido lograr con semejante cantidad de recursos.
Pero que va, el equipo de Hugo Chávez, Jorge Rodríguez,
Rodrigo Cabezas, Jorge Giordani y María Cristina Iglesias,
los cinco motores del presente descalabro del 2007, funciona
como una especie de anti-materia o Midas al revés, que todo
lo que cae en sus manos termina vuelto aquello. Y desde
luego que en el elenco no pueden faltar Rafael Ramírez el de
Pdvsa, ni Elías Jaua el mentor del acabose agroalimentario.
La lista, desde luego, no es taxativa sino enumerativa, como
también lo es el inventario de distorsiones que tienen patas
pa¹arriba a la economía nacional.
Hasta ahora el gran caudal de la bonanza petrolera había
logrado compensar, en no poca medida, la impericia crasa y
supina de la "revolución bolivariana" en el manejo económico
y, sin duda, su afán destructivo hacia la iniciativa privada
nacional, porque el consentimiento a cierto capital
extranjero es público y notorio. Tan es así, que si los
precios petroleros se equilibraran en los niveles de la
década de los años 90, en Venezuela cundiría una hambruna
subsahariana y Caracas no distaría mucho de Darfur.
Gracias al empuje del capitalismo mundial, el boom
energético de los últimos años ha favorecido la viabilidad
del Estado bolivariano, que a pesar de su desatinos ha
contado con suficientes ingresos como para crear una
"sensación de bienestar "en densos sectores sociales. Al fin
y al cabo el gigantesco aumento del gasto público no habrá
servido para crear riqueza, pero sí para estimular el
consumo y las importaciones. Mucha de la gente que votó por
Chávez en diciembre del año pasado, lo hizo pensando que esa
"expectativa de bienestar" se iba a consolidar en términos
de mayor poder adquisitivo. Pero los hechos están señalando
el camino contrario.
Y esa botija buchona como nunca antes, sin embargo, ya no
impide que la anarquía y la mengua vayan apoderándose de la
dinámica de la economía real, no la de las grandes cuentas
de la pompa discursiva, sino la cotidiana del salario, el
mercadito, el transporte, la vivienda, la ropa, los
ahorritos, la platica para invertir en algo y el día a día
de la propia supervivencia. El exabrupto llega al extremo de
amenazar con nacionalizar hasta los abasticos de barrio, si
no se recoge la leche derramada y no se vierte en una
botellita que lleve la etiqueta de la Gaceta Oficial.
A esto no se le puede dar la bienvenida, pero esto es el
socialismo del siglo XXI. O como le dice un curtido
periodista español que conoce bien a Venezuela: la escasez
en el país de la abundancia.
flegana@movistar.net
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |