Si
en algo están de acuerdo los que se oponen a la "reforma
constitucional", desde Raúl Isaías Baduel que reitera el
llamado a votar "no", hasta Hermann Escarrá Malavé que
proclama la necesidad de la abstención, pasando por los
partidos políticos que integran el "bloque del no", o por el
renovado movimiento estudiantil, o por los múltiples voceros
abstencionistas, es en calificar a la referida propuesta
como un fraude constitucional y un golpe de Estado a la
Constitución de 1999.
En ese mismo sentido se pronunció, hace semanas, la Comisión
Técnica de juristas que, desde el campo opositor, evaluó la
propuesta presidencial de manera pormenorizada y rigurosa.
De allí que en este aspecto crucial, más que consenso haya
prácticamente unanimidad, a pesar de las diferencias y
contradicciones entre los mecanismos más adecuados que se
plantean, bien sea diferir, impedir, votar o no votar, para
hacer valer el rechazo a la reforma con miras al referendo
decembrino.
Por lo tanto, en el caso que esa reforma fuere considerada
aprobada por el CNE, en razón de que el número de votos
afirmativos sea superior al número de votos negativos, que
es la interpretación restrictiva y oficial sobre el
requisito formal de validez del proceso, ello no dejaría
cesante el planteamiento central de la lucha contra este
zarpazo, pues de todos modos seguiría siendo un fraude
consumado o un golpe continuado.
Como ha señalado Diego Bautista Urbaneja, una consulta
comicial no podría subsanar la ruptura de la Constitución a
través de un golpe de Estado.
Entonces, la Constitución "reformada" no podría tener el
valor vinculante de la vigente antes del 2-D, ya que sería
el producto de un atentado promovido desde el poder público,
y por tal grueso motivo los factores políticos de oposición
no deberían aceptar el criterio de pasar la página y entrar
en una nueva etapa bajo las coordenadas del régimen
sobrevenido.
No se trata de una disquisición intelectual, más o menos
desprendida de la realidad de los hechos, ni tampoco de una
lógica alejada de la "realpolitik". Porque si la "reforma"
es en sí misma fraudulenta y anti-constitucional, tanto en
el fondo o contenido como en la forma o procedimiento, se
entiende con claridad meridiana que el sistema político en
ella sustentado también lo sea.
Ello ayuda a explicar el concepto de "moralmente
inaceptable" que la Conferencia Episcopal utilizó en su
reciente Exhortación para identificar la propuesta de
reforma constitucional. Ampliado en sus vertientes jurídicas
y políticas por diversas instancias e instituciones de
reconocido crédito nacional, y cuyos argumentos principales
son invocados tanto por los votantes del no como por los
abstencionistas del no.
Tal condición de jurídica, política y moralmente inaceptable
existe, antes, durante y después del primer domingo de
diciembre, y sólo podría ser superada si la reforma, a su
vez, dejara de existir.
flegana@movistar.net.ve
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Columnista,
profesor universitario y ex-Ministro de Información |