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Las razones hegemónicas del PSUV  
por Fernando Luis Egaña
lunes, 15 enero 2007


El anunciado Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) o "PUS" como ya le llaman en la calle, es una consecuencia lógica del proyecto de dominación nacional que marcha sobre el país.

Distintas aunque parecidas son las razones que impulsan al PSUV. La primera de ellas, obviamente, es la máxima concentración de poder en manos del presidente Chávez, quien, de seguro, también será el comandante único de su propio partido. De hecho, la fundación del MVR en 1997, que a su vez unificó en plataforma electoral al archipiélago chavista de entonces, es un precedente de esta iniciativa partidaria que se terminará de formalizar a comienzos del 2007.

Al pasado con toda esa "sopa de letras" (Chávez dixit) que hasta ahora conformaban el espectro oficialista. Incluyendo a partidos de tradición histórica como el PCV y el MEP, a toldas sin masas derivadas de partidos de amplia trayectoria, a grupos modestos de intensa beligerancia, a claques de avispados con largo kilometraje, y al mismo MVR que nunca satisfizo las exigencias de su jefe supremo.

El partido único soy yo

En adelante, un solo aparato, una sola dirección y una sola voluntad marcará el frente del movimiento boinacolorá. En la realidad personalista o caudillesca de la "revolución bolivariana" es de suyo natural que sea así, porque si el Estado nacional con todo y sus cinco poderes públicos, está bajo la batuta exclusiva del presidente-reelecto, sin contrapesos efectivos al principio rector del "ordene mi Comandante", con mucha más razón debe estarlo el partido político que le representa.

Encima, si en los hechos las cosas ya venían funcionando de esa manera, a pesar de la heterogeneidad formal --recuérdese la frase de Lina Ron: "Chávez locuta, causa finita"--, no hay motivos de peso para dejar de agarrar el toro por los cachos y adaptar la teoría a la práctica. Al fin y al cabo, es una verdad con pocos esguinces que los votos son de Chávez y no de los emblemas o franquicias a través de los cuales se expresan.

Y en última instancia, esa es la percepción de Miraflores, la que de verdad cuenta a la hora de tomar decisiones. Bien lo ha dicho el columnista Orlando Viera-Blanco: "el partido único soy yo".

La hora de las purgas

Otra razón conexa es que el PSUV será la excusa para las purgas. No hay revolución que se respete sin éstas, sostendrán algunos de los intelectuales de la "gauche caviar" que frecuentan los entornos del poder criollo, y la bolivariana no debe ser menos que las demásŠ Sobre todo comparada con la revolución cubana tan prolija en purgatorios sucesivos. Nada más idóneo para el cobro de deudas pendientes, o para decantar lo innecesario que la simpleza de un único instrumento proselitista.

En el caso venezolano, la "depuración" parece apuntar hacia el conjunto de dirigentes políticos de grupos como Podemos, PPT, y también del MVR, que son ajenos a la experiencia militar, que tienen curriculum de figuración o activismo en épocas previas al inicio de la "revolución", y que se han preciado de contar con fuerza propia, bien regional o local. Son lo que integran el elenco de los "desconfiables". Compañeros de ruta hasta ahora, es cierto, pero sin la fiabilidad indispensable para la nueva etapa.

Personajes como Ismael García, José Albornoz, Eduardo Manuit o Didalco Bolívar, entre muchos otros, calzan en el "genotipo" antes descrito. Ellos lo saben mejor que nadie y estarán tomando sus previsiones. Otras figuras del mundo oficialista, de miltancia harto conocida en el MVR, también podrían ser incorporados a las listas negras del nuevo partido. Sería una ironía insuperable que, por ejemplo, el diputado Luis Tascón pasará a engrosar la "lista de Tascón" del PSUV.

Tampoco se descarta que José Vicente Rangel, cuya aureola de poder detrás del trono se viene difuminando, no consiga pasar el examen de méritos. Y como él no son pocos los que puedan sentirse al borde del precipicio. Es probable, sin embargo, que muchos de los potenciales tachados logren una posición en el organigrama oficial del PSUV, pero con muy poco que ver en materia de vocería real, operación política, o comando de maquinaria.

Hacia el partido militar

Las purgas, desde luego, también son una oportunidad singular para los que permanecen. Para los verdaderos fieles que son los elegidos del proceso. En su mayor parte, no hay duda, provenientes de la "cuna de la revolución bolivariana", es decir de la Academia Militar en aquellos tiempos en que Chávez organizaba sus conspiraciones y suscitaba la adhesión de jóvenes oficiales que le reconocían como líder. "Sus muchachos", pues, para usar los términos de la moda imperante.

En el PSUV serán elevados, con preferencia variable, los que saluden con la mano en la frente y el taconazo de rigor. Léase Diosdado Cabello, Jesse Chacón, José Gregorio Vielma Mora, Ronald Blanco La Cruz, Eliécer Otaiza, Pedro Carreño, Edgar Hernández Behrens, Wilmar Castro Soteldo y, en fin, los denominados "comacates" de Chávez. Que tampoco forman una unidad monolítica porque bastantes querellas han generado entre sí, pero que después de todo los hermana la lealtad disciplinada hacia el superior jerárquico y absoluto.

Los pares de Chávez en el dominio castrense o sus compañeros de promoción, en líneas generales y acaso con excepciones puntuales como la del general Baduel, no deberán tener una cabida privilegiada en la vanguardia del partido único, ni en el ajedrez electoral para la selección de gobernadores y alcaldes. Contados jerarcas del ámbito civil serán incluidos en el nuevo olimpo, por lo menos en el círculo destinado a llevar las riendas del poder delegado.

En cierto modo, el PSUV vendría a ser la realización del antiguo anhelo de un partido militar. La expresión política definitiva del movimiento que fue incubándose en los cuarteles desde mediados de los años 70 hasta la irrupción en la escena nacional el 4 de febrero de 1992. En el plano ideológico, la orientación explícita es el nebuloso "socialismo de siglo XXI", pero el propósito esencial es restablecer la tradicional hegemonía de sectores militaristas de la sociedad, o lo que el ex-presidente Ramón J. Velásquez ha llamado el predominio del "factor permanente" de la República.

Un partido de Estado

Todo lo cual conduce a otra razón destacada: dotar al petro-Estado bolivariano de un partido de Estado. No sería el PSUV una mera parcialidad, así sea suprema, en el marco de la diversidad o pluralidad política, sino más bien la representación partidaria del "nuevo" Estado revolucionario y rentista.

Ello no implicaría, necesariamente, la prohibición formal de fuerzas o grupos de oposición, pero si la entronización de una asimetría brutal: en el centro el partido de la República Bolivariana, y en los márgenes lo demás. La avisada reforma constitucional que se aprobará sin demasiados dimes y diretes en el 2007, se encargará de sancionar la identidad indivisible entre el PSUV y la "democracia revolucionaria".

La noción de un Estado con un partido "constitucional" cuenta, en estos tiempos, con el extraordinario sustento que proporcionan los ingresos fiscales del boom internacional de los precios del petróleo. Porque ningún análisis, por más somero o parcial, del desenvolvimiento exitoso de este proyecto de dominación que es la revolución bolivariana, debería de subestimar que el chorro de petrodólares se ha quintuplicado en 8 años, cortesía del dinamismo capitalista de las grandes economías emergentes e industrializadas.

El culto a la personalidad

Por otra parte, la cultura "manu militari" del partido único ha quedado expuesta de sobra en el curioso "debate" sobre su organización. En unos cuantos discursos, el presidente Chávez informó lo conducente, le puso el nombre al partido, esbozó sus objetivos, fijó los plazos para finiquitar el asunto, y advirtió a los que no estuvieran plenamente de acuerdo que se quedarían, como la guayabera, por fuera. Y no sólo por fuera del PSUV sino de cualquier hilacha que los conectase con las mieles del proceso revolucionario.

De inmediato los voceros de la bautizada "sopa de letras" se atropellaron en manifestar su conformidad: unos de manera entusiasta y otros con el oportunismo de siempre. Unos, pensando que el único partido les permitirá mantener cuotas particulares de privilegios presupuestarios, y otros haciendo de tripas corazón en aras de la supervivencia política.

Al respecto, la coyuntura ha sido propicia para una gran cantidad de declaraciones que extreman sin un ápice de pundonor el culto a la personalidad. Apenas si el viejo Partido Comunista de Venezuela, quizá para salvar las apariencias, optó por afirmar su protocolar individualidad y convocar un Congreso especial para darle curso estatutario al mandato presidencial.

El afán totalitario

¿El partido único es un paso de avance en lo que Antonio Pasquali denomina la "vocación totalitaria" del régimen de Chávez? Los elementos en cuestión indican que sí. La existencia de un proyecto político único: la revolución bolivariana; con una supuesta doctrina o pensamiento único: el socialismo de siglo XXI; con un formación partidista única en el plano del Estado rojo-rojito: el PSUV; y en suma, con una fuente de poder única en la persona del jefe del Estado, muestran un camino que ni es de democracia pluralista, ni tampoco de mera silueta autoritaria. Es mucho más.

La ofensiva en contra de la televisión independiente, que ahora se intensifica con el caso RCTV, también se inscribe en el despliegue de ese proyecto de dominación nacional, que aunque tiene numerosas etiquetas, no puede ocultar su santo y seña. Sería groseramente injusto acusar a Chávez de que le falta ambición de poder total. Y esa es la clave que resume las razones del PSUV.
 

flegana@movistar.net

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 Columnista, profesor universitario y ex-Ministro de Información


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